Ante el desconcierto
En Catalunya estamos viviendo en una confusión política total agudizada desde principios de septiembre cuando el Parlament de Catalunya decidió saltarse la normativa española e incluso la catalana aprobando la ley de Transitoriedad Jurídica y Fundacional de la República con la que –y con la ley del Referéndum– se empezaron a dar los pasos hacia una pretendida independencia unilateral que condujo –se quiera o no– a la aplicación del artículo 155 de la Constitución, a unas elecciones autonómicas y al encarcelamiento de unos líderes independentistas y la marcha hacia Bruselas de otros.
Después de esto, ahora estamos alcanzando el cenit de la confusión en que la actualidad política parece circunscribirse a la problemática restitución en la presidencia de la Generalitat de Carles Puigdemont en base a un procedimiento a distancia que no creo que se haya visto en ningún país europeo normal.
A mí, con independencia de lo que pueda decidir la Mesa del Parlament cuando se constituya el Parlament de Catalunya el próximo 17 de enero, me parece que aceptar como normal un estado de cosas auténticamente peregrino no ayuda a que vayamos renormalizando la vida política ni económica, hoy en manos de unos diputados que para empezar a ejercer su función han tenido que aceptar la Constitución y el Estatuto pero que no parece que estén demasiado dispuestos a cumplir con tal compromiso.
Y mientras asistimos a un extraño y descabellado ir y venir de diputados independentistas electos de Barcelona a Bruselas para coordinarse con Puigdemont con objeto de ver cómo pueden materializar su investidura y mientras el expresident Artur Mas y el conseller Carles Mundó han dimitido por razones evidentes, los políticos independentistas parecen olvidar que lo que tienen que hacer los políticos es crear un marco para que la gente viva mejor y no consagrarse a una batalla para ver si el PDECat sigue existiendo o ha sido absorbido por la extraña lista del president Junts per Catalunya, coordinada por Elsa Artadi y en la que curiosamente no figura Marta Pascal del PDECat, o si ERC puede liderar el independentismo habiendo conseguido menos votos –en las elecciones autonómicas del 21 de diciembre–que Ciutadans y que Junts per Catalunya. Olvidar la economía es tirarse piedras sobre el propio tejado.
Sólo los más empecinados se niegan a aceptar –como ha reconocido Mas– que el programa independentista no ha podido culminar por número de votos y por falta de reconocimiento internacional, pese a la euforia de las movilizaciones callejeras.
Con esta presión independentista hay desconcierto e inseguridad política, el pueblo llano no entiende nada, las familias siguen divididas y las empresas siguen marchándose de Catalunya hacia Madrid y otros lugares de España huyendo de la inseguridad. Madrid crece más y más, y Barcelona es cada vez más catalana, pero cada vez más provinciana y menos cosmopolita como muchos querríamos que fuera.
Persiste la inseguridad por la presión de los más empecinados independentistas