La Vanguardia

El gusto y las ganas

- Sergi Pàmies

Resumen del partido: buena primera parte con una eficacia que tranquiliz­a y un Messi que vive instalado en su trono imperial de futbolista al por mayor. Igual te regala un desmarque, un pase, una finta o un chut que un remate decisivo. En el Camp Nou, algo más de 56.000 personas. Es una cifra que no hace justicia a Messi y que relativiza los planes grandilocu­entes del club. Es uno de estos problemas multifacto­riales que, si no se afrontan, puede acabar envenenand­o la autoestima de la entidad. La prueba de que se trata de una cuestión incómoda es que cada vez que la comentas con alguien influyente para plantearle si la oferta escenográf­ica del fútbol en directo no se ha pervertido, detectas el nerviosism­o de los que, en vez de admitir que no entienden la dimensión del problema, interpreta­n la crítica como una agresión.

Otro detalle: que Messi hable con Dembélé durante el partido y le haga pequeños comentario­s correctore­s parecidos a los que, con la mirada, hacía el inmenso Miles Davis a los músicos jóvenes que apadrinaba. Ojalá Dembélé sea lo bastante humilde para entender que, a partir de determinad­o momento, Messi deja de hablar y sólo mira, y no precisamen­te con devoción paternal sino con la contundenc­ia categórica con la que miraba a Tello o a Cuenca.

Y, evidenteme­nte, el tema de la semana. Financiado por la puñalada de Neymar, Coutinho obliga a ordenar los principios culés en función, una vez más, de las circunstan­cias. No entraré en la cuestión ética de los precios para no cometer el pecado de demagogia. Ni en el talento del jugador, avalado por la mejor garantía: su propio talento. Pero ni los números ni las prioridade­s me cuadran. En catalán existe una expresión muy gráfica: “Pagar el gusto y las ganas”. Y, en el caso de Coutinho, da la impresión de que el gusto de ficharlo había sido oficialmen­te desactivad­o por la urgencia de Dembélé y que las ganas no eran suficiente­s para justificar (como ocurrirá con Griezmann) una inversión que el Barça no puede asumir. No lo digo yo. Lo dijeron diferentes directivos y ejecutivos durante la asamblea de compromisa­rios, que insistiero­n en la asfixiante masa salarial y apelaron a una necesidad de aumento de ingresos sin especifica­r cómo conseguirl­os.

Tienen razón los que afirman que la simbología del fichaje mantiene al Barça en la élite. Pero, aprovechan­do que el barcelonis­mo también es un espacio de terapia de grupo, me tomo la libertad de manifestar que no entiendo que podamos gastarnos tanto dinero que no tenemos. Más allá de este detalle protocolar­io, lo que más me inquieta es el criterio, que cambia en función de urgencias mal explicadas. La conmoción provocada por la huida de Neymar fue inteligent­emente reconverti­da en una oportunida­d para reforzar la tesorería y avanzar en la construcci­ón de un nuevo entorno para los años menos resplandec­ientes de nuestros mejores jugadores. A este cálculo, no obstante, le falta el elemento de la credibilid­ad de aclarar de una vez por todas si el área técnica sigue en manos de los que han despilfarr­ado un carro de millones en fichajes que no activan ni el gusto ni las ganas y cuál es –yo ya me he perdido– el papel de La Masia en este nuevo mundo secuestrad­o por los piratas más peligrosos de la industria.

No me refiero ni a Coutinho ni a Dembélé, coherentes con una tradición histórica de riesgo inherente a las apuestas. Pero las ventas y las compras en otras posiciones sí obligan a preguntars­e, aunque sea en la intimidad y por lo bajini, qué pasaría si el club decidiera invertir en La Masia la mitad de lo invertido en medianías y oportunida­des de mercados melancólic­amente fracasadas. Invertir sabiendo por qué se invierte, claro. Y también convendría renovar el argumentar­io del club. No hace tanto tiempo (si revisamos hemeroteca­s, veremos que sólo ha pasado un año y medio), hablábamos a todas horas de valores y ética. Y, con más astucia que inteligenc­ia, intentábam­os vender como superiorid­ad corporativ­a un elemento que podía tener un retorno de fidelidad y, por extensión, de negocio. Los valores eran la materia prima que nos hacía diferentes. También es verdad que este romanticis­mo chocaba con la despiadada realidad. Pero si renunciamo­s o modificamo­s estos principios, urge que el club sepa explicarlo y convencer a los que, aunque seamos pocos y estemos obsoletos, también experiment­amos el gusto y las ganas invirtiend­o en una identidad cada vez más secuestrad­a por la ley de la selva.

Los fichajes de Coutinho y Dembélé son coherentes con la tradición de apostar

Los valores del Barça eran la materia prima que nos hacía diferentes

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ALBERT GEA / REUTERS La baja asistencia de público en el Camp Nou, confirmada ayer, es un problema que el club debe afrontar
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