El día del gimnasio
Hoy es el primer lunes después de Navidades y es la línea roja que muchos se proponen no cruzar sin enmendar los excesos. Ha llegado el momento de empezar a portarse bien con las comidas y cumplir los buenos propósitos que conforman esa lista que elaboramos por Fin de Año.
Entre esos propósitos suele figurar el de hacer ejercicio de forma regular. Algunos lo ponen en práctica apuntándose al gimnasio. Esa cuota que cae cada mes despierta una mala conciencia que ayuda a los más perezosos a activar la voluntad atlética, aunque sea a trancas y barrancas. Y cuando finalmente uno entra en aquel edificio caracterizado por un olor inconfundible, ve la miseria de sus michelines rodeada de cuerpos tonificados y músculos de Popeye. Maravillado, observa que algunos bíceps son de mayor diámetro que la cabeza de su propietario (y no es sólo una metáfora).
Y ya estamos en el gimnasio. Ahora tampoco es cuestión de pasarse para tener un cuerpo de yogur. Porque todos los excesos son malos y eso también puede ser enfermizo. Igual que la anorexia nerviosa es un “síndrome de rechazo de la alimentación por un estado mental de miedo a engordar, que puede tener graves consecuencias patológicas”, el síndrome para los que no
Tampoco hay que pasarse, no sea que para tener un cuerpo de yogur se acabe sufriendo vigorexia
se ven suficientemente musculados, la anorexia invertida, también tiene nombre: vigorexia. Pero atención. Este nombre se deberá proponer como neologismo del año en la siguiente serie porque, de momento, hay que emplear los conceptos dismorfia muscular o complejo de Adonis.
Considero que la palabra vigorexia
es una creación perfecta porque, como en un juego de contrarios, queda emparentada directamente con la anorexia. Además, la palabra compositiva vigor es clara y, con algo de contexto, se entiende a la primera. Lo que sucede es que las cosas no siempre son como parecen. Según explica el Observatori de Neologia de la UPF: “El término se originó en Estados Unidos con la forma bigorexia, que copia la estructura de anorexia (an- ‘sin’ y orexis ‘deseo, apetito’), pero combina el sustantivo griego con el adjetivo inglés big (grande) para reflejar el deseo de ganar más volumen, más presencia física. En la adaptación al catalán y al castellano se ha intentado naturalizar la denominación formándola a partir de vigor para reflejar la debilidad con que se identifican las personas que la sufren”.
La flexibilidad del inglés es admirable: en este caso ha juntado una palabra propia con una del griego clásico y tan panchos. En castellano, por suerte, con un poco de tuneado, hemos evitado el anglicismo y nos ha quedado una palabra compuesta latina y griega –como marcan los cánones– muy lograda.