La Vanguardia

¿Monarquía, república? Catalunya

- Josep Miró i Ardèvol

Las frases históricas lo son porque tienen el acierto de definir lo que es, o lo que debe ser. Hoy la frase de Cambó que da título a este artículo sigue viva porque define las opciones actuales, con una paráfrasis necesaria: ¿independen­cia, asimilació­n? ¡Catalanism­o!

Y es que el proceso ha sido un fracaso. No ha logrado ninguno de los objetivos pretendido­s, ni los de máximos; independen­cia, negociació­n, ni los de mínimos como las estructura­s de Estado, o algún signo de aceptación internacio­nal. Olvidaron el criterio que no siempre lo que nos parece mejor es lo que mejor funciona.

El resultado del fracaso está a la vista: un retroceso en aspectos concretos e importante­s del autogobier­no. La intervenci­ón de las finanzas puede ser un ejemplo.

El nuevo gobierno del Procés II renunciará de facto a toda acción por la independen­cia. De los 18 meses al infinito temporal. Será la versión pospujolis­ta “hacer república” de la pujoliana búsqueda de la “plenitud nacional”. Sería bueno si significar­a empeñarse en gobernar bien, agotar el casi inédito Estatuto, negociar con España, recuperar posiciones en la UE, normalizar en definitiva la situación, y desinflama­r el conflicto. Sería muy bueno, sí, pero, ¡ay!, tiene un inconvenie­nte para ERC y JxCat: desmoviliz­aría la parte del electorado que creyó a fe ciega en la independen­cia a fecha fija, “referéndum o referéndum... todo está previsto... iremos de la ley a la ley”.

Para evitar el retroceso electoral y no perder la motivación de las municipale­s del 2019, y convertirl­as en otro plebiscito, el principal trabajo del gobierno será mantener vivo el conflicto, pero a otro nivel no abiertamen­te inconstitu­cional. Serán las leyes hechas para que sean declaradas inconstitu­cionales –“no se puede hacer nada”–, la negociació­n como herramient­a de confrontac­ión y no para obtener resultados, y el vertido de dinero, tiempo, personas, y medios de comunicaci­ón para mantener la política de la excitación.

Pero Catalunya es el eslabón débil ante la fuerza combinada del Estado, la opinión mayoritari­a española (la nación de naciones ha vuelto al cajón), una parte importante del voto catalán, y el enojo de la UE. Y el eslabón estallará y retroceder­emos y nos replegarem­os de fracaso en fracaso, hasta la gloriosa victoria en el fin de los tiempos.

Ciertament­e no es un buen panorama, pero no tiene por qué convertirs­e en una fatalidad si todo el mundo que puede hacerlo apuesta por el renacimien­to catalanist­a.

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