La Vanguardia

La carrera más larga

Roger Roca revisa su pasado: ¿habrá un trabajo más duro que el del maratonian­o?

- No quiero un final feliz, sólo quiero serlo Zahara Sergio Heredia

Entrevista a Roger Roca, hasta hace dos años un maratonian­o profesiona­l que llegó a registrar 2h16m32s, una marca al alcance de muy pocos atletas.

Lo confieso. He robado la cita que abre esta historia.

Se la he robado a Roger Roca (39), que la había utilizado para su libro, Camino hacia

un sueño (Cossetània).

No me cabe otra. Analizando la cita, llego a entenderle. Hasta hace dos años, Roger Roca era un corredor de fondo. Un corredor profesiona­l de fondo. Un maratonian­o profesiona­l. Llegó a registrar 2h16m32s.

¿Cómo se puede ser eso, un maratonian­o profesiona­l?

Lector, le propongo que entre en el partido. Hay 25.000 tipos en la salida de un maratón. Lo que viene ahora es una tortura de dos horas largas. Solo unos pocos, los primeros, rascarán algo de dinero. Para lograrlo se dejarán la piel. Para llegar hasta aquí se han dejado la piel. No hay más tiros. No habrá más oportunida­des. Esta carrera marcará el año. Entrará dinero en la cuenta, o no entrará. Los niños seguirán yendo a un buen colegio, o no. Los organizado­res seguirán contando contigo, o no. Los patrocinad­ores te están mirando con una lupa. Te medirás a tipos desesperad­os por superarte. Tipos como tú.

Va a doler.

–¿Era feliz haciendo eso? –le pregunto. –Desde que era un niño siempre quise ser corredor, campeón olímpico de maratón. Apúntelo así: campeón olímpico de maratón.

–Ya, pero...

–Es cierto. A veces me lo apostaba todo a una carta. Por ejemplo, vámonos al maratón de Berlín, en el 2004. Estaba en la salida, y me veía jugándome la mínima para el Mundial del 2005 y la beca. Llevaba a cuestas tres meses terribles de entrenamie­nto. Lo había dado todo. Había llegado a sumar alrededor de 200 kilómetros en una semana. Había renunciado al 100% de las cosas. Había pedido dinero a muchos.

–¿Y eso?

–Tenía que cubrir el día a día. Entonces aún no me había sumergido en el mundo de las carreras populares. Eso vendría luego. Y ahí gané más dinero. Pero en el 2004...

–Eso, no perdamos el hilo. ¿A quién pidió dinero?

–A mi novia (hoy la madre de sus hijos, Gala y Jan). A mis padres... Yo me dedicaba solo a entrenarme. Había dejado mi trabajo. Me había apartado de toda vida social. Los amigos venían a ayudarme en los entrenamie­ntos. Tiraban de mí. Había mucha gente implicada. Era mi última oportunida­d. Me había pagado aquel viaje a Berlín... Estaba en la salida y me decía: ‘Esta es tu última oportunida­d. Si no sale, tendrás que dejarlo. Ya no te queda ni para zapatillas’.

–¿Y...?

–La cosa salió mal. No encontré el ritmo. No iba. En el kilómetro 33 me retiré.

–¿Y...?

–Entendí que no sería campeón olímpico. Que mi vida debía cambiar. –Repito, ¿era feliz?

–Tiene razón, ser maratonian­o profesiona­l tiene que ser uno de los peores trabajos. Pero cuando estás inmerso en toda esta historia, lo ves de otro modo. No te das cuenta. Tu vida es un objetivo. Y vas a por él. Al fin y al cabo, es lo que me gustaba hacer. Correr. –Pero está el dolor.

–No me hable. Cuando me despertaba, por la mañana, llegar a la cocina era terrible. Iba agarrándom­e a las paredes. Me tenía que sentar en un taburete e ir colocándom­e: el día arrancaba muy poco a poco. Luego salía a correr y después me estiraba a descansar. Y por la tarde volvía a correr y luego me volvía a estirar. La fatiga no te deja hacer nada. Si sale el niño corriendo, no puedes ir tras él. No podía aparecer en la calle sin la chaqueta. No podía constiparm­e. No podía dormir mal. Pero ¿qué quiere que le diga? También es duro pasarse ocho horas al día ante una máquina.

De aquel disgusto en Berlín se repuso. Hubo un duelo.

Luego entró en el mundo popular. Brillaba en ese espacio. Un año más tarde, sorpresa: ganaba el Campeonato de España de maratón. Y entraba el dinero. Bastante dinero.

–No me era difícil ganar entre 500 y mil euros en un fin de semana. Eso sí, competía casi siempre. También entré en el mundo del duatlón, muy bien considerad­o en Francia. Gané cinco ligas francesas y cuatro copas.

Así pasó mucho tiempo. Ganaba carreras. Calcula que la mitad de los sesenta medios maratones que ha disputado (registró 1h03m57s). Ganaba dinero. Entre él y su mujer sacaban a la familia adelante. Una buena casa en Igualada. Y un segundo trabajo a tiempo parcial.

Pero al final, basta.

–Es inevitable, mi nivel iba bajando. Todo es relativo. El año pasado, aún ganaba el campeonato de Catalunya de maratón. Marcó 2h28m. Lo dice como si nada. Para él, ese registro tiene un valor menor.

Ahora es el gestor de la tienda de Orbea en Barcelona. Y el director deportivo de la Cursa de Bombers. Y ayuda en sus entrenamie­ntos a Marta Galimany, esperanza del fondo en España.

–Ahora, mi vida es más fácil. Pero tres o cuatro días a la semana aún salgo a correr. –¿Y va fuerte?

–Si voy, voy.

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ANA JIMÉNEZ Roger Roca, en las gradas del Club Universita­ri de Barcelona, el miércoles
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