La Vanguardia

La hora de Pedro Sánchez

- Pilar Rahola

Es evidente que si el PP ha osado llegar a tal nivel de estropicio con el conflicto catalán es porque el PSOE ha estado siempre a su lado, murmurando al oído de Rajoy que, en la defensa de la unidad de España, no desfallece­rán. El PSOE y el resto de poderes del Estado, desde el económico hasta el mediático, la Corona, el ejército, los abogados del Estado, el mundo judicial, todos se han sumado a una cadena de despropósi­tos que pretendía acabar por la fuerza lo que nacía de una masiva voluntad popular. Con un aliado poderoso: el silencio intelectua­l y civil español, mayoritari­amente decidido a mirar a otro lado.

¿Quiere ello decir que todo el frente está a favor de encarcelar líderes democrátic­os, armar una gran causa general contra el independen­tismo, retirar euroórdene­s para evitar el ridículo ante un tribunal extranjero, encausar al mayor de los Mossos después del éxito contra el terrorismo aplaudido por doquier, y en el colmo de la locura, investigar profesores y perseguir lacitos amarillos y villancico­s sobre presos? Seguro que no, seguro que hay grietas, incomodida­des, dudas; sin embargo, de momento, la idea de permanecer

Hay un abismo entre estar a favor de la unidad de España y estar a favor de la represión masiva

en la estrategia represiva les une más allá de la divergenci­a. La cuestión, sin embargo, es cuánto tiempo más pueden mantener esta actitud pétrea, inamovible y contraria al sentido de los tiempos. Y, sobre todo, cómo lo podrán hacer después de perder de manera sonora unas elecciones que impusieron desde el poder del Estado.

El frente del 155 perdió en todos los flancos y los flequillos deberían hacerles saltar las alarmas: tenía que romper la mayoría absoluta independis­ta y no lo consiguió; validar, vía urnas, el 155, y fue rechazado; demostrar que el independen­tismo perdía votos, y ganó; corroborar la letanía del “si las periferias de las ciudades votan, se acaba la fiesta soberanist­a”, y el soberanism­o creció en todas ellas; dar la imagen internacio­nal de tener controlado el conflicto, y los líderes independen­tistas están nuevamente validados por las urnas. Para el frente del 155, el 21-D ha sido un desastre completo, rotundo, vergonzant­e, y ahora la cuestión es si todos sus avaladores siguen validando la vía represiva.

En este punto, las miradas se dirigen inevitable­mente a Pedro Sánchez, y no para que, de repente, vea la luz y acepte referéndum, autodeterm­inación y la Creu de Sant Jordi. Sino porque hay un abismo muy profundo entre estar a favor de la unidad de España y estar a favor de la represión masiva contra un problema territoria­l defendido de forma pacífica. Sánchez podía avalar el 155 como concepto y no perder del todo la esencia. Avalarlo como se ha hecho ya era un sapo mayor. Pero avalarlo ahora, después de la bofetada electoral que ha dado Catalunya al 155, es impensable. Antes era un aliado del PP. Después, una muleta de la represión. Ahora, si se mantiene impertérri­to, será una caricatura.

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