No puede uno ser bueno
Ayer se me ocurrió responder a la felicitación navideña de una lectora amiga –las tengo enemigas– con una muestra de generosidad (con fines ulteriores, desmotivado por la actualidad y el indulto a Fujimori): dame una idea y perpetro una columna. ¡Ah, la Navidad! ¡No puede uno ser bueno! Ni hacerse el chulo...
–Deje de salir de noche en el 2018. Es malo para la salud.
Yo no sé qué tiene la sociedad en contra de los noctámbulos.
Los mismos que sobrevaloran los canelones –sobras del día anterior, plato de posguerra– minusvaloran a las personas de vida nocturna, cuyo altruismo es incontestable: pilares del impuesto sobre bebidas alcohólicas y labores del tabaco, motores de la economía, benefactores de bartenders y admiradores de cuantas mujeres quieren que les regalen los oídos.
Ser noctámbulo en Barcelona tiene mérito y escaso reconocimiento. Las madres nos critican en Navidad, las amigas se cansan de nosotros, la prensa silencia la vida nocturna y sólo algunos casados nos idealizan, sin pensar que la noche es incierta.
Cada año cierran antes los bares, nos echan más pronto de las terrazas e incluso el segundo partido de Catalunya, el del cachondo de Carles Puigdemont, postulaba en su programa “recuperar el sueño perdido” (página 46) a base de adelantar los telediarios, como si el sueño fuese cívico y no una forma de perder el tiempo y los amigos calaveras.
Como muchos de ustedes, figuro en varios chats colectivos que nacieron efímeros y después no se disuelven ni a tiros. Me han caído vídeos con músicas étnicas, vídeos navideños de señoras ligeras de ropa y gorra de Papa Noel que sugieren a qué se dedica el muy
Me han caído vídeos navideños en todos los chats... salvo en el de los amigos de farra, silencioso
gordinflón el resto del año, vídeos de mi hermano Alfons pretendiendo que ha hecho una coca de Llavaneres excelente en su casa de Londres. ¡Y mil felicitaciones con más peligro que una maldición gitana!
Todos los chats menos uno.
El de los amigotes trasnochadores que, una vez por semana, salimos a cenar y a frecuentar la noche, llueva, nieve o haya elecciones. ¡Lo último que se nos ocurre es desearnos felicidad! Una semana en silencio lleva el chat, bendito silencio, y así hasta que pasen las fiestas y la gente diurna deje de tocar la zambomba.
La otra noche, en la mismísima calle Aribau, que tiene de todo a partir de medianoche, el corazón me dio un vuelco. ¡Vi un gimnasio, iluminado y vacío! ¡Abierto toda la noche! Soy Drácula y muero del estacazo. ¡Dónde vamos a llegar! ¡Y qué maquinaria! ¡No recuerdo nada igual desde la quiebra de la Barcelona Traction!
Los noctámbulos aligeramos el tráfico diurno, aguardamos a que la gente honrada esté en casa para no darles ideas y le robamos la cartera al sueño. ¿Y cómo paga la sociedad? ¡Pidiendo que nos cortemos la coleta!