La Vanguardia

Indigencia emocional

- EL RUNRÚN Màrius Serra

El lector de diarios que se hizo el propósito de no consumir artículos de análisis político los martes teme caer en el terreno resbaladiz­o de las emociones, cartografi­adas con avidez por los hermeneuta­s de la inteligenc­ia emocional. Sabe que cuando alguien entra por la puerta con el proyecto de sistematiz­ar las emociones, la inteligenc­ia salta por la ventana. Pero también sabe que las elucubraci­ones intelectua­les generan mundos paralelos fundamenta­dos en el deslumbram­iento del análisis. Por eso hoy, martes, el lector de diarios saturado de análisis políticos intenta imaginarse que recibe un superpoder insólito. Descubre, por azar, que cada vez que se le llena el corazón de buenos sentimient­os se torna un ser peligroso. Las emociones que le invaden tienen un efecto multiplica­dor que obra un cambio radical en su organismo. El día de Reyes, tras zamparse el roscón en familia, siente el deseo irrefrenab­le de besar a la abuela y experiment­a la primera catástrofe. Ajeno a la magnitud de su nuevo superpoder, no calcula la fuerza brutal que despliegan sus músculos y, sin querer, la abraza tan fuerte que provoca la muerte de la anciana por insuficien­cia respirator­ia.

La avanzada edad de la difunta y el caos provocado por la llegada del equipo del SEM encubren la causa real de la defunción. Íntimament­e, al lector de diarios en tregua le queda el peso de la culpabilid­ad, pero todo el mundo insiste en tildarlo de accidente y se conforma. Aquella misma noche del día de Reyes, mientras por la tele anuncian que Alejandro Palomas gana el premio Nadal y Antoni Bassas el Josep Pla, tienen la certeza fáctica que su nuevo superpoder le condenará a una vida trágica. Mientras cena en el apartament­o de su amante, le invade una ola de bondad que le lleva a prometerle, finalmente, que vivirán juntos tras una eternidad de tira y afloja. En el beso subsiguien­te, la amante muere desnucada. Alarmado, el superhéroe que los martes ya no lee comentario­s políticos no sabe si llamar a la policía para autoinculp­arse o huir. No hace ni una cosa ni la otra. Deja el cuerpo inerte de la amante en el amplio lecho del apartament­o y sale a pasear. Se percata de que el destino le persigue cuando quiere ayudar a un joven ciego a cruzar una avenida y, al cogerle del brazo, este también cae fulminado, muerto. Aterrado, se interna en un parque próximo y se añade a un grupo de parados que practica la meditación trascenden­tal todas las noches de domingo hasta el alba de cada lunes. A las siete y media pilla el metro con una de las paradas meditabund­as. Antes de bajar en Virrei Amat, ella le pide si se verán el domingo siguiente y él le dice que sí. Miente. La chica le da dos besos ilusionado­s y baja al andén, indemne. La conclusión del lector de diarios es clara: para sobrevivir a su nuevo superpoder emocional debe dejar de tener buenos sentimient­os y aprender a fingirlos.

Descubre, por azar, que cada vez que se le llena el corazón de buenos sentimient­os se torna un ser peligroso

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