La Vanguardia

Los piratas de la arqueologí­a se instalan en internet

- SARA SANS

Vendían una hacha neolítica por internet. Ofrecían puntas de flecha, huevos de dinosaurio, fósiles, pulseras neolíticas, libros, partituras antiguas... “Y lo que no tenga te lo encuentro”, remataba el anuncio. El hacha llamó la atención de un arqueólogo, que alertó a los Mossos.

La Unitat Central de Patrimoni Històric de la policía detuvo este verano a dos hermanos que vendían a sus anchas por internet las piezas que robaban en yacimiento­s.

La magnitud del expolio era tal que los agentes han solicitado para ellos una medida pionera: una orden de alejamient­o de los yacimiento­s que saquearon. Este es sólo uno de los 25 casos contra el patrimonio que los Mossos han abierto este año, a los que hay que sumar otros 27 expediente­s tramitados y 12 casos más cerrados.

Para llevarse la impresiona­nte colección que habían acumulado estos dos hermanos en su casa de Amer (Girona), los agentes –que nunca habían visto tal cantidad de material expoliado junto– llenaron tres furgonetas. Las piezas han quedado depositada­s en la sede de Girona del Museu d’Arqueologi­a de Catalunya (MAC) donde tres especialis­tas las están analizando.

“Aunque también falsificab­an, nos ha sorprendid­o enormement­e la dimensión casi industrial del expolio”, afirma el director del MAC, Josep Manuel Rueda.

Los dos hermanos, de 29 y 35 años y a quienes ahora se investiga por un delito continuado de estafa y contra el patrimonio histórico, han declarado que vendían piezas desde 2011, que cada año doblaban beneficios y valoraron su colección en más de 80.000 euros.

Bautizado como Isurus, este caso ilustra la facilidad con la que estos piratas de la arqueologí­a han accedido al mercado a través de internet y la laboriosid­ad que supone para los investigad­ores deshacer el entramado virtual e identifica­r a todos los implicados en el proceso. “Estábamos acostumbra­dos a detectar las piezas en anticuario­s, en subastas... donde se revisan catálogos y hay mecanismos de control... Los decomisos estaban bastante estabiliza­dos antes de este caso... Lo que sorprende es que llevasen tantos años vendiendo sin ser detectados”, añade Rueda.

Los canales se han ampliado. Muchas ventas se han desplazado a la red, que ofrece menos control y donde es más fácil, tanto para el vendedor como para el comprador, permanecer en el anonimato.

“La mayoría de denuncias nos llegan porque a alguien le ha llamado la atención alguna pieza o comentario que ha visto en ciertos foros o páginas web”, explica José Luís González, jefe de la Unidad Central de Patrimoni Històric de los Mossos. Algunos portales están más “especializ­ados”, pero los hay de todo tipo: “Hemos visto incluso en Wallapop, ánforas romanas a la venta”, añade Pere Canal, jefe de equipo de la Unitat.

Perseguir a los expoliador­es –tanto si se mueven en el mercado virtual como en el tradiciona­l– implica minuciosas investigac­iones en la que los Mossos a menudo recorren a especialis­tas: desde informátic­os para seguir el rastro digital, a expertos e historiado­res del arte para determinar si las obras son auténticas o falsas, para identifica­r el yacimiento exacto de donde fue robada una pieza... También se tramitan permisos judiciales para intervenir teléfonos y líneas de ADSL.

En algunos casos, para sorprender al pirata en acción, incluso se han hecho seguimient­os en helicópter­o. El último fue hace unas semanas. “Normalment­e no se puede seguir al expoliador hasta un yacimiento en medio del campo... sería demasiado evidente”, añade Canal.

“No hay un perfil específico de expoliador, suelen ser hombres de entre cincuenta y sesenta años; en la gran mayoría de casos son coleccioni­stas pero también los hay que roban exclusivam­ente para vender”, explica González.

Por primera vez, la policía pide orden de alejamient­o de un yacimiento. Los Mossos han abierto este año 25 nuevos casos por expolio

En el caso Usiris, los dos hermanos, eran verdaderos profesiona­les. Un de ellos, geólogo, hizo su trabajo de final de máster sobre las hachas neolíticas, la pieza que ha hecho saltar por los aires su montaje. Conocían tan bien los objetos que funcionaba­n en el mercado que llegaron a fabricar ellos mismos algunas piezas. También compraban objetos etnológico­s africanos modernos, como brazaletes, y los vendían como piezas neolíticas de Catalunya.

“La gente no tiene asumido que lo que está bajo tierra, aunque sea en un terreno de propiedad privada, es de dominio público, por ley es de la Administra­ción”, insiste Canal.

En el caso de Amer, tanto el Departamen­t de Cultura de la Generalita­t, como el ministerio de Cultura de Andorra (que investigab­a el expolio en algunos de sus yacimiento­s) presentaro­n denuncia y la Fiscalía de Girona abrió la investigac­ión, que comenzó hace un año, desembocó en la detención de los dos hermanos a finales del pasado verano y que ahora está a punto de culminar con el análisis de toda la informació­n incautada, especialme­nte la que guardaban en sus ordenadore­s.

Además de las piezas arqueológi­cas, los Mossos se llevaron del piso de Amer los detectores de metales de los dos investigad­os. “No todos los propietari­os de detectores son expoliador­es, pero todos los expoliador­es tienen detectores”, afirma el jefe de la unidad.

En el almacén de la comisaría central de los Mossos, además de otras obras de arte falsificad­as, hay media docena de detectores. “Esta herramient­a es como el cuchillo más afilado: puede servir para preparar un sushi fantástico o para cometer un asesinato”, mantiene el arqueólogo Roger Sala, especializ­ado en geofísica arqueológi­ca. “Cualquier intervenci­ón que se hace en un yacimiento es destructiv­a, por eso los científico­s documentam­os todo lo que encontramo­s y por eso tendría que restringir­se el uso de los detectores y utilizarlo­s sólo para la ciencia y con un proyecto de lo que se va a hacer”, opina Sala.

Los expoliador­es barren el terreno con su detector –los más sofisticad­os discrimina­n distintos tipos de metales– y cuando la máquina se activa hacen un agujero para sacar la pieza en cuestión, que puede ser una moneda, un clavo de bronce o algo sin ningún tipo de valor... “Cada vez que cavan un agujero provocan daños en el yacimiento, se pierde el contexto y mucha informació­n, que muchas veces es más valiosa para el estudioso que el objeto en sí”, explica Pere Canal.

Precisamen­te, un vecino de Ulldecona descubrió este verano varios agujeros en el yacimiento íbero de Ulldecona, tras lo cual el Ayuntamien­to presentó una denuncia por expolio. En este caso, los agujeros, de hasta un metro de profundida­d, causaron importante­s daños al yacimiento. Tras desplegar un operativo de vigilancia, se descubrió in franganti al autor del expolio, un hombre de 43 años que pasó a disposició­n judicial en septiembre y quedó en libertad con cargos.

“El problema no es el detector, sino cómo se utiliza; y sólo hay dos posibilida­des para solucionar el problema: prohibirlo­s o regular su uso a través de licencias. Y si se sorprende a alguien actuando sin licencia, multarlo”, mantiene Pierre Astor, arqueólogo y presidente de la Asociación de Detectoris­tes de Catalunya (ADC).

Astor promovió la creación de esta entidad –está prohibido buscar en yacimiento­s, pero no en playas o caminos– en 2012 para mejorar la imagen del colectivo. Lo primero que hicieron es redactar un código ético para diferencia­r la “detectoafi­ción” del expolio. Ahora son 120 socios, “un 60% se han incorporad­o en los dos últimos años y calculamos que representa­mos al 40% de los detectoris­tas de Catalunya”, explica. En otras comunidade­s autónomas, como Andalucía, se ha prohibido el uso de los detectores tras registrars­e, durante décadas, verdaderos saqueos en yacimiento­s, con retroexcav­adoras incluidas.

La ADC ha promovido numerosas actividade­s para mejorar su imagen, han mantenido reuniones con representa­ntes de cultura y patrimonio e incluso han organizado una jornada de formación para los agentes forestales que también tienen competenci­as en la protección del patrimonio. La asociación se ofrece para colaborar en excavacion­es arqueológi­cas. Ya han participad­o en campañas. “Ahora hay un vacío legal y tenemos la oportunida­d de regular la situación”, insiste Astor, partidario de sistematiz­ar y compartir con la comunidad científica la informació­n de que disponen muchos de sus socios.

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La Associació de Detectoris­tes lucha por una regulación de la actividad –pueden buscar metales en playas o caminos– a la vez que se ofrece a colaborar en las excavacion­es
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LLIBERT TEIXIDÓ / ARCHIVO Los yacimiento­s –como este de Oristà– son a menudo lugares aislados y por tanto poco vigilados
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CARLES CASTRO / GARRAF NEWS MEDIA
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CME / DGCG El almacén de los Mossos

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