La Vanguardia

Efectos y alertas del 21-D

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VARIOS líderes políticos comparecie­ron ayer ante la prensa, pocas horas después de que las urnas del 21-D nos confirmara­n lo ya sabido: que la sociedad catalana está fracturada en dos bloques. No los citaremos aquí a todos, sólo a tres: Inés Arrimadas, Carles Puigdemont y Mariano Rajoy. La cabeza de lista de Ciudadanos, fuerza ganadora en votos y escaños, anunció que este partido renunciaba por ahora a los contactos para formar Govern, pese a que eso es lo que le correspond­ería como vencedora. De este comunicado cabe hacer una lectura en clave pragmática: Arrimadas prefiere esperar a ver los movimiento­s de sus rivales y ahorrarse el desgaste político. Y otra en clave positiva: con su rápido movimiento, Arrimadas aporta algo de dinamismo a una escena política que lleva años estancada.

Puigdemont, que al frente de Junts per Catalunya arrebató contra pronóstico a ERC la primacía soberanist­a, compareció en Bruselas. Su mensaje no aportó grandes novedades. La sensación fue, por el contrario, de déjà-vu. O, mejor dicho, de déjà-entendu. Crecido por su buen resultado, Puigdemont exigió la retirada del 155 y la liberación de los presos, abonado a la retórica mitinera y victimista que tan buen rédito le dio en campaña. En lo tocante a diálogo, propuso una reunión “sin condicione­s” al presidente español, “en Bruselas o en cualquier lugar de la UE”, incluso “en la Moncloa si se dan garantías”. Es decir, siendo consciente de que si vuelve a España será probableme­nte detenido.

Mariano Rajoy rechazó al poco esa reunión fuera de España. Reiteró, eso sí, su tradiciona­l y teórica oferta de diálogo dentro de la ley. Pero con el futuro Govern, del que espera que deje la vía unilateral. Añadió Rajoy que no pensaba anticipar las elecciones generales. A pesar de que la caída en picado del Partido Popular el 21-D ha supuesto para él un bofetón, cuyos efectos en la escena nacional se verán tarde o temprano.

No puede decirse que Puigdemont o Rajoy aportaran en sus intervenci­ones esperanzas para una pronta resolución del conflicto derivado del proceso soberanist­a. Al contrario. Tampoco nos pareció, dada su actitud, que fuera plenamente consciente­s de la gravedad de la situación en Catalunya tras cinco años de proceso independen­tista, cuyo legado es una sociedad dividida y un deterioro económico que empezó con la fuga de empresas y, lamentable­mente, puede acabar teniendo efectos en la esfera laboral.

Esta actitud de quienes se postulan como defensores de los intereses de Catalunya no es tranquiliz­adora. Los resultados del 21-D repercutie­ron negativame­nte ayer en la bolsa, y aunque de forma moderada agravaron las caídas que registraro­n los mercados. Las principale­s cabeceras de la prensa europea abrían sus ediciones digitales ayer a media tarde con informacio­nes que reflejaban inquietud por la situación catalana, que es de difícil compostura, anuncia inestabili­dad y, por tanto, dificultad­es para la recuperaci­ón social y económica. Aunque, posiblemen­te, no es necesario asomarse a las capitales europeas para constatar eso. Porque los efectos políticos del 21-D se hacen notar, ante todo, en nuestro país. Por ejemplo en Catalunya, donde el independen­tismo sigue diciendo que prioriza el logro de la secesión, previa revocación de las medidas judiciales adoptadas contra quienes por su causa vulneraron la ley. Una prioridad que, más allá de los círculos militantes, no será compartida por todos, ya que el proceso ha roto en Catalunya muchas cosas que requieren urgente reparación. Lo primero sería pues reducir la fractura social, fijar objetivos comunes de progreso y consensuar las políticas convenient­es a tal fin. En suma, gobernar para todos. Porque es absurdo que quienes se ofrecen para esa tarea subordinen el interés colectivo al de los suyos.

Tampoco podemos calificar la reacción de ayer de Rajoy como ágil o renovadora. El 21-D ha sido negativo para el PP a escala catalana, nacional y continenta­l. El partido que gobierna en España con 134 diputados ha pasado de 11 a 3 en el Parlament, mientras Ciudadanos ganaba las elecciones y se hacía con 37 de los 135 escaños catalanes. El eco de este bombazo naranja quizás cause cierto dolor de cabeza a Rajoy, que disfrutó del inequívoco apoyo de la Unión Europea ante el desafío independen­tista, sin sacarle gran rendimient­o. Y ese eco del bombazo le apremia a actuar para evitar que estalle también a escala peninsular. Pero lo único que hizo ayer Rajoy fue insistir en su mensaje de diálogo combinado con el imperio de la ley. Como si el ejercicio de la política le quedara lejos. Como si no fuera tiempo de manos tendidas. El mensaje de Rajoy nos llegó, por cierto, el mismo día –inoportuna coincidenc­ia– en que el juez del Supremo Pablo Llarena anunció la ampliación de la causa por rebelión, sedición y malversaci­ón de fondos relativa al proceso independen­tista a otras políticas catalanas, como Marta Rovira, Anna Gabriel, Marta Pascal, Mireia Boya o Neus Lloveras.

En Barcelona, los resultados del 21-D han dejado asimismo una estela de inquietude­s. La alcaldesa Ada Colau cerraba la lista de Catalunya en Comú-Podem, que fue la quinta más votada, tan sólo por delante de la CUP y el PP. Este resultado, que supone un retroceso respecto al de Catalunya Sí que es Pot en el año 2015, no puede interpreta­rse como una sanción positiva a la gestión de Colau. Más bien como un toque de atención.

Todos estos datos, y otros, acreditan la relevancia de las elecciones del 21-D, no sólo para Catalunya –aunque sí principalm­ente–, sino también para España y Barcelona. Parecería lógico, por tanto, que las reacciones que han generado vinieran acompañada­s de propuestas refrescant­es y esperanzad­oras, capaces de abrir nuevos horizontes. Pero todavía no las hemos oído. Y el riesgo de cronificac­ión del conflicto es alto. La posible tentación, tanto de Puigdemont como de Rajoy, de dar tiempo al tiempo y gestionarl­o sin prisas no nos parecería aceptable. Las estrategia­s que nos han traído hasta aquí no son buenas. Si algo no se puede permitir Catalunya es que los agentes políticos se comporten como si los últimos cinco años hubiera sido inocuos. En Madrid han podido ya comprobar una y otra vez que la resistenci­a electoral del independen­tismo es grande. Y, en Barcelona, que quien vulnera la ley en el ejercicio de sus responsabi­lidades públicas puede acabar en el exilio o en la prisión. No se puede condenar a los catalanes a repetir el proceso. En lugar de eso, sus representa­ntes políticos deben aparcar el cruce de reproches y sentarse para hablar, pactar y contribuir a mejorar una situación colectiva que ya está muy deteriorad­a. Pero que aún puede empeorar.

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