El Partido Antes Conocido como Podemos
En tiempo de difamaciones industrializadas, la prevención obliga a ser escéptico no por vocación sino por instinto de supervivencia. Quizás para darle credibilidad, afirman desde fuentes de Podemos que se estudia cambiar de nombre porque la marca ya está amortizada. Sorprende que las fuentes podemitas estén tan contaminadas y utilicen un léxico tan neoliberal como marca y amortizar aplicado a un movimiento que ha sido víctima de una crisis de crecimiento y de un canibalismo de egos típicamente de izquierdas. Si comparamos la presencia de Errejón, Iglesias y Monedero de hace tan sólo dos años a la tibiez mediática actual entenderemos el vértigo del exceso de exposición reconvertido en depresión personal y corporativa (seguimos con palabras de la casta) basada en una ausencia controlada y, sobre todo, en la asunción de la flaccidez de un liderazgo más académico y mediático que político. Tampoco descartemos que, en la miseria ética del mercado de protagonismos políticos, la polémica sobre el naming sea el atajo más rápido para emerger. Sólo la situación económica, que sigue ensombreciendo el horizonte de las nuevas generaciones y llevando al límite la cohesión social, podría provocar una reacción alternativa. Pero no parece que convertir Podemos en El Partido Antes Conocido como Podemos sea locomotora de ningún cambio tangible.
En TV3, mientras tanto, entrevista de Pere Bosch al abogado de Oriol Junqueras, Andreu van den Eynde. Comenta los tenebrosos abismos de un auto que, si es verdad la mitad de las cosas que cuenta, debería ser expuesto en el vestíbulo del edificio de las Naciones Unidas como máxima aberración de la justicia tendenciosa. En los últimos años hemos sido sometidos a dos inmersiones indeseadas. Primera, la económica, que, a rebufo de la crisis, nos obligó a saber qué significaban conceptos como prima de riesgo o burbuja inmobiliaria. La segunda es la jurídica, que nos ha convertido en expertos capaces de resistir tres minutos de conversación con prodigiosos expertos en laberintos jurídicos como Ernesto Ekaizer o José María Brunet. Van den Eynde, en cambio, no se recrea en la condescendencia barroca e intimidadora del derecho (escuchad a Espidio Silva ayer en El món a RAC1 y sabréis a qué me refiero). Aprovecha su carisma telegénico para subrayar la necesidad de diálogo y bilateralidad y reivindicar algo que deberían desear todos los demócratas: que cualquier acusado pueda defenderse con garantías. Ah, y sigue la tendencia iniciada hace unos meses: se subraya que es injusto que unos hombres buenos y con niños sigan en prisión. Cuidado con los argumentos sentimentales: si fueran malos y no tuvieran hijos, las decisiones cautelares arbitrarias serían igual de injustas.
Sólo la situación económica podría provocar una reacción alternativa