Abandono y oscuridad
La renuncia de Artur Mas como presidente del PDCat; y los terribles horarios nocturnos de los programas estrella de la televisión en España.
ARTUR Mas fue ayer, acaso por última vez, el gran protagonista de la jornada política catalana. Quien presidió la Generalitat entre 2010 y 2016, y a partir de 2012 promovió desde dicho cargo el proceso independentista, anunció a media tarde que dejaba la presidencia del Partit Demòcrata de Catalunya (PDECat), heredero de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC). Hacía exactamente dos años que Mas, cediendo a las presiones de la CUP, había dado su ya histórico “paso al lado” al comunicar, el 9 de enero de 2016, que designaba sucesor en la presidencia de la Generalitat a Carles Puigdemont. Ayer dio un segundo y quien sabe si definitivo paso al lado, clausurando la etapa del postpujolismo.
Mas manifestó que su renuncia obedecía a dos razones: dejar paso a nuevos liderazgos en el PDECat y afrontar su particular y muy complicado calendario judicial. Anteriormente, la había relacionado con que la base social independentista no se había ensanchado suficientemente el 21-D. Pero en círculos políticos se señalaba también como un factor determinante la inminencia de la sentencia del caso Palau, prevista para el próximo lunes. El fiscal pide ocho años de cárcel para Daniel Osàcar, ex tesorero de CDC, partido que presidió Mas entre 2012 y 2016, y que se habría financiado ilegalmente gracias a la trama de Palau, recibiendo por esta vía 6,6 millones de euros.
Horas antes de dejar la primera línea de la política local, Mas expuso el lunes al Comité Nacional del PDECat sus opiniones sobre la coyuntura actual. Son opiniones relevantes, que marcan distancias con las de Puigdemont, quien en días recientes se ha mostrado dispuesto a bloquear la escena política en Catalunya si no logra forzar su propia investidura. E incluso a convocar nuevas elecciones, dilatando la crisis política que tanto ha perjudicado ya la convivencia y la economía del país. No cree Mas –ni Marta Pascal ni David Bonvehí, coordinadores del PDECat– que esta sea una buena idea. Por el contrario, piensa que Catalunya necesita un gobierno estable. Y aquí sintoniza con ERC, partidaria de que las dos grandes formaciones independentistas pacten un Govern que trabaje en pro del mejor servicio y agote la legislatura, a diferencia de lo ocurrido en las tres anteriores, que no se completaron.
Aunque los sectores más radicales del independentismo se resistan a aceptarlo, la nueva legislatura no puede ser como la anterior. Han ocurrido muchas cosas. Carles Puigdemont, que fue presidente de la Generalitat, está en Bruselas. Oriol Junqueras, que fue vicepresidente, está en Estremera. Raül Romeva, que fue consejero de Asuntos Exteriores, no tiene pasaporte. Carme Forcadell, presidenta del Parlament, se muestra remisa a repetir cargo. Y Carles Mundó, cuyo nombre había sonado para reemplazarla, renunció ayer a su acta de diputado y dijo adiós a la política institucional.
Hemos mencionado los nombres de políticos que destacaron en la anterior legislatura. Pero para recomponer su futuro Catalunya no debe supeditarse a los anhelos de estas u otras personas, sino definir un plan de acción guiado por el propósito de excelencia. Por dos motivos. El primero es que eso es lo que merece y espera la mayoría de los ciudadanos. Y el segundo, que el modo más convincente que tienen un gobierno o un movimiento político para granjearse nuevos apoyos no pasa por la agitación y la movilización constantes, sino por acreditar, a diario, la mejor gestión pública posible.