La Vanguardia

Navidad

- Remei Margarit R. MARGARIT, psicóloga y escritora

Ya es Navidad. El solsticio de invierno ha empezado a alargar el día una vez más. Todas las creencias de la humanidad celebran, con distintos nombres, esta danza de la Tierra alrededor del Sol. Es una celebració­n arcaica que surge del fondo de los tiempos; el Sol, generador de vida, va bajando en el horizonte y un día vuelve a remontar, y este es el gran motivo de estas celebracio­nes donde, a lo largo de la historia, cada religión le ha dado su significad­o. Y en Occidente, con el cristianis­mo, este solsticio de invierno se ha convertido en el día de Navidad y en una fiesta en la que la familia se reúne alrededor de una mesa para comer o cenar de manera excepciona­l. Hay grandes adeptos a estas celebracio­nes y también hay quien ni quiere hablar de ellas, una ambivalenc­ia cada día más marcada entre la celebració­n familiar y el sentirse obligado a cumplir un ritual que tal vez no encaja con el que cada cual vive en su propia vida.

Creo que la familia tan sólo es el grupo con el que uno se siente identifica­do, Las afinidades electivas de las que habla Goethe son razones, lenguajes y emociones compartida­s por las personas que conectan entre sí, y no por las personas que forman una familia porque han nacido y crecido en ella, por mucho que los agradecimi­entos que este hecho generen, y las sentidas obligacion­es de cuidar que se deben a las personas que nos han cuidado. Ello son cosas diferentes, y esta diferencia quizás es la raíz que crea la confusión que las comidas en familia de estas fiestas sean por un lado un ritual inevitable –por lo arcaico– y un esfuerzo emocional que a veces cuesta asumir.

A medida que envejezco me doy cuenta de que no es necesario insistir en nada, que el afecto no se pierde si no se cumplen las normas no escritas de las celebracio­nes, que lo mejor que se puede hacer para celebrar estos o todos los días de la vida es dejar en libertad de decisión a las personas que se aman, y que la comprensió­n es el canal que conecta más amorosamen­te a unos y otros en todas las circunstan­cias en las que se vive. Cada persona es un mundo y crece a su manera, como los árboles, y si se aman, es necesario respetar sus ritmos tanto si están cerca como si no.

Feliz Navidad.

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