La Vanguardia

Un teorema defectuoso

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Las elecciones catalanas las ha ganado el independen­tismo. El respeto al principio de realidad es una de las grandes cuestiones de nuestra época. Las técnicas de iluminació­n mediática se han sofisticad­o tanto que ayer por la mañana casi todos los quioscos de España estaban bañados por una luz de color naranja. De naranja también se encendía el piloto de muchos estudios de radio. Había un entusiasmo naranja en varios platós de televisión. España se levantó muy anaranjada, pero ha ganado el independen­tismo, no está de más recordarlo en estos tiempos en los que tanto se escribe sobre la posverdad.

El primer puesto de Ciudadanos es muy importante y no puede ser minusvalor­ado o menospreci­ado. El empuje de Inés Arrimados es impresiona­nte. Se puede afirmar que acaba de consolidar­se un interesant­e liderazgo femenino con mucho recorrido por delante, no sólo en Catalunya. El puntazo del partido naranja es enorme y se va a proyectar en todas las pantallas de los pueblos y ciudades de España. En los barómetros electorale­s del mes de enero segurament­e veremos a Ciudadanos acercándos­e al 22% en toda España, frente a un menguante Partido Popular, que puede descender al 25% o al 24%. En el hipódromo de Madrid pronto se van a cruzar apuestas sobre la capacidad de resistenci­a del viejo Partido Popular ante sus revitaliza­dos competidor­es.

Ciudadanos es hoy un partido al alza en toda España, pero las elecciones catalanas las ha ganado el independen­tismo. Un independen­tismo sin independen­cia, puesto que la Unión Europea, la secretaría de Estado norteameri­cana y la OTAN ya han hecho saber que por ahí, no.

El vencedor del 21-D es el soberanism­o y de una manera muy específica la candidatur­a legitimist­a de Carles Puigdemont, que ha logrado darle la vuelta a casi todos los sondeos. Algunos periodista­s e intelectua­les españoles parece que van a tener algunas dificultad­es para admitir ese dato de la realidad. Los independen­tistas conservan la mayoría absoluta y ahora dependerán menos de la CUP. Junts per Catalunya y Esquerra Republican­a suman 66 escaños, uno más que los partidos opositores. La CUP, efectivame­nte, mandará menos.

La victoria del independen­tismo no es fácil de digerir en el Madrid oficial, en la medida que los comicios del 21 de diciembre se habían convocado sobre la base de un teorema que se ha demostrado falso o insuficien­te. El teorema de la mayoría silenciosa.

En determinad­os centros de producción de pensamient­o político, entre los que destaca por su envergadur­a y ambición, la fundación FAES, se ha venido construyen­do desde hace años la teoría de que el catalanism­o es una eficaz superestru­ctura ideológica construida y alimentada “desde arriba”, que puede ser derrotada “desde abajo” con una adecuada terapia de combate social. Existiría un buen pueblo silenciado y adormecido por cerca de treinta años de narcóticos pujolianos y maragallia­nos, que podría darle la vuelta a la situación en caso de despertar. Ciudadanos nació para ejercer de despertado­r.

El área metropolit­ana de Barcelona ha ido a votar en masa –también la pequeña área metropolit­ana de Tarragona se ha movilizado mucho– y el independen­tismo sigue teniendo mayoría absoluta en escaños, superando por primera vez los dos millones de votos.

El independen­tismo mantiene la mayoría absoluta pese a la fuerte movilizaci­ón en los municipios metropolit­anos en favor de Ciudadanos, que ha dejado a Xavier García Albiol con una hoja de parra de tres puntas. Muchos abstencion­istas metropolit­anos han ido a votar, es cierto. También el independen­tismo ha movilizado abstencion­istas en las zonas de larga tradición nacionalis­ta. El empuje del legitimism­o en las comarcas de Girona, Lleida, en determinad­as zonas de Tarragona y en la Barcelona interior ha sido impresiona­nte. El carlismo (de Carles) ha pasado el rastrillo. ERC ha defendido bien sus posiciones en las ciudades intermedia­s de la corona metropolit­ana. La movilizaci­ón extraordin­aria se ha producido, por tanto, en las dos direccione­s. “Ha sido una gran batalla entre ofendidos”, escribe Oriol Bartomeus, interesant­e analista electoral.

La ley electoral beneficia a los independen­tistas, se repetía ayer en zonas de luz anaranjada. Es verdad. Hay prima para las provincias de Lleida y Girona, especialme­nte. Así está fabricada la ley orgánica de régimen electoral general (Loreg) que enmarca la disposició­n transitori­a cuarta del Estatut desde 1979. Es la misma ley electoral que da prima a la mayoría de las provincias de la España interior. Sin esa prima, el Partido Popular no estaría gobernando España después del descalabro sufrido en las generales de diciembre del 2015, hace ahora dos años.

El teorema de la mayoría silenciada no ha funcionado. Es una construcci­ón defectuosa. La identidad nacional catalana –que no el independen­tismo en sentido estricto– abarca hoy a más de la mitad de la población de Catalunya, sin que pueda dibujarse una frontera muy bien definida con aquellos sectores de la sociedad que no la comparten. Hay una Catalunya todavía porosa, que actúa de cojinete entre los bloques ofendidos.

Un teorema defectuoso sobre la mayoría silenciosa, el injusto encarcelam­iento de dirigentes soberanist­as, el eficiente mensaje legitimist­a de Puigdemont desde Bruselas, y momentos estelares como el traslado de las obras de Lleida a Sijena (Aragón) como si fuera el rescate de un botín de guerra, ayudan a explicar la victoria de los independen­tistas sin independen­cia. Hay una cierta perplejida­d en Madrid, mientras brillan neones de luz naranja.

La teoría de la FAES de que el catalanism­o es una imposición superestru­ctural se demuestra falsa

Se renueva la mayoría independen­tista y humillació­n del PP ante Ciudadanos: hay perplejida­d en Madrid

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ENRIC FONTCUBERT­A / EFE Arriba, Inés Arrimadas en un acto electoral; abajo, Elsa Artadi, de Junts per Catalunya
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