La fuerza de la ley
Los hechos han sido los siguientes, según consta en las ediciones de La Vanguardia de esta semana. Lunes, 8 de enero: Artur Mas reclama generosidad a Carles Puigdemont y a este diario le sugiere una alusión al paso a un lado del propio Mas en el 2015. Martes, 9 de enero: Artur Mas dimite como presidente del PDECat y Carles Mundó anuncia que abandona la política. Miércoles, 10 de enero: ERC dice que esperará los informes jurídicos al mismo tiempo que los letrados del Parlament, según este diario, descartan una investidura a distancia de Puigdemont. Jueves, 11 de enero: Carme Forcadell rechaza volver a presidir el Parlament. Jordi Sànchez, Jordi Cuixart y Joaquim Forn renuncian a la vía unilateral.
Ante esos hechos, lo menos que se puede decir es que se vislumbra un cambio de ciclo en Catalunya o, al menos, en lo que hasta ahora fue la cúpula del independentismo. Los que hace tres meses eran principios irrenunciables han dejado de serlo. El referéndum del 1 de octubre, expresión genuina de la voluntad popular, queda en entredicho porque, según Cuixart, el único referéndum válido será el que convoque el Gobierno del Estado. La vía unilateral es tan aberrante, que Sànchez dimitirá si se insiste en ella. Y la Constitución recupera validez porque Joaquim Forn cree que la independencia es inviable sin su reforma.
Supongo que no es preciso argumentar que esta conversión al constitucionalismo no es fruto de un debate, ni de una reflexión posibilista, ni de una renuncia definitiva a las convicciones tanto tiempo expresadas, sino de algo mucho más humano: la necesidad de recuperar la libertad. Ninguno de los líderes mencionados hubiera dicho lo que dijo si la cárcel no ejerciera sobre él una presión difícil de soportar. Pero el hecho de constatar esta evidencia supone admitir que la ley siempre termina por imponerse. No es la solución al problema independentista, que está muy enraizado en la sociedad. Tampoco es el triunfo definitivo del Estado sobre la voluntad secesionista, pero es la confirmación del aviso de que nada se puede hacer al margen de la ley.
¿Cómo encaja todo esto con el Puigdemont que abre la web del “Govern de la República”, reúne en Bruselas a sus diputados o busca la investidura telemática? De mala manera. El expresident llegó tan lejos que no tiene marcha atrás. Está tan cercado, que sólo le queda la salida de llevar al extremo su desafío y ese “extremo” es todo: es, por supuesto, seguir huido de la justicia con la disculpa de la “indefensión jurídica e institucional”; convertirse en el mártir de la independencia en espera de una hipotética redención; ser elegido presidente y actuar como tal, aunque sea sin pisar la Generalitat, ni la sede del Parlament, ni un palmo de territorio catalán… Puede contar con el apoyo de mucha gente, quizá de la mayoría de cuantos votaron una opción independentista. Pero, ay, no podrá tener un ejecutor de sus sueños en la política real de Catalunya. No podrá tenerlo, porque el destino de ese ejecutor sería la cárcel. Y de la cárcel sólo se sale diciendo que se acata la ley y se respeta la Constitución.