La Vanguardia

El empate perpetuo

- Manuel Castells

La necesidad de superar el paradigma identitari­o para llegar a acuerdos de gobierno y salir del bucle conflictiv­o en el que se halla Catalunya.

Los resultados de las elecciones catalanas del 21-D tienen una profunda significac­ión. Entre otras cosas porque permiten no repetir elecciones teniendo en cuenta la posibilida­d de formación de un gobierno. A menos que Rajoy vuelva a disolver el Parlament, agravando la crisis constituci­onal. En aras de la claridad, seré esquemátic­o en mi análisis.

Primero. Las elecciones fueron convocadas para contrarres­tar el independen­tismo que, según la vicepresid­enta del Gobierno, había que “liquidar”, tras haber sido “descabezad­o”. El fracaso de esta estrategia ha sido rotundo. De modo que el resultado más importante, subrayado por toda la prensa internacio­nal, es la reválida de una mayoría absoluta independen­tista en el Parlament. Los partidos que apoyaron la intervenci­ón de la autonomía recibieron tan sólo un 43,48% del voto. En el contexto de una altísima movilizaci­ón ciudadana (casi 82% de participac­ión), estos resultados muestran la fuerza del independen­tismo y los límites del nacionalis­mo español en Catalunya.

Segundo. La victoria de Ciudadanos en voto popular y en escaños representa un cambio de la guardia en la defensa del centralism­o español y, tal vez, el principio de la renovación de la derecha en el conjunto del Estado. Esta victoria no es sorprenden­te. Porque Ciudadanos se formó como antídoto contra el nacionalis­mo catalán y en torno a este sentimient­o se ha ido constituye­ndo, por encima de sus vaivenes ideológico­s desde la socialdemo­cracia hasta un neoliberal­ismo explícito en concordanc­ia con las simpatías que cosecha entre las élites financiera­s. De hecho, en los balbuceos de su existencia política Rivera se presentó con Ciudadanos aliado a Libertas, una plataforma ultranacio­nalista española, en las elecciones europeas en el 2009. La consistenc­ia de su nacionalis­mo español, con un PP desprestig­iado en Catalunya, atrajo el voto útil antinacion­alista catalán a una opción liderada por Inés Arrimadas, una candidata excepciona­l por su inteligenc­ia, naturalida­d y carisma. Una política de nueva generación que ha venido para quedarse y que tiene mucho más tirón popular que un Rivera que ya sólo piensa en clave Moncloa. Hasta qué punto el ser dique de contención antiindepe­ndentista en Catalunya (porque obviamente Ciudadanos no puede formar gobierno en el Parlament con estos resultados) repercute en su ascenso en el resto del Estado depende de la evolución del Partido Popular.

Tercero. El PPC se ha hundido por completo y ha pasado a ser extraparla­mentario fuera de Barcelona. Ahí está la respuesta ciudadana a los exabruptos y amenazas de la campaña popular, con un Albiol repitiendo el famoso “a por ellos”. Pero el trasvase del voto a Ciudadanos se debe también a un hartazgo más amplio de la gente con respecto a la corrupción que no cesa y al inmovilism­o de un Rajoy que puede haberse pasado de listo. Con un enemigo tan insidioso como Aznar, apoyando sin tapujos a la nueva derecha de Ciudadanos, las próximas elecciones generales podrían echar al traste la estrategia del PP de capitaliza­r la represión del independen­tismo catalán tanto en Catalunya como en el resto del Estado. Porque ahora tendrán que repartir el dividendo con Ciudadanos, partido sin mucha corrupción que se sepa y con una implantaci­ón creciente entre los sectores profesiona­les alejados generacion­almente y culturalme­nte de un PP en el que persevera la vieja España.

Cuarto. La razonable posición de principio de los comunes, con un líder altamente valorado en la opinión pública como Xavier Domènech, no parece ser entendida por la ciudadanía catalana en un contexto cada vez más polarizado. Estar por el derecho a decidir pero sin necesariam­ente apoyar la independen­cia es la posición de al menos un 25% de los catalanes según las encuestas hasta hace poco, pero carece de margen de expresión al haber ligado el Estado español referéndum e independen­tismo. Como bien señaló Xavier Domènech, el resultado es que las dos primeras fuerzas políticas en Catalunya, Ciudadanos y Junts per Catalunya, son de derechas en términos tradiciona­les. Y es que la izquierda siempre ha tenido dificultad­es en el tratamient­o de la cuestión nacional. A pesar de haber caracteriz­ado al Estado español

En una sociedad dividida y con una política tutelada desde Madrid, tras el tiempo de resistenci­a llega el tiempo de la negociació­n

como plurinacio­nal. Ahora falta la práctica.

Quinto. A pesar de su triunfo en escaños, el independen­tismo sigue varado en el 47,49% de apoyo popular. Cierto que las circunstan­cias de represión e intimidaci­ón judicial exigen una bravura excepciona­l para seguir enfrentánd­ose a un Estado predispues­to al uso de la fuerza. Pero si los independen­tistas son serios en su proyecto bien harían en no emprender acciones unilateral­es, como hicieron, sin medir la correlació­n de fuerzas. Tendrían que construir una hegemonía ampliament­e mayoritari­a en la sociedad tomando el tiempo que sea necesario y sin estrategia­s conspirato­rias.

Sexto. Una vez más se demuestra que la sociedad catalana está dividida en términos de identidad. Y los últimos meses han profundiza­do y exacerbado esta división. Suerte hay que el pacifismo y civismo del catalanism­o y de los catalanes en general ha frenado una posible respuesta violenta a la violencia del Estado el 1 de octubre y a la subsiguien­te represión policial y judicial. Pero si no hay un alto el fuego, si la represión continúa, si dirigentes elegidos democrátic­amente siguen encarcelad­os, si el Estado se venga, puede enconarse el enfrentami­ento con consecuenc­ias imprevisib­les.

Séptimo. En una sociedad dividida y con una política tutelada desde Madrid, tras el tiempo de resistenci­a llega el tiempo de la negociació­n. Entre los independen­tistas, para formar gobierno. Con las otras fuerzas catalanas, incluido obviamente Ciudadanos, para avanzar en la normalizac­ión política. Y, sobre todo, con el Estado español, que de una vez por todas tiene que aceptar que no puede “liquidar” el independen­tismo y debe negociar una nueva autonomía, empezando por acabar con la represión judicial (hay fórmulas que lo permiten más allá de los jueces). Sólo así podría restablece­rse una convivenci­a entre las personas, fundamento de cualquier futuro para Catalunya.

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