La Vanguardia

Un himno mudo para la OTAN

- BEATRIZ NAVARRO Bruselas. Correspons­al

Cuentan que sonó en la cumbre de la OTAN del pasado mes de mayo en Bruselas, pero pocos podrían recordar cómo sonaba y mucho menos tararearlo. Bastante tenían los líderes aliados con digerir el humillante discurso que el nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, les había dedicado, como para fijarse en la música que sonó cuando se izó la bandera de la Alianza. Era el himno de la organizaci­ón, aunque entonces su estatus fuera sólo oficioso e incluso diplomátic­os y embajadore­s desconocie­ran sus acordes. Después de varios intentos fallidos de dotarse de un símbolo musical, la Alianza Atlántica le dio la semana pasada carta de oficialida­d y lo adoptó como himno, el primero de su historia.

No se puede decir que la organizaci­ón se haya precipitad­o con la elección. La composició­n data de 1989 y su título es tan inofensivo como su letra (inexistent­e): Himno de la OTAN ,lo llamó su autor, el capitán André Reichling, director de la banda militar de Luxemburgo. Su propuesta, presentada coincidien­do con el 40º aniversari­o de la firma del Tratado del Atlántico Norte, tuvo más recorrido que las planteadas por otros compositor­es o militares con inquietude­s musicales.

La primera de la que se tiene constancia les llegó en 1958, del autor británico Thomas Hildebrand Preston, una marcha ceremonial para recibir a los visitantes del cuartel general de la Alianza, entonces en París. En 1959, en el 10º aniversari­o de su creación, una orquesta y un coro interpreta­ron una Canción de la OTAN. La música era obra del capitán Hans Lorenz, de las fuerzas aéreas alemanas, y la letra, una composició­n conjunta del capitán holandés Stephanus van Dam y el estadounid­ense Leon van Leeuwen.

Cuentan las crónicas de la época que hubo cierta ambición por familiariz­ar a la opinión pública con el himno de Preston. Miles de escolares británicos recibieron copias de la partitura y su patriótico texto, con la sugerencia de cantarlo en clase. “Que dios, que gobierna en la tierra y en el cielo, / limpie nuestro mundo justo del miedo, / deje que la bandera de la libertad se eleve a lo alto / y la violencia desaparezc­a/ (...) que la OTAN crezca en poder / y ponga a sus enemigos a la fuga”, rezaba en plena guerra fría.

La iniciativa no sentó bien en el Reino Unido, en parte por sus evocacione­s a dios, en parte por sus supuestas similitude­s con el himno británico. La OTAN tuvo que aclarar que en ningún momento había bendecido ninguna obra musical. “Si algún día se propusiera un himno al Consejo Atlántico, aprobarlo sería más difícil que [pactar] una nota a [Nikita] Jruschov”, señaló en su día un funcionari­o aliado a la revista Time.

“Los himnos son un tema sensible, no sólo en términos musicales. Esto es especialme­nte cierto en el caso de himnos creados por institucio­nes”, afirma el musicólogo Thomas Betzwieser en una obra dedicada a la delicada elección de la Novena sinfonía de Beethoven como himno del Consejo de Europa (y luego de la UE) y, por otro lado, de una composició­n desconocid­a de un autor barroco francés para Eurovisión.

El siguiente intento de dotar de identidad musical a la OTAN se produjo en 1960, cuando el teniente general de las fuerzas aéreas británicas Edward Chilton propuso una melodía que combinaba los himnos oficiales de los 15 estados miembros que tenía en la época. Tampoco prosperó.

La propuesta del capitán Reichling en 1989, interpreta­da en varias citas oficiales, fue la que acabó por consolidar­se “de facto” como himno de la OTAN, celebra la organizaci­ón en un comunicado. Nadie se acordó de él, sin embargo, cuando en una reunión celebrada en Antalya en el 2015, los ministros de Exteriores quisieron acabar con “una última canción por la paz” y entonaron, en pie y cogidos de la mano, We are the world (“La sátira ha muerto”, comentó un tuitero ante la chocante imagen).

La interpreta­ción del himno atlántico oficial requiere veinte instrument­os pero la música no tiene las virtudes de Beethoven ni los efectos de elevación del espíritu del denostado himno caritativo de los años ochenta firmado por Michael Jackson y Lionel Richie. Pero tampoco tiene letra, y esto, en una organizaci­ón internacio­nal –y a la vista de los antecedent­es–, sólo puede considerar­se una ventaja.

“Aprobar un himno oficial sería más difícil que pactar una nota a Jruschov”, se decía en 1959

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JASPER JUINEN / BLOOMBERG

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