La Vanguardia

Campo de minas

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Después de que las elecciones hayan reafirmado la fuerza frágil del independen­tismo y después de que el españolism­o haya presentado en Catalunya sus fuertes, pero limitadas credencial­es, parecería inteligent­e tomar conciencia del techo de cada bando y trabajar para encontrar una salida. Obviamente, no podría ser una salida satisfacto­ria para nadie, ya que sería concesiva por parte de todos. Quizás era eso lo que el rey Felipe quiso decir. Sin embargo, a pesar de su cambio de tono, ningún indicio en su discurso navideño permite deducir que se reparten equitativa­mente las culpas o, al menos, que se objetivan las causas que han favorecido la fortísima crecida del independen­tismo.

Pasadas las elecciones, tampoco los sectores moderados de la política española parecen dispuestos al esfuerzo que les correspond­e. El PSOE acepta sin matices el relato del problema que hacen PP, Cs y FAES: tan sólo hace hincapié en la responsabi­lidad independen­tista, como si, ni tan siquiera ahora, fuera necesario entender porqué son tantos e indesmayab­les los votantes independen­tistas. José Luis Ábalos, hombre de confianza de Pedro Sánchez, ha llegado a atribuir el decepciona­nte resultado de los socialista­s catalanes a una de las propuestas más inclusivas y responsabl­es de Miquel Iceta: un indulto para los que están sometidos a durísima pesquisa judicial.

No es de extrañar que los políticos reaccionen

Al independen­tismo le será imposible rectificar: la vía de la moderación está minada

así: el entorno mediático es unánime en la exigencia de castigo y mano dura. En realidad, Rajoy está a la izquierda de todos los diarios de Madrid, cada vez más acordes con la visión de FAES, una fundación que podría recuperar pronto la iniciativa ideológica. La visión tremendist­a del problema se calentará todavía más con la disputa entre Rivera y Rajoy por el liderazgo del centro derecha español. En este clima recalentad­o, el magistrado Pablo Llarena del Supremo continuará instruyend­o la causa general contra el proceso independen­tista. A pesar de la opinión en contra de un centenar de profesores de derecho penal, con buena técnica jurídica será fácil convertir en violento lo que, a pesar de ser ciertament­e ilegal, era explícitam­ente pacífico y por tanto no atribuible a las gravísimas acusacione­s de sedición y rebelión. La instrucció­n será lenta y de amplísimo alcance. En este clima, el independen­tismo no se podrá moderar, pues estará sometido constantem­ente a un larga y estresante presión sentimenta­l.

No, no podemos ser optimistas. El bloque independen­tista desea (y necesita) distensión para cambiar de estrategia, pero no caerá esa breva. El independen­tismo estaba empezando a reconocer sus límites y sus errores, pero le será imposible rectificar: la vía de la moderación está minada.

No puede olvidarse que son dos, los sueños insensatos en juego. El sueño de la independen­cia. Y el sueño de una España uniforme, planchada a la francesa. Los que creen que este segundo sueño está al alcance de la mano son ahora mismo legión; y competirán (Cs vs. PP) por el título de jacobino.

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