Síndrome del banquillo
Rodrigo Rato empleó ayer en el Congreso los modos arrogantes de un hombre siempre muy pagado de sí mismo para dar rienda suelta a su teoría de una conspiración, liderada por dos de sus más estrechos colaboradores cuando fue vicepresidente y ministro de Economía de Aznar (1996-2004), Luis de Guindos y Cristóbal Montoro, y para la que aún le falta encontrar un móvil definido. Más allá, claro, de la desesperación de quien vive atrapado en una inextricable maraña de causas judiciales que le auguran un complicado futuro. Rato ha sido ya condenado, aunque la sentencia está recurrida, por las tarjetas
black (4 años y seis meses); está investigado por la salida a Bolsa de Bankia, además de por diversos delitos contra Hacienda. No puede quejarse del trato especial recibido ayer en el Congreso pese a ese escabroso historial.
Según el que fue director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), la intervención de Bankia fue resultado del asalto de un grupo de bucaneros, sus competidores bancarios, capitaneados por el ministro de Economía, su exsecretario de Estado, Luis de Guindos.
Los hechos culminaron en mayo del 2012, pero las dudas sobre Bankia ya venían de mucho antes. Este engendro fue parido en diciembre del 2010, en plena crisis financiera y del euro, por un sindicato de necesitados: el Banco de España de Miguel Ángel Fernández Ordóñez, gobernador, que intentaba evitar una crisis bancaria y el cuestionamiento de sus políticas previas; el PP de Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre, que intuyendo lo que venía quería controlar una gran caja que mirase de tú a tú a La Caixa; el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que tras haber presumido del sistema bancario “más sólido del mundo”, intentaba tapar las vergüenzas que supuraban unas cajas atragantadas de ladrillo y evitar que el fantasma del rescate se hiciera realidad; e, incluso, de sus propios colegas bancarios que padecían el contagio de los problemas de sus averiados competidores. Y, claro, el propio Rato, quien había vuelto súbitamente de Washington, según se supo después, escapando abruptamente de las incómodas preguntas que sobre su dinero en paraísos fiscales le hicieron los controladores del FMI. Ahora, explicaba en su entorno que él quería reconstruir su patrimonio.
Desde que salió a bolsa, en el verano del 2011, el FMI, que él había dirigido, y el Banco Central Europeo (BCE) que ya presidía Mario Draghi, venían reclamando una solución para Bankia, bajo sospecha de banqueros, inversores y reguladores. Y, pocos días antes de la intervención, aprovechando una reunión del consejo del BCE en Barcelona, el italiano más poderoso de Europa le dijo a Mariano Rajoy, presidente del Gobierno, que sin solucionar el caso Bankia, no habría alivio para la prima de riesgo de la deuda española. Con anterioridad, La Caixa de Isidro Fainé también había sido muy cautelosa y en las conversaciones preparatorias de una posible fusión con Bankia había cifrado en más de 15.000 millones las garantías que pediría al Estado para culminar la operación. Rato se quedó corto con su lista de conspiradores. También le faltan los auditores externos que valoraron la cartera inmobiliaria del banco.
Explicó que el problema de Bankia se habría resuelto si él hubiera seguido y que su dimisión desencadenó la caída de las acciones, la huida del dinero de España y, al final, el rescate bancario. Otras fuentes, sin embargo, matizan que si las acciones no habían caído mucho más antes de su forzada dimisión, fue porque Bankia estaba, directa e indirectamente, comprando títulos para sostener su precio. Le molestó que Guindos le pidiera la dimisión. ¿Pero que alternativa quedaba si no su marcha si el Estado iba a intervenir la entidad aportando dinero público?
No todo fue ayer para sus excompañeros de partido y de Gobierno, Rato también tuvo tiempo para despacharse con el Gobierno de Zapatero, a quien atribuyó la paternidad de la burbuja inmobiliaria. De nuevo, con pocos escrúpulos hacia la precisión factual. El primer informe del FMI advirtiendo sobre ese peligro fue de noviembre del 2003. Y lo recibió, en mano, en calidad de ministro de Economía, Rodrigo Rato. Preguntado por este diario sobre ese dilema en una entrevista realizada en diciembre del 2004 en su despacho del FMI en Washington, contestó: “No entraré en discusión conmigo mismo sobre lo que opinaba antes y ahora”.
Rato presentó el rescate de Bankia como el asalto de unos bucaneros, los banqueros, capitaneados por Guindos