Mil maneras de matarla
La violencia machista surge de la voluntad, no del error o la confusión. De esto va este artículo.
Hace cosa de un año, Pedro Simón entrevistaba a un tipo, Germán se hacía llamar, que había sometido a su mujer a una década de agresiones. No es habitual que un maltratador (arrepentido) se confiese, por eso recupero ahora sus palabras, por lo extrapolable del testimonio, por la agresividad de su relato.
–Durante un tiempo estuve obsesionado. Pensaba en pillarla, en secuestrarla, en ir a su trabajo, en pegarle un tiro... Pensaba en matarla de mil maneras... Yo era un animal resentido, irracional, enfermo, rabioso, tenía algo dentro que no sé lo que es. Cuando agredía no sentía nada, era una persona descontrolada, sin sentimientos. Después sí, después me arrepiento, lloro.
Germán, por ejemplo. Una vez trató de estrangular a la que entonces era su mujer, delante de su hija. Otra, casi la mata de una paliza. Ella logró sobrevivir. Él pasó dos años en la cárcel.
Solo dos años. Solo.
A Ana Orantes su marido la quemó viva. De eso, hizo 20 años el otro domingo. Se rebeló contra él, y él la mató. Como tantas otras, que también lo intentaron buscando su libertad, y la nuestra, y la de nuestras hijas. Debería ser una cuenta atrás, pero no, es un suma y sigue. Son casi 1.000 las mujeres asesinadas por sus parejas desde el 2003. Podríamos hablar de las 48 muertas en lo que va de 2017, de las 44 del 2016, de las 60 del 2015, de las 54 del 2014, de las 54 del 2013... El terrorismo de ETA mató menos.
No basta con que ellas se rebelen, parece que tampoco basta con que mueran... Porque la vida de las mujeres nunca ha sido una prioridad para las instituciones. Queda muy bien citarla en los discursos, apelar a pactos de Estado de cocción lenta, dar una charla al año en los institutos o ponerse un lazo morado en el perfil de Twitter. Pero se rehúye el debate real, mientras las víctimas siguen desprotegidas y los maltratadores, impunes. La sociedad permanece en la injusticia sobre el olvido y la normalización del mal. Un mal que se levanta en la cultura de la desigualdad. En el “algo habrá hecho Fulanica para que él la pegara”.
Se rehúye el debate mientras las víctimas siguen desprotegidas y los maltratadores, impunes