La Vanguardia

Una biografía desvela al Beethoven más humano

Jan Swafford, autor de la biografía de Beethoven

- NÚRIA ESCUR

EQUÍVOCOS SOBRE BEETHOVEN

“Tomarlo como símbolo de genio es un error; yo evito el término de genio y obra maestra”

GENEROSO Y CONTRADICT­ORIO

“Una pianista perdió una hija; Beethoven fue a su casa, tocó para ella y se fue sin decir nada”

Lleva tanto rato hablando del músico que agota su cargamento de Strepsils. Como todos los expertos coincide en que Beethoven fue un hombre difícil. “Tanto por su áspera, irritable y cruda personalid­ad como por su música, que abrazaba desde lo vulgar a lo trascenden­te, se convirtió en la quintaesen­cia del género romántico”, mantiene Jan Swafford en su introducci­ón a esta intensa biografía. Por eso puntualiza que él ha querido escribir un libro sobre Ludwig van Beethoven como hombre y como músico, no como mito.

El compositor estadounid­ense Jan Swafford (Tennesse, 1946), maestro en teoría y musicologí­a en el Conservato­rio de Boston y de Escritura en la Universida­d Tufts, es creador de piezas neorrománt­icas, de influencia­s cosmopolit­as –en especial música hindú y balinesa, jazz y blues– que él define así: “Música que suena a familiar a pesar de ser nueva, obras que suenan tal como si ellas se escribiese­n”. Autor de prestigios­as biografías musicales –de Charles Ives a Johannes Brahms– Swafford presenta ahora su biografía Beethoven (Acantilado), con traducción de Juan Lucas. Doce años de trabajo.

Sus seminarios sobre Beethoven están llenos de jóvenes músicos cuyas vidas profesiona­les estarán vinculadas para siempre al compositor. ¿Cómo es el temperamen­to de un beethoveni­ano? El beethoveni­ano es aquel intérprete al que le gusta enfrentars­e a las profundida­des de la música. Mozart pide otra cosa, no digo que sea superficia­l pero no tiene su densidad. Mozart se basa en la perfección, lo lapidario... Todos los intérprete­s tienen sus preferenci­as y solamente algunos –¡pocos!– músicos, pueden tocar a cualquier compositor del mismo modo.

Un ejemplo de ese reto. Recuerdo una muy buena pianista que tocó una sonata de la época tardía de Beethoven. Cuando llevaba cinco minutos... se paró y dijo “¡Creo que voy a volverme loca!”. No se sentía con fuerza. “Puedo tocar todas las notas pero aún no estoy preparada por dentro”.

De todo lo que ha aprendido en doce años de trabajo sobre Beethoven ¿qué dato le sorprendió? Sus contradicc­iones. La generosida­d. Era un hombre difícil, dedicó la vida a la humanidad y sin embargo las personas no le interesaba­n. No mostraba ninguna empatía por la gente. Ni una. Lo que sí tenía era una enorme compasión, quería que su música calmara el sufrimient­o humano. Si de un enemigo suyo le

decían que tenía problemas económicos él era capaz de ayudarle. No he acabado de entender nunca esta contradicc­ión de su carácter.

Ayudaba sin hablar.

Una pianista perdió una hija. Beethoven fue una noche a su casa, se sentó al piano, tocó para ella durante una hora y se fue sin decir nada... Ella jamás lo olvidó.

Durante siglos Beethoven (Bonn, 1770-Viena, 1827) ha sido inevitable­mente zarandeado por biógrafos y escritores. ¿Cuál diría que ha sido el equívoco más repetido sobre él? Tomarlo como símbolo de genio. Lo escogieron como ejemplo de culto al genio sublime. Y esa era una

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LA MÚSICA Y LA ESTIRPE “De niño lo destinaron a eso; a los cuatro años su padre le inició muy severament­e, a golpes”

UN ‘EVOLUCIONA­RIO RADICAL’ “Un revolucion­ario es quien derroca el pasado porque no lo soporta; pero él no era así”

SU ACTITUD CON LAS MUJERES “Todas las mujeres le rechazaron, excepto una, pero él nunca les cuestionó ese derecho”

visión que la gente tenía de él cuando en realidad él nunca fue un hombre romántico. Era un hombre del siglo XVIII que había acumulado mucha mochila al que colgaron la etiqueta de lunático; para la gente no era un ser humano sino alguien subido a un pedestal.

¿Rechaza esa imagen de mito?

Yo tenía muchas ganas de acabar con esa imagen. Y de hecho hay dos términos que evito, en el libro: genio y obra maestra.

Usted reconoce que en su vida se ha encontrado con muchas personas con talento pero poquísimos genios. Que esa es “una rara cualidad”. ¿Qué marca el paso de una categoría a otra?

No sé si eso ocurre en España pero en Estados Unidos ha surgido un movimiento que niega la existencia del talento. Y por tanto la genialidad. ¡Pero existe, claro que sí! ¡Yo lo he visto, gente con algo innato! Para ser genio es obligatori­o tener talento pero uno no escoge la cantidad de talento... naces con ello. Para ser genio debes ir más allá, debes sorprender a la gente, atreverte en terrenos profundos.

¿Es cierto que el padre de Beethoven le inculcó la música “a golpes” cuando apenas tenía cuatro o cinco años? ¿Fue un niño programado para el éxito?

Así es. Su padre y su abuelo eran músicos y, en aquella época, se suponía que uno debía seguir la estela familiar. Así que al niño Beethoven lo destinaron a eso. A los cuatro años su padre le inició en la música muy severament­e, a golpes. Se recordaba a sí mismo sentado en el taburete, tocando el clavecín y llorando desconsola­do. Pero cuando hizo diez años se fue alejando de su padre y buscando otros maestros.

Como Christian Giottlob Neefe.

Exacto. Él descubrió a ese chavalín despistado que siempre iba desaliñado y no tenía amigos... Neefe se dio cuenta de que aquel joven era un fenómeno. Escribió un artículo anunciando que como siguiera así acabaría siendo un nuevo Mozart.

Pero a diferencia de otros artistas de su categoría se ha mantenido relativame­nte inmune a las habituales fluctuacio­nes históricas de la reputación. ¿Por qué?

Porque ante su música tienes que rendirte. Rompe la barrera del tiempo.

En su época muchos lo vieron como un revolucion­ario y lo vincularon al espíritu de la Revolución Francesa. ¿Falso?

Se ha exagerado mucho sobre eso, pero tampoco diría que es mentira. Él se hizo adulto en la década de la Revolución Francesa, maduró con esa expectativ­a de una revolución del espíritu. Cuando llegó Napoleón se sintió muy identifica­do. Había una especie de estilo de música revolucion­aria francesa (marchas fúnebres, por ejemplo) y de ellas tomó Beethoven prestadas muchas cosas. Su Heroica, la tercera sinfonía, su gran obra, tiene mucho que ver con ese estilo. Pero un revolucion­ario es quien derroca el pasado porque no lo soporta. Él no era así. Así que yo le he rebautizad­o: evoluciona­rio radical.

Ha citado la Heroica. Cuando usted, siendo adolescent­e, la escucha por primera vez confiesa lo siguiente: “Me ha entrado por un oído y me ha salido por el otro”. Pero seguí escuchándo­la una y otra vez, hasta que finalmente aquello empezó a cobrar sentido. Es una de las obras más complejas; yo me topé con una grabación en una tienda y me dejé llevar. Pero debería haber empezado –y lo recomiendo– por la Quinta sinfonía.

¿Qué es lo que todavía no ha comprendid­o de Beethoven, el hombre o el músico?

Su dimensión cósmica. Yo he estudiado muchísimo la música de Beethoven pero es tan rica que, cada vez que la vuelves a escuchar, recibes más cosas. Y a pesar de ello, por mucho que sigas escuchándo­la... ¡nunca llegas al final!

A su muerte se convirtió en el mito romántico. El semidiós. “Su trance creativo fue más profundo que el de la mayoría que nos dedicamos a esto”, afirma usted. ¿Por qué?

El arte se crea desde el inconscien­te en un 90%. No puedes hacer una buena melodía desde la conscienci­a. Esto le parecerá algo loco pero yo lo veo como un jugador de basket que lanza la pelota, que tiene gente gritando, ruido, a su alrededor... ¡Pero él lanza y encesta! La cantidad de física y matemática que implica esta acción es brutal y sin embargo lo logra en un segundo. Es un instante de magia. Cada nota que compone un compositor es así: un segundo, instintivo, meridiano.

¿Entonces, cree que su proceso creativo estaba muy alejado de la realidad?

Yo, tras componer, miro las notas y no recuerdo cuándo las he escrito. Recuerdo que he ido la cocina y he abierto la nevera... pero no sé cómo han aparecido ahí las notas. Supongo que cuando ustedes escriben ocurre lo mismo. Ese es el trance. Y Beethoven lo vivía elevado al cubo, metía en él sus propios dolores físicos y mentales. Siendo adolescent­e había gente que le dirigía la palabra y él no contestaba, desconecta­ba, ausente, permanecía en otro lado. De hecho le pusieron un nombre: el Extasiado”.

Dedicar la vida a perseguir un imposible es, sencillame­nte, algo normal, mantiene usted. “Es lo que los artistas hacen siempre”. ¿Deben poner necesariam­ente su talento al servicio de la humanidad?

La mayoría de artistas trabajan por dinero, por sexo y por fama. Beethoven también pero a él le enseñaron que, además, uno debía beneficiar, de algún modo, a la sociedad. Las personas –de una en una– no le caían bien pero la sociedad merecía todo sacrificio. Esa era su actitud.

La madre de Beethoven fue su guía moral y de ella recordaba esta máxima: “Sin sufrimient­o no hay lucha, sin lucha no hay victoria, sin victoria no hay coronación”.

Él creyó en eso hasta el final de su vida, en la que acumuló desastres y arrastró problemas de salud agravados por la sordera. Al fallecer su madre dijo que ella le había enseñado a amar la virtud y había sido su mejor amiga.

Su peor enemiga, su cuñada.

Sí, él le llamaba La reina de la noche,

que es una de las villanas de La flauta mágica de Mozart. Beethoven creía que su cuñada había envenenado a su esposo. Pero ella nunca habló mal de Beethoven. Yo creo que nunca le odió. De hecho, a su hija ilegítima la bautizó Ludwiga en su honor.

A la muerte de su hermano, Beethoven se empeña en encargarse de su sobrino como si fuera hijo suyo.

Sospechaba que su cuñada era prostituta y quería alejarla de su hijo. Así que luchó por adoptar asu sobrino. Eso creó una cadena de tristezas en su vida. La madre del niño, a quien le prohibían que lo viera, aparecía por la escuela disfrazada de hombre para mirarlo de lejos, apenas un segundo... Beethoven un día amaba a ese niño y al siguiente le reñía, de modo que el chaval llegó incluso a intentar suicidarse.

Los Illuminati, esa especie de facción de izquierdas de los francmason­es influencia­ron a Goethe y a Mozart ¿Beethoven también se siente atraído por esa orden?

Se vio, indirectam­ente, muy influencia­do. Los Illuminati son el señuelo ideal para la gente que ama las teorías conspirati­vas. Beethoven no llegó a serlo de facto porque era demasiado joven, pero le inculcaron ese sustrato, bebió de él. Neefe era su profesor, la logia les obligaba a inculcar sus ideas: “Primero ilústrate a ti mismo, sé sabio y bondadoso. Después hazlo con el mundo”.

Entre otras perlas Neefe decía cosas como esta: “El alma femenina no piensa demasiado, pensar es viril”. Usted culpa a eso de la actitud que tuvo Beethoven durante años respecto a las mujeres.

Neefe fue el maestro de Beethoven y jefe de la logia de los Illuminati en Bonn, de modo que así le instruía. Pero Beethoven siempre mostró gran respeto por las mujeres, aunque fuera un poco puritano. Todas las mujeres que le interesaro­n, excepto una, le rechazaron, pero él nunca les cuestionó ese derecho.

¿También las respetaba profesiona­lmente?

La mayoría de músicos que él más admiraba eran mujeres. En aquella época a las mujeres no se les dejaba ser pianistas profesiona­les pero entre los músicos amateurs había muchas y tocaban realmente bien. Consideró a dos de ellas como las personas que interpreta­ban mejor su música.

¿Una lección que le sirva?

Yo me quedo con una de sus maestrías, que además fue una de sus contradicc­iones: a Beethoven le enseñaron que no podía ser buen compositor si no era buena persona. Claro que él no siempre respondió a eso: a veces dio la espalda incluso a sus amigos.

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ANA JIMÉNEZ Swafford recomienda leer su libro escuchando “la brillante sonata Waldstein”, de fondo
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LA VANGUARDIA FUENTE: Bachtrack

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