Todos aman la Boulez Saal
La última aventura de Barenboim es el auditorio de Gehry en Berlín, de acústica excelsa y pocas plazas
En marzo del año pasado, Daniel Barenboim, hijo adoptivo de Berlín, hacía realidad su sueño de contar con una sede estable para su Academia Barenboim-Said y con un auditorio de cámara que estableciera esa distancia íntima con el público que ni siquiera la sala de cámara de la Philharmonie proporciona en la capital alemana. El arquitecto Frank Gehry creó para él la Pierre Boulez Saal, ubicada en el distrito del Mitte. Una sala en forma de falsa elipse, y con una acústica concebida −como en la Elbphilharmonie de Hamburgo– por Yasuhisa Toyota. El público, ojo, dispuesto alrededor de los músicos, en 360 grados, casi pegados a ellos.
¿Cómo se gestiona un espacio para solo 750 personas sin que las entradas cuesten un ojo de la cara? ¿Es un proyecto sólo al alcance de un tótem como Daniel Barenboim y para gozo de unos pocos? ¿Cómo se rentabiliza?
“Abrimos el día 4 de marzo y tenemos un 98,5% de ocupación. Lo cual es extraordinario con la cantidad de música contemporánea, y música árabe y otras cosas exóticas que tienen lugar ahí”, se alaba Barenboim. “Tuvimos mucha suerte porque la sala es magnífica, única en el mundo, de forma oval y acústica excelente. Y además hay algo muy importante, pues cada sala del mundo, desde la peor a la mejor, tiene dos comunidades: la que interpreta en el escenario y la que escucha. Y la que escucha trata de conectarse con la que está tocando y viceversa. Pero en la Boulez hay solo una comunidad, no hay escenario. El artista sale y desde el principio hay una sola comunidad, hay un sentimiento de pertenecer, y eso es algo que la gente siente. Es lo que pudo desarrollar la imaginación del público que ahora esta tan interesado en acudir, pues es algo que no oiría en otras salas”, añade el maestro.
Gehry hizo el proyecto a cambio de nada, sin coste alguno. ¿Tan profunda era la amistad con el arquitecto?
“No, yo a Frank Gehry no le conocía personalmente. Pero un día recibí una llamada. Era el año 2010. Me dijo que era un gran admirador del proyecto West-Eastern Divan y me contó que tenía una clase de arquitectura en la Universidad de Yale, y que como había visto que yo estaría en Nueva York tocando con la Filarmónica de Viena, quería pedirme si tendría una hora para pasarla con sus alumnos, doce jóvenes arquitectos. Yo, naturalmente, curioso como soy, dije que con mucho gusto. Él no pudo estar presente, pero acudieron esos doce estudiante. Y no se imagina mi sorpresa cuando presentaron cada uno de ellos un proyecto para sala de concierto con una academia para la WestEastern. Yo ya tenía en mente la idea de una academia, pero no había pensado en la sala. Me quedé fascinado. Entre ellos había americanos, europeos… pasé con ellos cinco horas y media. Luego Gehry me llamó y me agradeció. Y fue cuando se confirmó la idea de la academia y la sala que se lo conté y me dijo: ‘¡Yo le hago la sala!’. ‘Pero si nosotros nunca tendremos el dinero para pagarle a usted”, le respondí. ‘Un proyecto así no se cobra, se paga’, dijo. Y fue a raíz de todo eso que nos volvimos amigos”.
“En la sala Boulez no hay escenario. El artista sale y desde el principio hay una sola comunidad, el público siente que pertenece”