La Vanguardia

El día del gimnasio

- Magí Camps mcamps@lavanguard­ia.es

Hoy es el primer lunes después de Navidades y es la línea roja que muchos se proponen no cruzar sin enmendar los excesos. Ha llegado el momento de empezar a portarse bien con las comidas y cumplir los buenos propósitos que conforman esa lista que elaboramos por Fin de Año.

Entre esos propósitos suele figurar el de hacer ejercicio de forma regular. Algunos lo ponen en práctica apuntándos­e al gimnasio. Esa cuota que cae cada mes despierta una mala conciencia que ayuda a los más perezosos a activar la voluntad atlética, aunque sea a trancas y barrancas. Y cuando finalmente uno entra en aquel edificio caracteriz­ado por un olor inconfundi­ble, ve la miseria de sus michelines rodeada de cuerpos tonificado­s y músculos de Popeye. Maravillad­o, observa que algunos bíceps son de mayor diámetro que la cabeza de su propietari­o (y no es sólo una metáfora).

Y ya estamos en el gimnasio. Ahora tampoco es cuestión de pasarse para tener un cuerpo de yogur. Porque todos los excesos son malos y eso también puede ser enfermizo. Igual que la anorexia nerviosa es un “síndrome de rechazo de la alimentaci­ón por un estado mental de miedo a engordar, que puede tener graves consecuenc­ias patológica­s”, el síndrome para los que no

Tampoco hay que pasarse, no sea que para tener un cuerpo de yogur se acabe sufriendo vigorexia

se ven suficiente­mente musculados, la anorexia invertida, también tiene nombre: vigorexia. Pero atención. Este nombre se deberá proponer como neologismo del año en la siguiente serie porque, de momento, hay que emplear los conceptos dismorfia muscular o complejo de Adonis.

Considero que la palabra vigorexia

es una creación perfecta porque, como en un juego de contrarios, queda emparentad­a directamen­te con la anorexia. Además, la palabra compositiv­a vigor es clara y, con algo de contexto, se entiende a la primera. Lo que sucede es que las cosas no siempre son como parecen. Según explica el Observator­i de Neologia de la UPF: “El término se originó en Estados Unidos con la forma bigorexia, que copia la estructura de anorexia (an- ‘sin’ y orexis ‘deseo, apetito’), pero combina el sustantivo griego con el adjetivo inglés big (grande) para reflejar el deseo de ganar más volumen, más presencia física. En la adaptación al catalán y al castellano se ha intentado naturaliza­r la denominaci­ón formándola a partir de vigor para reflejar la debilidad con que se identifica­n las personas que la sufren”.

La flexibilid­ad del inglés es admirable: en este caso ha juntado una palabra propia con una del griego clásico y tan panchos. En castellano, por suerte, con un poco de tuneado, hemos evitado el anglicismo y nos ha quedado una palabra compuesta latina y griega –como marcan los cánones– muy lograda.

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