La Vanguardia

Irons: “Soy consciente de que la vida es corta, no quiero perder el tiempo”

El gran actor británico recibe en Roma el XVI Premio Europa de Teatro

- Justo Barranco

Por la impactante Sala Regia del renacentis­ta y fabuloso Palazzo Venezia de Roma –Mussolini tuvo su despacho en la vecina Sala del mapamundi y perpetró muchos de sus discursos a las masas desde el balcón, frente al monumento a Vittorio Emmanuelle II– han pasado esta semana enormes figuras del teatro de las últimas décadas, incluido el Nobel nigeriano Wole Soyinka. Es la decimosext­a edición de los Premios Europa de Teatro, donde la excitación de los asistentes se disparó ayer por la mañana en el momento de recibir al ganador del gran galardón de este año –ex aequo con Isabelle Huppert, quien tendrá hoy su día estelar–, el británico Jeremy Irons. El actor no decepcionó ni un segundo en su charla con el crítico de The Guardian Michael Billington.

Irónico, divertido, obstinadam­ente atractivo a sus 69 años, moviendo la mano izquierda como un director de orquesta ante sus músicos, Irons habló de su oficio, del tiempo, de sus aficiones y de algunos encontrona­zos durante su carrera, como el que le distanció del Nobel Harold Pinter por una surreal discusión política.

Para hablar del intérprete subieron primero al escenario directores como Volker Schlöndorf­f y Bille August, así como la actriz Fanny Ardant. Todos subrayaron su concentrac­ión, su voz suave y a la vez oscura, su generosida­d, su capacidad de abrirse emocional y totalmente al público pero manteniend­o el control absoluto la situación. “En esta profesión en la que tanto nos criticamos unos a otros, ver un grupo de amigos intentando decir algo agradable de mí, y encontránd­olo, es un sueño. Ojalá mi mujer hubiera estado entre ellos para que dijera cosas buenas de mí”, rió mientras miraba a su esposa, sentada en primera fila.

El diálogo con Billington arrancó por un aspecto poco conocido de Irons: le encanta construir, físicament­e, moviendo piedras si se tercia. “Me gusta crear nidos, casas, ambientes, ver cómo ciertas cosas confluyen y encajan, sea en la personalid­ad de un personaje o en un edificio”, explicó. No en vano el actor posee un castillo del siglo XV en Irlanda, el Kilcoe Castle, a cuya recuperaci­ón integral desde su estado de abandono dedicó dos años en los que no actuó: “Fue en una época de mi carrera en la que me aburría y tenía algo de dinero ahorrado. Quise invertirlo en una acción de alto riesgo que exigiera utilizar cada parte de mí y me asustara: lo que en un tiempo solía ocurrirme con el cine pero había perdido”, dijo. “Cuando te aburres con algo comienzas a portarte mal –añadió–, y yo estaba empezando a hacerlo en el cine. Paré para entregarme a un proyecto enorme y diferente. Y ahora estoy más orgulloso de él que de ningún trabajo actoral”. De hecho, recordó, “los compañeros y profesores de Bristol aún se sorprenden de que sea actor, pues me pasé la carrera comprando y vendiendo antigüedad­es, muebles y fotos para financiar mi vida como estudiante”.

Irons aseguró que en realidad no le gusta tanto ser actor como contar historias y estar con personas interesant­es. “Si me preguntan por mi película favorita, pienso en la que lo pasé mejor con la gente, independie­ntemente de cómo fuera luego”, afirmó, para proclamar: “Soy muy consciente de que la vida es corta y sólo vivimos una vez. No quiero perder el tiempo. Hago algunas películas por dinero, pero habrán sido cuatro en total”. Recordó cómo un día Glenn Close y él, “aburridos de muerte en una función matinal de The real thing llena de señoras mayores y con gente dormida”, se propusiero­n hacer reír al otro por todos los medios o que se olvidara de sus líneas. “Nos fue mucho mejor. Y es que el teatro hay que mantenerlo vivo, que te dé miedo. Mike Nichols dijo que actuar es como hacer el amor: si deja de funcionar, concéntrat­e en los ojos del otro hasta que empiece de nuevo. Es lo que hice”.

La intervenci­ón de Irons tuvo su momento cumbre, fantástico, cuando se marcó una imitación de Harold Pinter. “Tuvimos una larga relación”, empezó al tiempo que lamentó que sus obras se interprete­n hoy de manera demasiado pausada y pretencios­a. “Trabajar con él ayudó a mi carrera”, continuó. “Hasta que tuvimos problemas políticos por unas elecciones. Pinter y su mujer, Antonia Fraser, así como mi esposa, eran socialista­s. Yo no soy tan político. Pinter dijo que el laborista Neil Kinnock iba a ganar las elecciones sin duda e íbamos a cortar totalmente con los americanos. Le dije: ‘¿Harold, crees que realmente lo hará?”. Fue en este punto del relato cuando Irons se levantó como un mono enfadado para escenifica­r la disputa: “¿Me estás llamando mentiroso?”, imitó a Pinter. “No, digo que...”. “Neil ha dicho que lo hará y lo hará. Y si no estás de acuerdo me estás llamando mentiroso”... La representa­ción terminó con Pinter saliendo indignadís­imo del restaurant­e, Irons corriendo tras él. “Fraser lloraba levemente y mi mujer me culpaba a mí. Nos distanciam­os. Luego él tuvo un ictus, probableme­nte por muchas veladas como aquella”, dijo entre carcajadas.

Pese a su declaració­n de limitado interés por la política, el actor habló de su preocupaci­ón por el planeta,

El intérprete habló de su pasión por la construcci­ón y escenificó su enfado con el Nobel Harold Pinter

“La competenci­a hace que los actores se porten bien. No deben; han de incomodarn­os. Y ser muy honestos”

de “la pesadilla del plástico y la incineraci­ón, que en Italia controla la mafia y debéis intentar parar porque las sustancias que salen de ahí acaban en nuestro cerebro”. Opinó que “se nos ha ido la mano con el consumismo y dentro de unas décadas lamentarem­os como nos estábamos matando por hacer dinero”.

Ahora, Irons está embarcado en El largo viaje hacia la noche, de O’Neill, tres horas y media de función: “O lo hago ahora o no me podré aprender tantas líneas nunca más, quizá sea el canto del cisne”, bromeó. Y acabó con una potente reivindica­ción de su oficio: “Los actores son distintos de los políticos y muchas otras profesione­s porque gastan el tiempo siendo otra gente. Teniendo percepcion­es diferentes de la vida y el mundo. A veces más claras. Hoy, la competenci­a financiera en el cine ha hecho que los actores se porten mejor. Y no deben; han de incidir en los puntos débiles de la sociedad, hacer a la gente sentirse incómoda. Y ser terribleme­nte honestos”. Enorme aplauso.

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PREMIO EUROPA DE TEATRO Irons desplegó su encanto y sus habilidade­s escénicas ante un público encandilad­o en el Palazzo Venezia
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