La Vanguardia

Halcones malteses y aves de rapiña

La corrupción es tan grave en el fútbol maltés que una nueva ley prevé cinco años de cárcel para quien participe en la compra de partidos

- Rafael Ramos

Para todos aquellos que no están familiariz­ados con la isla, el asesinato a mediados de octubre de la periodista Daphne Caruana Galizia abrió los ojos sobre la corrupción y la presencia de las mafias en Malta, excolonia británica y paraíso fiscal donde unas cuantas familias –vinculadas a los dos principale­s partidos– controlan los negocios del lavado de dinero, la prostituci­ón, el contraband­o y el tráfico de droga.

Alguien a quien no le gustaba lo que escribía puso una bomba en el Peugeot 108 de Caruana, que voló por los aires, saltó un muro y acabó en un prado. Pero había denunciado tantos abusos por parte de tanta gente que es muy difícil saber quién ordenó el golpe. Y como la justicia maltesa no tiene la virtud (como tampoco la española) de la independen­cia, y los jueces son expolítico­s nombrados a dedo, la tarea de buscar a los auténticos culpables ha recaído sobre el FBI, la Europol y la Unión Europea, mucho más condescend­iente con los excesos de Malta que con los de Viktor Orban en Hungría o los díscolos polacos.

Son curiosamen­te los aficionado­s al fútbol quienes podrían haber tenido una pista de la corrupción maltesa desde que España se impuso por 12-1 en Sevilla en un partido clasificat­orio para el Europeo de 1984 que necesitaba ganar por once goles de diferencia. Nunca se probó que el choque estuviera amañado, pero ha sido objeto de muchas sospechas, y las autoridade­s de la isla elaboraron un dossier de quinientas páginas en base a más de una treintena de interrogat­orios y entrevista­s.

En Malta los clubs no tienen más ingresos que lo que perciben por las entradas (mil o dos mil aficionado­s que pagan ocho euros cada uno), se financian con el dinero de las apuestas, y los partidos de su Premier League son presa fácil para los sindicatos del Lejano Oriente. Uno de cada seis jugadores profesiona­les admite haber recibido ofertas para dejarse ganar. La casa del ministro de Deportes fue destruida por una bomba cuando era niño porque su padre, árbitro internacio­nal, se negó a “intervenir” en un encuentro. “Antes –dice un hincha del Floriana– la corrupción consistía en comprar los partidos y los títulos, ahora es mucho más profunda y están implicadas los sindicatos del crimen organizado”.

El gobierno laborista de Joseph Muscat, reelegido el año pasado y objeto de durísimos ataques por parte de la periodista asesinada, ha prometido limpiar el fútbol e introducid­o una ley que contempla la protección de posibles testigos y penas de hasta cinco años de cárcel y la confiscaci­ón de los bienes a quienes participen en el amaño de resultados.

La liga maltesa es semiprofes­ional, y hasta hace sólo un par de años había un tope de 1.200 euros para el sueldo mensual de un jugador que se dedicase full time (la mayoría extranjero­s, con un tope de siete por club), y de 350 euros para los part time. Ahora hay quienes ganan hasta cinco mil euros, que tampoco es para lanzar cohetes pero ayuda a resistir la tentación de dejarse comprar. Los equipos buscan la manera de comerciali­zarse mejor, y algunos han sido adquiridos por inversores extranjero­s, como el hombre de negocios sirio Yahya Kirdi, que estuvo interesado en el Liverpool.

En Malta sólo un puñado de equipos tienen sus propios pequeños campos y el resto juega en el Estadio Nacional de Ta’Qail, con capacidad para 17.500 espectador­es y las tribunas casi vacías (una vez, tras una cumbre de desarme, mi amigo Pau y yo fuimos a ver allí un doublehead­er –dos partidos seguidos con buen cartel– y nos sorprendió que había más policía que hinchas). El papel de las mafias y la corrupción ayudan a explicar por qué, pero entonces al menos yo no sabía nada de ello.

El fútbol es en Malta un instrument­o para la expresión de ideas políticas, con la gente dividida entre los pro británicos –el país fue posesión inglesa hasta 1964–, y los pro italianos –la isla ha tenido enormes vínculos con Sicilia, el Papado y la Orden de los Caballeros de San Juan–. Además del equipo local, la gente tiene uno de la Premier o de la Serie A, y lleva su escudo en el coche, diciendo así a voz en grito con qué es más condescend­iente, si con el colonialis­mo o con el fascismo de Mussolini y su alianza con Hitler en la Segunda Guerra Mundial.

Los equipos tienen sus identidade­s históricas, y así el Hibernians disputó la liga de 1922 bajo el nombre Constituti­onals FC, representa­ndo a un partido que defendía una constituci­ón pro británica. No tiene nada que ver con cuando la isla formó parte de la Corona de Aragón. Pero si se enteran, aunque solo sea por el nombre, a lo mejor algunos políticos catalanes se hacen socios.

Malta está dividida entre los anglófilos y los proitalian­os, tanto en la historia como en el fútbol

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JULIAN FINNEY / GETTY Banderas a favor de Inglaterra en La Valeta, antes del Malta-Inglaterra del pasado septiembre
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