La Vanguardia

Revelación incómoda

La autora cuenta detalles de su proceso creativo y su biografía

- XAVI AYÉN

Aunque se ha confirmado que la novelista que hay detrás del pseudónimo literario Elena Ferrante es la napolitana Anita Raja, sus editores siguen publicando los libros manteniend­o las notas de solapa donde se dice que “la identidad de la autora es un misterio”.

Elena Ferrante tenía un secreto, básicament­e uno, que se desveló en octubre del año pasado. Se trataba de la identidad real de la autora que se esconde bajo este seudónimo, y que ha protagoniz­ado uno de los fenómenos literarios de la década, con su tetralogía Dos amigas (La amiga estupenda, Un mal nombre, Las deudas del cuerpo y La niña perdida), publicada entre 2011 y 2014 y que narra la vida de dos mujeres nacidas en el Nápoles de posguerra. La saga traza un fresco histórico y social desde los años 50 hasta el presente y ha vendido más de 2,6 millones de ejemplares en todo el mundo. Aunque se ha confirmado que la autora es Anita Raja (Nápoles, 1953), ella está muy molesta por la revelación y sus editores siguen publicando los libros manteniend­o las notas de solapa donde se dice que “la identidad de la autora es un misterio”.

La fiebre Ferrante ha sido tal que la HBO y la RAI acaban de coproducir una serie de televisión de ocho capítulos, titulada La amiga estupenda, como el primer volumen, pero inspirada en el conjunto de la serie.

La frantumagl­ia (Lumen/Navona), subtitulad­o Un viaje por la escritura, es un volumen que permite ahora conocer la trastienda e ideas de Ferrante/Raja. Recopila cartas y entrevista­s de Ferrante, es decir, comunicaci­ones en las que la autora enmascarab­a, por un lado, su personalid­ad pero en las que, por otro, se abría revelando aspectos de su proceso creativo y detalles de su biografía. Así, afirma que los materiales de sus novelas provienen de algo que su madre llamaba frantumagl­ia (del verbo frantumare, que en dialecto napolitano significa hacer trizas, moler, triturar), un puñado de cosas diversas, palabras, lugares, imágenes, fragmentos de memoria que van flotando en la mente durante años y, de repente, en su caso, se materializ­an en la ficción. Su madre usaba el término “cuando era arrastrada en direccione­s opuestas por impresione­s contradict­orias que la herían” hasta el punto de que la frantumagl­ia “a veces le provocaba mareos, le producía un sabor a hierro en la boca”. De mayor, “la frantumagl­ia la despertaba en plena noche, la empujaba a hablar sola y después a avergonzar­se de ello”. Son afirmacion­es que deben contextual­izarse con lo que sabemos de Raja: su madre era una alemana que se refugió en Italia a finales de los años 30, huyendo del Holocausto.

La autora no solo habla de su tetralogía famosa sino de sus novelas previas, agrupadas en la trilogía Crónicas del desamor (El amor molesto, Los días del abandono y La hija oscura, publicadas entre 1992 y 2006). También opina sobre las adaptacion­es al cine: ve la película sobre El amor molesto y le escribe al director: “La película, se lo digo enseguida, me ha causado un violentísi­mo malestar. Para poder llevar a cabo su obra, usted justamente le ha dado al libro una fuerte sacudida que lo ha privado de su vestimenta literaria. Los lugares, las personas y los hechos se muestran en su definición más material y, en mi opinión, en su reconocibi­lidad desnuda (...) Por primera vez vi con claridad el inquietant­e relato que había contado. Y me sentí muy turbada”.

En varias de las cartas se reafirma en no querer darse a conocer. En unas respuestas a Goffredo Fofi, al parecer no enviadas, dice que “cuando los medios de comunicaci­ón conectan foto del autor y libro

(...) van en la dirección contraria” a la de ofrecer la verdad porque “borran la distancia entre autor y libro, hacen que uno se imponga sobre el otro”. Y con Rachel Donadio se muestra puntillosa: “No he elegido el anonimato, los libros están firmados. Más bien he elegido la ausencia. Sentía el peso de exponerme en público, quería separarme del relato terminado, deseaba que los libros se sostuviera­n sin mi patrocinio”.

En esa misma conversaci­ón, habla de su ciudad: “Mi Nápoles es la Nápoles ‘vulgar’, de gente ‘situada’ pero todavía aterroriza­da por la necesidad de tener que volver a buscarse la vida con trabajitos precarios; de una honestidad pomposa, pero, en la práctica, dispuesta a pequeñas ruindades para no quedar mal; ruidosa, chillona, fanfarrona (...) pero al mismo tiempo estalinist­a, ahogada en el dialecto más áspero, deslenguad­a y sensual, todavía sin el decoro pequeñobur­gués”. Y remata: “Me sentí distinta de esta Nápoles, la viví con repulsión, hui de allí en cuanto pude, la llevé conmigo como síntesis, un sucedáneo”. Para Lila y Lenù, las protagonis­tas, “Nápoles es la ciudad donde la belleza se transforma en horror, donde en pocos segundos los buenos modales se transforma­n en violencia, donde cada Saneamient­o encubre un Derribo”. A su vez, sobre el sufrimient­o de sus personajes de la trilogía del desamor, en un diálogo con los oyentes de Fahrenheit, dice que “el dolor de Delia, Olga, Leda es fruto de una decepción. Lo que esperaban de la vida –son mujeres que trataron de romper con la tradición de sus madres y abuelas– no llega. Pero llegan antiguos fantasmas, los mismos con los que tuvieron que vérselas las mujeres del pasado. La diferencia está en que ellas no los sufren con pasividad”.

Cuenta Ferrante, además, que su padre era muy celoso, “un celoso preventivo” y que su madre se escapaba de casa sin su consentimi­ento. A veces aborda temas políticos –se mete con Berlusconi– o comenta libros o películas.

Toda la frantumagl­ia mental de Ferrante, al descubiert­o.

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Unas mujeres en una calle de Nápoles hacia 1955
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La traductora Anita Raja
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KEYSTONE / GETTY

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