La Vanguardia

La caída del imperio del centro

El electorado catalán se ha bipolariza­do en paralelo a una mutación generacion­al del censo

- CARLES CASTRO Barcelona

El imperio del centro es el espacio “donde residen los intereses auténticam­ente humanos”; un espacio político donde libertad y fraternida­d se funden en un mismo proyecto. Eso, al menos, dice la mitología. Pero lo cierto es que durante varias décadas, el denominado oasis catalán pareció funcionar bajo la influencia del imperio del centro. En Catalunya, la alternanci­a era tan apacible que se producía indirectam­ente: el centro nacionalis­ta ganaba las elecciones autonómica­s, y el centroizqu­ierda, las municipale­s y las generales. Y así desde 1977. E incluso cuando, al fin, un día se produjo el relevo en el ámbito autonómico, los bloques electorale­s apenas se movieron. La alternanci­a la tuvo que decidir un tercer partido (ERC), algo que visto retrospect­ivamente resulta bastante paradójico.

Aquella etapa plácida se explicaba por la existencia de un voto dual, que cruzaba las fronteras identitari­as y podía apoyar a un partido (nacionalis­ta) en las elecciones catalanas y a otro (estatal) en las generales o en las locales. Y a ello había que sumar una abstención selectiva (la de los votantes con una identidad más española) que con su ausencia en las elecciones catalanas facilitaba la mayoría nacionalis­ta al frente de las institucio­nes de autogobier­no.

Los parámetros que propiciaba­n aquel escenario se resumían en un bloque nacionalis­ta que cosechaba cerca del millón y medio de votos en las autonómica­s (aunque menos de una quinta parte de ellos apostaban por una oferta independen­tista como ERC) y que difícilmen­te sumaba más de 1,3 millones de sufragios en las generales. Paralelame­nte, el centroizqu­ierda y la izquierda de proyección estatal (una suerte de “catalanism­o español”) a duras penas sobrepasab­an el millón de papeletas en las catalanas (al menos hasta 1999), mientras que ganaban con claridad las locales (incluidas muchas capitales de comarca de la Catalunya interior) y podían acercarse a los dos millones de sufragios en elecciones generales de intensa polarizaci­ón. Finalmente, un tercer bloque encarnaba el minoritari­o españolism­o catalán, que acabó concentrán­dose en torno al PP y que normalment­e no iba más allá de los 300.000 votantes, aunque su techo potencial superaba los 600.000.

Eso empezó a cambiar a finales de los noventa –coincidien­do con la llegada al poder del PP en España–, y la prueba es que en las elecciones catalanas del 2003 el bloque nacionalis­ta superó por segunda vez el listón del millón y medio de papeletas, pero con un reparto muy distinto: los independen­tistas de ERC representa­ron más de un tercio del voto nacionalis­ta. A su vez, en aquellas autonómica­s la oferta de centrodere­cha españolist­a se situó en torno a los 400.000 votos (cifra similar a la de 1995, cuando el PP concurrió con el beligerant­e antinacion­alista Vidal-Quadras al frente).

Aun así, las marcas electorale­s que componían el imperio del centro (CiU y PSC) resistiero­n el empuje de las fuerzas emergentes y lograron cosechas superiores al millón de sufragios. Y todavía en los traumático­s comicios del 2004 el imperio del centro mantuvo la primacía, sobre todo por el flanco del centroizqu­ierda, que sobrepasó el millón y medio de papeletas (y más de 1,8 millones con ICV) y que albergaba (como en el 82, el 96 o el 2008) una amplia amalgama de preferenci­as territoria­les entre sus votantes (desde un Estado centraliza­do hasta uno que reconocier­a el derecho a la independen­cia). El bloque nacionalis­ta, en cambio, ya mostraba síntomas de radicaliza­ción identitari­a (con el 43% de ese voto para ERC ).

El escenario del 2004 refleja cómo ha cambiado el comportami­ento electoral de los catalanes, ya que se sustenta sobre un censo similar al de los residentes del 21-D y en una participac­ión muy alta. Y el contraste parece dibujar dos países distintos: desde entonces, el imperio del centro ha perdido casi 900.000 sufragios por su flanco izquierdo (o sólo la mitad si su voto del 21-D se

VOTANTES MÁS RADICALES

Los resultados del 21-D se explican también por la renovación del cuerpo electoral

LA MAGNITUD DEL CAMBIO

Sólo desde el 2000, el censo ha absorbido alrededor de un millón de electores

compara con el de las autonómica­s anteriores al 2006). A su vez, el flanco nacionalis­ta del viejo imperio del centro ha desapareci­do literalmen­te: el soberanism­o difuso de CiU y el secesionis­mo gradualist­a de ERC se han visto sustituido­s por un bloque hermético de independen­tismo unilateral. Pero ese espacio ha crecido en medio millón de sufragios desde el 2003, hasta superar los dos millones de papeletas. Y, paralelame­nte, el españolism­o catalán (hoy a través de dos marcas: el PP y Cs) ha sumado 600.000 votos con relación a las generales anteriores al 2011 y un millón respecto a las catalanas anteriores a 1995.

Es evidente que una parte de los avances del catalanism­o independen­tista o del españolism­o catalán se nutrieron el 21-D de una participac­ión récord (400.000 votantes y tres puntos más que en el 2004) y del vaciado del imperio del centro. Sin embargo, más allá de la radicaliza­ción y la división alentadas por uno y otro bando en torno al contencios­o territoria­l, esa gigantesca mutación del cuerpo electoral catalán podría explicarse por un electorado más proclive al riesgo y menos ligado a las tradiciona­les lealtades partidista­s (como explica en su tesis el politólogo Oriol Bartomeus). Dos datos lo sugieren: primero, el censo electoral ha incorporad­o un millón de nuevos electores desde el año 2000 (y los nacidos después de 1960 son ya una clara mayoría en su seno); y segundo, el respaldo a la independen­cia de Catalunya ha pasado del 13% al 44% desde 1988.

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