La Navidad y nosotros
Navidad y Pascua son dos hitos que dan sentido a millones de personas en el mundo, aunque si preguntáramos qué se celebra en estas festividades quizás nos encontraríamos con alguna sorpresa entre increíble, decepcionante o quizás incluso divertida. Para los cristianos, la Navidad es el nacimiento del Hijo de Dios que se hace presente entre los hombres de la manera más humilde y sencilla, como nos relata el evangelista Lucas cuando el anuncio llegó a los pastores: “Nos ha sido dado un hijo que trae la insignia de soberano. Este es su nombre: “Consejero prodigioso”, “Dios héroe, Padre para siempre”,”Príncipe de Paz” que “sentado en el trono de David establecerá y afianzará su Reino sobre el derecho y la justicia”. Este acontecimiento único en la historia se producía en una noche fría de invierno en Belén, en un humilde establo, cuando Quirini era gobernador de Siria en tiempo del emperador César Augusto.
Jesús madurará en la intimidad de una familia judía y en un hogar sencillo y humilde, recibiendo las enseñanzas y el ejemplo de María y José, recogida en los evangelios donde se nos relata la grandeza de su mensaje de Amor hasta la muerte en la Cruz, para redimir la humanidad y dejarnos el testimonio de su filiación divina, elevando el género humano al imperativo de hermandad, con todo lo que eso comporta con respecto a la igual dignidad de todos los nacidos; unos derechos y enseñanzas para conseguir aquel reino en que el amor, que guía el derecho y la justicia, sea el camino en la culminación de los tiempos.
Para los seguidores de Jesús, este es el acontecimiento que ha marcado profundamente la historia. Durante dos mil años una parte del mundo, que ha crecido hasta hacerse universal, ha seguido estos principios y postulados. El cristianismo transmitió una nueva ética que impela al reconocimiento de una idéntica dignidad humana, la igualdad que es la aspiración última de la justicia. Esta ética arraigó en Europa y penetró en el debate filosófico, teológico, político y jurídico, en una civilización en que el pensamiento griego y el derecho romano eran la base que sustentaba sus relaciones y su cultura.
La celebración de la Navidad nos recuerda nuestras raíces, por el hecho de que a lo largo de los siglos el cristianismo ha ido configurando la cultura occidental, enriquecida con las aportaciones de otras culturas con las que dialoga para transmitir el valor de la dignidad de la persona como fundamento de cualquier orden político, para evitar la confrontación, el conflicto y la violencia. Al mismo tiempo, también tiene que ser capaz de proclamar sin complejos la verdad. ¿Qué es la verdad?, preguntó Pilatos, y tendríamos que responder que la única verdad es el amor que nos libera de los vínculos del egoísmo, la exclusión, la negación del diferente y que nos exige amar a los enemigos.
La cultura occidental perdería su más honda identidad si rompiera con estas raíces. Determinados intentos de laicización extrema, o de neolaicización, que intentan sustraerlas de nuestra cultura, no se dan cuenta de las repercusiones muy negativas que pueden afectar a nuestras sociedades, identidades y vidas. Arrancar, como quieren algunos, los símbolos cristianos de nuestra cultura del espacio e imaginario público puede llevarnos a perdernos en la espiral de la absurdidad del consumismo, a echar el espíritu que levanta nuestras conciencias y esperanzas, el motor que hace posible la trascendencia humana. Sólo hay que observar cuál es la voz más fuerte y decidida en favor de los refugiados para constatarlo. La Europa de los mercaderes expulsa al niño nacido en un establo.
Es bien cristiano celebrar la fiesta con alegría, pero no lo es caer en la alienación del consumo. El tiempo de Adviento que vivimos como preparación de la Navidad nos pide la reflexión sobre el doble mandato de servir a Dios y practicar el amor al prójimo, como exigencias que se encarnan en la realidad. El Dios encarnado en la historia humana nos interpela, nos pregunta cómo actuamos sobre la desigualdad creciente y la injusta distribución de la economía. Sobre qué hacemos ante el escándalo de tantas personas viviendo en la calle. Sobre cuestiones como la de celebrar un nacimiento mientras que como sociedad no nos inquieta el aborto o como afrontar la crisis educadora de nuestra sociedad y sus escuelas.
La Navidad es un encuentro, una irrupción de luz en un mundo oscurecido y carente de esperanza. El Mesías es nato y con él nacen todas las esperanzas, porque como se dice en el libro de Isaias: ¡Sed valientes, no tengáis miedo! Aquí tenéis a vuestro Dios que viene para hacer justicia; la paga de Dios está aquí, es él mismo quien os viene a salvar”.
Arrancar los símbolos cristianos de nuestra cultura nos puede llevar a perdernos en la espiral del consumismo