La televisión roba el sueño a los jóvenes
SI la sociedad española quiere que los niños y los jóvenes lleven una vida ordenada y duerman las horas que necesitan para su correcto desarrollo y su buena salud, es fundamental que las televisiones colaboren con este objetivo. Para ello los programas destinados a la franja infantil y juvenil deberían emitirse dentro del llamado horario protegido, que finaliza a las 22 horas. Pero estamos muy lejos de ceñirnos a esta norma. La lucha por la audiencia ha llevado hasta altas horas la emisión de programas con público infantil y juvenil, como es el caso de Operación triunfo, Masterchef, Got talent o La voz. Son algunos de los principales programas estrella de las diferentes cadenas, en los que participan niños y jóvenes, que no sólo empiezan tarde sino que duran mucho y obligan a irse a dormir avanzada la noche.
Son varias las iniciativas que se han llevado a cabo para intentar avanzar los horarios televisivos de los programas con mayor audiencia, sobre todo infantil y juvenil, en el marco de un debate que se prolonga desde hace años para racionalizar los horarios en este país. Pero todas esas iniciativas no han evitado que, al contrario de lo que se pretendía, se haya retrasado en más de una hora –72 minutos en concreto– el inicio del prime time en las televisiones públicas y privadas españolas desde los años noventa hasta hoy.
La última moción aprobada por el Senado en el mes de junio, en la que se instaba al Gobierno a tomar medidas para avanzar la emisión de los espacios estrella de la noche y que acabasen a las 23 horas, ha quedado en papel mojado. Lo mismo ha sucedido con una proposición de ley del Parlament de Catalunya que indicaba que se debe establecer como hora punta de programación la franja horaria de las 20 a las 23 horas.
La necesidad de ingresos publicitarios y la consiguiente guerra por las audiencias, a la que no son ajenas las cadenas públicas, explica la deriva que siguen los horarios televisivos. Pero en bien de la salud y de la vida ordenada de los ciudadanos, especialmente de los niños y de los jóvenes, las fuerzas políticas presentes en el Parlamento, con el Gobierno a la cabeza, habrían de ser capaces de obligar a las cadenas televisivas a establecer unas normas horarias más civilizadas, en línea con las que rigen en el resto de Europa. Por más difícil que sea, con la necesaria voluntad política, se podría conseguir y ello contaría, sin asomo de duda, con el beneplácito y el aplauso de la mayoría de las familias del país. Además, ello podría suponer el primer paso para lograr el viejo objetivo de racionalizar el conjunto de los desordenados e irracionales horarios del país. Si no se empieza por la televisión no hay nada que hacer.