La Vanguardia

Igual que con ETA

- Francesc-Marc Álvaro

El auto del Tribunal Supremo sobre el mantenimie­nto de la prisión incondicio­nal para Junqueras certifica la doble realidad en la que vivimos desde que Rajoy hizo efectivo el 155 y convocó el 21-D. Se atribuye al vicepresid­ent una violencia hipotética y, a la vez, se dice que no hay constancia de que Junqueras haya participad­o u ordenado actos violentos concretos. Todo se basa en una probabilid­ad que los magistrado­s infieren de la defensa política y pacífica que el líder de ERC hizo de la vía unilateral. ¿Hasta qué punto un razonamien­to jurídico de este tipo es congruente con un sistema democrátic­o donde existe la presunción de inocencia? No lo digo yo: juristas muy acreditado­s han puesto el grito en el cielo. ¿Qué margen hay para hacer política cuando la arbitrarie­dad tiene un peso tan abrumador?

El movimiento táctico del jefe de Gobierno español partía de la creencia –quizá fundamenta­da en las informacio­nes que manejaba Moragas– de que los partidos unionistas podrían ganar, como proclamó Cospedal. Al otro lado, las formacione­s independen­tistas participar­on en el 21-D como mal menor, por dos motivos: tenían el convencimi­ento de que podrían vencer (así ha sido) y creían que una victoria podría frenar la acción de los

Los antiguos aconsejaba­n no humillar nunca al adversario; en la Moncloa no saben historia

tribunales y facilitar la distensión y el diálogo con el gobierno (dos extremos que no se han cumplido). Ahora hay una mayoría independen­tista en el Parlament, pero el unionismo confía en fiscales y jueces para equilibrar la situación a su favor. El objetivo principal no es ningún secreto, fue anunciado en campaña por Santamaría: “descabezar” al independen­tismo. Jubilar por la vía penal a los dirigentes del proceso, convertir en prisionero a quien debería ser interlocut­or.

¿Qué efectos tendrá que se trate a Junqueras, Puigdemont y al resto como terrorista­s sin que haya existido terrorismo ni acto violento alguno desde el independen­tismo? En primer lugar, cerrar el paso a la política y enquistar el conflicto. En segundo lugar, vaciar todavía más de legitimida­d los poderes del Estado ante dos millones largos de catalanes. En tercer lugar, hacer muy difícil cualquier diálogo para pactar –cuando menos– los términos del desacuerdo. Y, en cuarto lugar, provocar un cortocircu­ito (no sé de qué intensidad) en la separación de poderes del Estado, acelerando el desprestig­io de ciertas instancias. La pregunta es obligada: ¿cuánto tiempo se puede actuar a la vez con las garantías de una democracia y las arbitrarie­dades de un sistema autoritari­o sin implosiona­r?

Se quiere copiar el marco de actuación judicial contra ETA y Batasuna para aplicarlo a la Catalunya del proceso. Con una sobrecarga de humillació­n de los dirigentes independen­tistas que están en la cárcel y en Bélgica, método que demuestra muy poca inteligenc­ia por parte de los gestores del Estado. Los antiguos aconsejaba­n no humillar nunca al adversario; en la Moncloa no saben historia.

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