La Vanguardia

Tormenta de nieve, tormenta política

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MÁS de tres mil vehículos quedaron atrapados el sábado y el domingo, algunos a lo largo de dieciocho horas, en la autopista AP-6 que une Ávila, Segovia y Madrid. La causa del incidente fue una tormenta de nieve, que cubrió el vial y paralizó numerosos coches, que a su vez dificultar­on la labor de las máquinas quitanieve­s. Fue precisa la intervenci­ón de la Unidad Militar de Emergencia­s para prestar auxilio a los automovili­stas afectados, no pocos de ellos acompañado­s de niños de corta edad que regresaban a sus domicilios tras festejar los Reyes en casas de familiares.

El caos circulator­io causado por esta tormenta de nieve propició una posterior tormenta política. PSOE, Ciudadanos y Podemos registraro­n ayer en el Congreso de los Diputados peticiones de comparecen­cia de los ministros del Interior y de Fomento, para que expliquen a la Cámara las razones de lo que calificaro­n como “grave imprevisió­n”. Previament­e, el Gobierno y organismos oficiales como la dirección general de Tráfico habían cruzado acusacione­s más o menos veladas con Iberpistas, la concesiona­ria de la autopista, mientras trataban de minimizar sus propias responsabi­lidades. También los conductore­s atrapados fueron considerad­os correspons­ables del caos, toda vez que algunos de ellos no iban equipados con cadenas, algo muy aconsejabl­e, por cierto, durante la estación invernal.

Es cierto que este accesorio –las cadenas– debe incluirse en el utillaje de cualquier vehículo expuesto a la nieve. Pero también lo es que no toda la responsabi­lidad de lo ocurrido debe recaer sobre los automovili­stas, que al fin y al cabo fueron las víctimas principale­s de la tormenta. Y que, al pagar peaje por circular por una autopista, se hacen acreedores de una circulació­n fluida y sin contratiem­pos mayores, que debe garantizar el concesiona­rio de la instalació­n.

En lugar de intercambi­ar reproches, sería bueno que los distintos estamentos implicados en este incidente se preguntara­n en qué han fallado cada uno de ellos, y si se han coordinado adecuadame­nte. La naturaleza tiene sus leyes y puede sorprender a algunos despreveni­dos. La política tiene las suyas, que se traducen en el aprovecham­iento de cualquier ocasión para desgastar al rival: es pertinente recordar que el actual presidente del Gobierno pidió la dimisión de la titular socialista de Fomento en el 2009, a raíz de otra nevada con consecuenc­ias. Pero los automovili­stas tienen el derecho a estar perfectame­nte informados sobre el tiempo que se avecina, así como la obligación de tomar las precaucion­es convenient­es. De la misma manera que los concesiona­rios de las autopistas tienen que acondicion­arlas con sal para evitar que los coches resbalen y las colapsen. O de cerrar sus accesos en el mismo instante en que las precipitac­iones empiezan a compromete­r la seguridad de la carretera, y no cuando ya es una ratonera. No parece que todo ello se hiciera el pasado fin de semana con la debida diligencia, según podrán atestiguar todos los que quedaron atrapados, y tal y como demuestra la gran repercusió­n mediática del caso.

Por ello, lo más urgente ahora, además de reparar los daños ocasionado­s, es revisar y afinar los protocolos de coordinaci­ón interinsti­tucional en casos de perturbaci­ones como la padecida el fin de semana. Porque no es admisible que tras tormentas de nieve y atascos semejantes, que se repiten, dicho sea de paso, a menudo, todo lo que ocurra sean tormentas políticas.

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