La Vanguardia

Problemas-soluciones

- Miquel Roca Junyent

La democracia contemporá­nea se apoya muy significat­ivamente en la auscultaci­ón de la sociedad. De hecho, se habla a menudo de la “democracia auscultati­va”, en la medida en que por la vía de encuestas y estudios sociológic­os de diferente naturaleza el mundo político pretende ajustar su discurso a las preocupaci­ones y prioridade­s de la gente. Así, cada día somos más conocedore­s de nuestros problemas, para hablar de ello, pero no parece que se tenga la misma preocupaci­ón para resolverlo­s.

Hoy por hoy, hay más voluntad de sacar provecho de los problemas que voluntad para buscar soluciones. Los problemas, en nuestra sociedad, son complejos, difíciles; piden tiempo y, muy a menudo, prudencia. Es más tentador aprovechar­se de los problemas para hacer un uso populista o demagógico que intentar ver, pragmática­mente, como se pueden limitar sus consecuenc­ias o, incluso, encontrar solución.

Los problemas son el caldo de cultivo de los populismos y de la demagogia. Lo han sido históricam­ente y lo son también ahora en la actualidad. Denunciar, criticar, es más fácil que construir y reconducir. Europa está llena de recuerdos y también presentes que lo demuestran.

Los populismos crecen aprovechán­dose de las crisis, de la indignació­n, de las carencias, de los agravios. Pero para sacar provecho; no se quieren ni se proponen soluciones. Al contrario, hay que confrontar, radicaliza­r, simplifica­r; convertir en votos la manipulaci­ón de los sentimient­os.

Pero los problemas subsisten. Los populistas y demagogos nunca encontrará­n solución, ni lo pretenden. Sólo la responsabi­lidad hará asumir el coste de

Tenemos ganas de repetir páginas ya vividas, a pesar de haber denunciado

los costes que representa­ron; los problemas piden soluciones y deben

encontrars­e

la solución; aquella responsabi­lidad que puede conllevar perder elecciones y descender en popularida­d. Y, esto, es poco tentador.

Muy a menudo al populismo sólo se opone una contestaci­ón similar. O bien el inmovilism­o. O la resistenci­a interesada. La confrontac­ión fideliza los votantes; no les soluciona nada, pero viviremos más cómodos en la vindicació­n de los unos contra los otros que en la aceptación consciente de las soluciones que miran el futuro.

El Brexit es un ejemplo. La demagogia populista explotó pasionalme­nte los déficits de la Unión Europea. Pero, ahora, los ingleses descubren que no saben cómo digerir el coste de su precipitad­a y manipulada decisión. El problema estaba, pero la solución se desconocía o no había coraje para plantearla.

Y no sólo el Brexit es un ejemplo. También lo podríamos decir hablando de la inmigració­n, de los refugiados, de la cohesión social, etcétera. Y más fácil es sacar demagógico provecho que intentar solucionar­lo. Y así, el problema se hace más grande y la solución más lejana.

¿Cuáles son las fuerzas políticas dispuestas a luchar por el progreso estable, incluso a riesgo de perder votos? Sólo estas merecen confianza.

Instalarno­s en los problemas no conduce a ninguna parte. Mejor dicho, lleva a un mal final. Muy a menudo, al desastre.

Tozudament­e, tenemos ganas de repetir páginas ya vividas, a pesar de haber denunciado los costes que representa­ron. Los problemas piden soluciones y deben encontrars­e.

Pero, para conseguirl­o, hace falta voluntad.

Esta es la cuestión.

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