La Vanguardia

De cara a Año Nuevo

- Quim Monzó

Ayer, día de San Esteban, acabó la primera serie de atracones navideños. La segunda será el domingo y el lunes, Año Nuevo. La tercera, más discreta, el sábado siguiente, día de Reyes.

Si son de los que cada año se quejan de que estos días propician el consumo de alcohol (con las resacas consecuent­es), sepan que, según el número extra que el British Medical Journal ha editado con motivo de las fiestas navideñas, la culpa es de las copas. Cada vez son mayores. Han analizado 411 copas de vino del museo de arte y arqueologí­a de Oxford, y han comprobado que en 1700 las copas admitían 66 mililitros de vino y las de ahora admiten 449, casi siete veces más. La capacidad de las copas se hace mucho mayor a partir de 1990. La duda es si ese engrandeci­miento ha sido consecuenc­ia de una moda o de una argucia de los restaurant­es para facturar más. Sea lo que sea, han provocado un incremento del alcoholism­o, dicen. Como remedio proponen que de ahora en adelante se utilicen copas más pequeñas, para que la gente beba menos vino.

Es evidente que no tienen ni puñetera idea del beber y mucho menos del alcoholism­o.

Ahora se les ha ocurrido que quizá la gente bebe más vino si las copas son mayores

Para empezar, las copas se han ido haciendo cada vez mayores, sí, pero paralelame­nte cada vez las llenan menos. Llenar poco las copas es elegante. Llenarlas mucho es cosa de gente poco refinada. En la memoria quedará para siempre aquella secuencia de The Blues Brothers en la que John Belushi y Dan Aykroyd van al restaurant­e de un excolega. El camarero les llena poco la copa y Aykroyd, insatisfec­ho, la levanta con cara de decirle “pon más”, y no queda satisfecho hasta que se la llena del todo. Las copas han crecido como han crecido los platos. Cada vez son mayores pero cada vez las raciones son más pequeñas. También “queda fino”. (Con una excepción: la pizzería Da Michele que, con el prestigio de la Da Michele original de Nápoles como bandera, se inauguró hace dos semanas en Barcelona. Los platos son pequeños y las pizzas, tan grandes que caen por todos lados. “¡Que se note que somos generosos en las raciones!”, pensarán. El resultado es que invaden la mesa y comerlas es un engorro. Si fueran buenas, vale, pero es que además son anodinas y, las que probé, poco cocidas).

Volvamos al vino. Más que servirlo en copas pequeñas para que la gente beba menos, mejor releer lo que escribió James Henry Laurence: “El corazón humano es esencialme­nte enemigo de toda obligación, y deja de atraerle cualquier placer que se presenta como obligación. Prescriban vino al bebedor, como si fuera un remedio, y ya no le parecerá más que un medicament­o amargo o insípido”. Obligar a un placer te hace perder las ganas. Hace más de un cuarto de siglo que predico que, para fomentar la lectura entre los jóvenes, no hay nada peor que obligarlos a leer libros y que lo que debería hacerse es prohibírse­los. La próxima Navidad, pues, para evitar resacas, obligatori­o beber por los descosidos. Para ir cogiendo práctica, podrían implantar ya esta norma el próximo domingo, Nochevieja.

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