Otra ronda de pócima en el Liceu
El público liceísta vibra (aún) con la última reposición de ‘L’elisir d’amore’ y con el debut de Jessica Pratt como Adina
Otra ronda de pócima amorosa corrió ayer por el escenario del Liceu. El 2017 ya lo había cerrado el Gran Teatre con los efectos de este mágico brebaje en la muy trágica Tristan e Isolde. De manera que ahora compensa inaugurando el 2018 con esa otra versión de la leyenda, más amable y cómica, en manos de Gaetano Donizetti. El maestro italiano componía su refrescante L’elisir d’amore tres décadas antes de que Wagner estrenara en 1865 su historia de traición, culpa y deseo de muerte...
En el teatro de la Rambla se ha bebido con abundancia este elixir belcantista en las últimas temporadas, pues desde que el teatro produjera en 1998 el montaje de Mario Gas, se ha visto ya de nuevo en el 2005 y en el 2012. No está claro que sea mérito del propio Gas que este Elisir tenga más vidas que un gato en el Liceu. La crisis ha tenido mucho que ver con volver a echar mano de la socorrida pócima. Sin embargo, también tiene algo de mágico ese costumbrismo fresco e ingenuo de su puesta en escena, esa joie de vivre de entreguerras en la que Gas sitúa el libreto de Felice Romani. Para ser más precisos, en un ambiente urbano de la Toscana de Mussolini. Un costumbrismo que conecta con facilidad con todos los públicos y es carne de nostalgia cinéfila o incluso de álbum de fotos familiar...
Era un día lluvioso ayer, habían empezado las rebajas... Refugiarse en el coliseo lírico –cuya ocupación era ya del 87%– y chutarse otra ronda de Elisir era una opción muy recomendable. Además, en el interior del teatro aguardaban diversos atractivos, más allá de la divertente partitura de Donizetti/Romani, cuya trama comienza con la joven y bella Adina leyendo la historia de Tristán e Isolda sobre la poción mágica que
ayudó a su amor. Lo que despierta en su enamorado Nemorino el deseo de encontrar ese elixir mágico para conseguir su afecto...
Los connaisseurs del género operístico estaban al tanto del debut en el papel de Adina de la soprano Jessica Prat, la australiana (aunque nacida en Bristol) más internacional después de la mítica Joan Sutherland. A Pratt ya se la había escuchado en el Liceu, en aquel Otello rossiniano en versión
concierto en el que dio cuenta de sus habilidosos sobreagudos... No obstante, el suyo de ayer no era un papel de grandes pirotecnias. Adina no es una Lucía, ni una Elvira o una Norina con las que ha lucido su voz belcantista. Así que, ni corta ni perezosa, se forjó su particular versión de las variaciones del aria final, Prendi per mi sei libero, con las que arrancó un sonoro “¡brava!” del público.
El tenor Pavol Breslik, que se había reservado durante el ensayo general –donde fue vocalmente sustituido por Marc Sala–, cumplió anoche con su papel de Nemorino a pesar de su no gran voz. Todo hacía presagiar que en el aria Una furtiva lagrima no haría olvidar la memorable actuación de Javier Camarena en la reposición
El eslovaco Pavol Breslik sacó lo mejor de sí como Nemorino en la muy aplaudida aria ‘Una furtiva lagrima’
del 2012. Y sin embargo Breslik echó mano de sentida sensibilidad y logró que el público le ovacionara.
Más de diez minutos se prolongaron los aplausos finales, pues hábilmente, Roberto de Candia, en su papel de basso buffo Dulcamara, retomaba el aria de la farsa de la Gondoliera mezclándose entre el público de la platea, al que repartía frascos de su elixir. Hasta Mario Gas hizo un cameo, participando de los fastos prenupciales al inicio del segundo acto. Fue simpático verles a él y al director musical, Ramón Tebar, comiendo espagueti con el resto de los actores en la escena... La Simfònica del Liceu empezó a sonar sin batuta... ja, ja, que corrió escaleras abajo a tomar las riendas. El titular de la Simfònica de València guardará un buen recuerdo de su debut en el foso del Gran Teatre.