La Vanguardia

El albatros

- Antoni Puigverd

Sólo la literatura ama a los que fracasan. La historia siempre es injusta con los perdedores. El periodismo contemporá­neo los detesta. Artur Mas es un hombre embargado por el Tribunal de Cuentas, inhabilita­do, investigad­o por varios jueces, detestado por una parte del independen­tismo, odiado por la Catalunya burguesa que había confiado en él, convertido en un problema para la mutación de la antigua Convergènc­ia en el partido nacionalis­ta que idea Puigdemont.

Político de extración elitista, fue educado para ser un ganador. Tenía y tiene la cabeza muy bien amueblada. Heredero de Jordi Pujol, obtuvo el apoyo de las fuerzas vivas de su partido y, casi sin esfuerzo, también el de las élites barcelones­as. Un publicista pomposo quiso convertirl­o en Mesías. Llegó a creérselo. Sobrevolab­a Catalunya como un elegante albatros.

Desde la época en que se estrenó como opositor del alcalde Maragall, Mas demostró muchas virtudes: tenacidad, beligeranc­ia, frialdad. El alcalde que había situado Barcelona en el mundo era cuestionad­o sin reparos por el joven opositor, que aportaba al debate no una nueva visión de la ciudad sino tan sólo su propia beligeranc­ia. Dos años después de los JJ.OO., las durísimas intervenci­ones de Mas en los plenos bombardeab­an lo que en Madrid se denominaba “el oasis catalán”. Mas importó en Catalunya la lógica amigo-enemigo que después Aznar generaliza­ría en toda España. Aires de nueva derecha americana.

El defecto principal de Mas es un fruto paradójico de dos de sus virtudes: la notable inteligenc­ia y la sólida formación en Aula, la escuela más exigente de Barcelona. Ha sido un político soberbio. Despreció a Maragall (que con los años se revela como el gran político catalán contemporá­neo; el único que ha dejado un legado honesto y muy positivo: el triunfo mundial de Barcelona). Pero sobre todo despreció

Cazado por los marineros, sufre en cubierta sus crueles burlas

la realidad. Cuando, en el 2012, después de la primera de las grandes manifestac­iones del 11 de septiembre, decidió anticipar elecciones, cometió un acto de soberbia, que ha determinad­o toda su etapa final, la independen­tista. No conocía bien el país; y no se asesoró. Es sabido que Mas tenía un entorno de confianza muy reducido. Le faltaba informació­n, contraste, conversaci­ones, pisaba poco el territorio. Conversaba poco, escuchaba menos.

Atrapado en aquel error del 2012, Mas hizo lo que todo soberbio haría: cerrar los ojos a la realidad y creerse su justificac­ión, su propaganda. En aquellos comicios había perdido estúpidame­nte 12 diputados, pero quiso eclipsar el error afirmando la mayoría soberanist­a: comenzaba el proceso. Y comenzaba también su dependenci­a: él mismo se puso en el cuello el hacha que la CUP accionaría. El proceso ha tenido, para el país, las consecuenc­ias que sabemos. A Mas, lo ha convertido en títere. Finalmente se rinde. El poema francés que más admiraba, “Albatros” de Baudelaire, se ha realizado. “Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!”. Cazado el albatros por los marineros, sufre en cubierta sus crueles burlas. “Sus alas de gigante le impiden caminar”.

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