La Vanguardia

La trampa

- Susana Quadrado

Este es uno de esos artículos que podríamos haber escrito hace dos años y que, lamentable­mente, valdrá igual para dentro de otros tres.

Ningún gobierno moverá un dedo para que los retoños del país se vayan a dormir a una hora decente. Nadie hará una ley para obligar a nada, porque del dicho al hecho hay un buen trecho, y aquí no es sólo un refrán.

Ninguna cadena de televisión va a renunciar a la cuota nocturna infantil, porque es facilona y porque le han pillado el gusto. No están las cosas para ser condescend­ientes con el bienestar de las familias y de los niños, teniendo a Netflix y Movistar+ y YouTube y las redes... pisándote los talones y el negocio.

Verán que esta servidora es muy pesimista en este asunto. Pasa en esto como con los anuncios de comida chatarra de la tele en horario infantil: no hay solución a la vista, por mucho que el CAC, el TAC o quien sea les cante las cuarenta a las cadenas cada equis meses o cada vez que arrecia otra polémica. La controvers­ia repite como el ajo: ahora es Operación Triunfo; hace nada fue Merlí. Qué podemos esperar si ni siquiera la televisión pública (y subrayo: pública) cumple con el mínimo protocolo pedagógico y lo rompe sistemátic­amente en favor de licencias horarias que sólo sirven al objetivo de la cuota de pantalla. ¿Acaso alguien espera que prediquen las privadas con el ejemplo? Oh, vamos.

Y no: la culpa no es de los padres. Ellos son las víctimas propiciato­rias de una estrategia muy bien urdida que juega con las emociones. Claro que pueden mandar a la cama a las criaturas, por las buenas o por las malas, y que su obligación pasa por educarles en los buenos hábitos. Son legión los que lo intentan y son legión los que sólo lo consiguen con broncas y cabreos. Una dulce velada viendo cómo el niño repelente de Almería cocina un cocido de habas puede acabar como el rosario de la aurora. Luego está la batalla siguiente del “apaga ya el móvil y duerme”, pero eso daría para otro artículo.

En resumen, los late show con o sin niños para todos los públicos son una trampa. Con el buen rollo de los valores y el esfuerzo, con profesores que parecen terapeutas con síndrome de Estocolmo y con algún beso casto entre concursant­es que se hacen tilín y que son los reyes del mambo en los chats, estamos muertos. Muertos de sueño. Mal síntoma.

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