La Vanguardia

Una debilitada May maquilla su Gobierno sin tocar a los pesos pesados

La premier rehace su Gabinete para cubrir la baja de un consejero por escándalo sexual

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

La que prometía ser una noche de los cuchillos largos acabó siendo calificada de “noche de los cuchillos de papel”: al final, Theresa May optó sólo por cambios cosméticos en su anunciada crisis de gobierno, forzada por un escándalo sexual.

Theresa May es más una mujer de declaracio­nes grandilocu­entes (“Brexit significa Brexit”, “quienes se creen ciudadanos del mundo son ciudadanos de ninguna parte”) que de acciones épicas. Pero la remodelaci­ón ministeria­l que emprendió ayer, en teoría dirigida a insuflar energía a su Gobierno y reforzar su precaria autoridad, ha sido considerad­a vacua y blandengue incluso para sus baremos. La noche de los cuchillos largos se quedó en la noche de los cuchillos de papel.

Cuando un líder británico es fuerte, los ministros tienen pavor a ser llamados al 10 de Downing Street el día que hay cambios y humillados en público. Es la única manera que tiene un premier de castigar a los díscolos, rebeldes e inútiles, y de premiar a los fieles y abnegados, calculando muy bien que no sea peor el remedio que la enfermedad. Es decir, que quienes se queden sin cartera se dediquen a desestabil­izar al propio gobierno desde los bancos de los Comunes.

Tony Blair, primer ministro fuerte, era particular­mente sádico en las remodelaci­ones, citaba en persona a quienes iba a despedir, y los hacía salir con la cabeza gacha por donde estaban los periodista­s. May, primera ministra débil, no se ha atrevido a tocar un pelo a los pesos pesados de su gabinete, y no ha hecho más que una remodelaci­ón cosmética forzada por las circunstan­cias (el cese de su anterior jefe de gabinete, Damian Green, por un escándalo de pornografí­a).

“La realidad es que seguimos igual que estábamos –resumió el liberal demócrata Alistair Carmichel–, con un Gobierno incompeten­te que dirige el país hacia el preLewis, cipicio del Brexit. Lo demás es anecdótico”. Ni siquiera se puede decir que la remodelaci­ón haya sido lampedusia­na (que todo cambie para que nada cambie), porque lo que ha cambiado es muy poco. Una nueva ministra de Irlanda del Norte en Karen Bradley, un nuevo ministro de Justicia en David Gauke, un nuevo ministro de Cultura en Matt Hancock, un nuevo presidente del Partido Conservado­r en Brandon un nuevo secretario del gabinete en David Liddington...

Si May se sentía ligerament­e reforzada tras alcanzar un acuerdo con la Unión Europea para cerrar la primera fase de negociacio­nes y pasar a las de comercio, ese vigor no se ha visto por ninguna parte, incapaz de tocar a ninguno de los cinco grandes del Gobierno, que dijeron “yo no me muevo”. Philipp Hammond, tras haber sorteado el escollo de la presentaci­ón de unos presupuest­os insulsos del Estado en noviembre, sigue como ministro de Economía. Boris continúa en el Foreign Office, porque es mejor tenerlo contento y controlado que a disgusto y disparando flechas. David Davis permanece como responsabl­e del departamen­to para la Salida de Europa, más como una figura representa­tiva que otra cosa, ya que Oliver Robbins se encarga del meollo de las negociacio­nes con Bruselas desde Downing Street (su papel es comer de vez en cuando con Michel Barnier y mantener a raya a los partidario­s del Brexit duro). Gavin Williamson conserva la cartera de Defensa, Amber Rudd la de Interior y Liam Fox la de Comercio Internacio­nal. Mejor no romper los preca-

OBJETIVO FRUSTRADO La primera ministra quería dar un golpe de autoridad pero ha vuelto a parecer débil

CAMBIOS COSMÉTICOS May espera insuflar más energía a un Gobierno que vive sólo para el Brexit

rios equilibrio­s existentes a correr el riesgo de que todo se derrumbe como un castillo de naipes.

Pero no hace falta ser ningún Churchill (o creérselo) para plantar cara a Theresa May, utilizada por los conservado­res como una falla para ser quemada en la pira del Brexit. La primera ministra quería privar a Greg Clark del ministerio de Negocios, pero este le convenció de que lo dejara en el puesto. El responsabl­e de Sanidad, Jeremy Hunt, acudió a la cita tocado por la situación caótica de la medicina pública, pero no sólo conservó el sitio, sino que salió de Downing Street reforzado, a cargo también del departamen­to de Atención Social. Y si hubo cambios en la gestión de Irlanda del Norte (un aspecto crucial del Brexit), fue porque el hasta ahora titular, James Brokenshir­e, dimitió por razones de salud para someterse a una delicada operación de pulmón.

En el Reino Unido las remodelaci­ones ministeria­les duran varios días, lo mismo que los partidos de cricket. May ha dejado para el final los tragos más amargos, cesando a Justine Greening como ministra de Educación como castigo por haber bloqueado las reformas que le había encargado, y todavía es posible que prescinda de Andrea Leadsom (que tiene ambiciones de liderar el partido) como speaker de los Comunes.

Pero ningún cambio de los que ha habido o pueda haber va a alterar la realidad de un Gobierno entregado en cuerpo y alma al Brexit, hasta el punto de ignorar los gravísimos problemas sociales de un país donde el NHS (sanidad pública) está colapsado, la riqueza está concentrad­a cada vez más en unas pocas manos, hay cuatro millones de niños y dos millones de pensionist­as considerad­os oficialmen­te “pobres”, los salarios no suben al ritmo del coste de la vida, falta vivienda de protección oficial, sobran apartament­os y oficinas de lujo para consorcios de inversores, y los recortes más duros desde el final de la Segunda Guerra Mundial han mermado hasta en un 70% los presupuest­os de algunos ayuntamien­tos. El porcentaje del PIB que Gran Bretaña dedica al Estado de bienestar es el más bajo de cualquier potencia industrial­izada.

Theresa May, en un momento crucial en que su Gobierno va a empezar a negociar la futura relación comercial con Europa sin haber decidido hacia dónde va, quería dar un golpe de autoridad. Pero su remodelaci­ón ha carecido de poesía y también de épica. La noche de los cuchillos largos se quedó en la noche de los cuchillos de papel.

 ?? FACUNDO ARRIZABALA­GA / EFE ?? La primera ministra británica, Theresa May, con el nuevo presidente del Partido Conservado­r, Brandon Lewis (izquierda), y el vicepresid­ente, James Cleverly
FACUNDO ARRIZABALA­GA / EFE La primera ministra británica, Theresa May, con el nuevo presidente del Partido Conservado­r, Brandon Lewis (izquierda), y el vicepresid­ente, James Cleverly

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