Países de mierda
Lo peor de Trump es que nunca desmiente a su caricatura. A pesar de que ese tipo verborreico, histriónico y desmesurado de los platós de televisión parecía un personaje para ganar audiencia –o votantes, que es lo mismo–, resultó que no, que aquel espectáculo esperpéntico escondía una verdad aterradora: Trump era Trump. Es decir, no había disfraz.
Debe de ser por ello que, después de un año y muchas excentricidades en el cargo, ya nada nos sorprende, ni tan sólo sus peleas de matón tuitero con Corea del Norte. Y, sin embargo, aún queda algo de sorpresa, quizás porque una aspira a unas mínimas dosis de decencia. Pero no, y ahí está el presidente del país más poderoso del mundo –o más o menos– diciendo que no quiere emigrantes de “países de mierda”, y por mierda entiende a la gente que huye de países con mucha miseria y dolor y mucho desarraigo. Trump sólo quiere que le lleguen ciudadanos arregladitos, peinaditos y ordenados de, por ejemplo, Noruega, cuyo estatus parece que es digno de la gran América. Pero si son de El Salvador, de Haití o de Sudán, frontera vetada porque, como se pregunta el mismo Trump, ¿para qué los quieren?
Lo de la mierda es un concepto interesante, básicamente porque estos emigrantes de países de mierda acostumbran a limpiar la mierda de los países
No me imagino a los noruegos, tan blancos, cultos y nórdicos, limpiando los váteres norteamericanos
que no son de mierda pero dejan mucha mierda. La verdad es que el presidente debe tener alguna sesuda alternativa pero yo no me imagino a los noruegos, tan blanquitos, tan cultos, tan nórdicos, limpiando los váteres, fregando los suelos o cocinando para los naturales de Estados Unidos. ¿Cómo harán los ciudadanos estadounidenses si los emigrantes de esos países de mierda no llegan a su país a limpiarle la ídem? Pues me temo que se quedará sin emigrantes de países de mierda, pero con toda su mierda por recoger.
En fin, por seguir el tono de la cosa, ¡qué mierda de presidente!
Porque miren, lo peor no es la vulgaridad del tipo, sus aires agresivos, su elitismo soez. Lo peor es el desprecio que respira hacia los más vulnerables, un desprecio desalmado, carente de toda empatía con la desgracia. Mentar a Haití, por ejemplo, un país que ha sufrido tanto, proyecta una indecente imagen de insolidaridad y superioridad fascistoide. Esto ya no es populismo, es puro malismo. Y ante esa exhibición de maldad descarnada, carente de humanidad, sólo concibo un asco profundo, el asco que produce la mierda.
El tipo, además, se cree un valiente por vivir a caballo del verbo grueso y la incorrección más burda. Y, sin embargo, los únicos valientes son esos padres, con sus hijos a cuestas, que cruzan fronteras para poder sobrevivir, esos jóvenes que se lanzan a las pateras de la muerte, esas almas que huyen del horror, esos emigrantes que trabajan duro para labrarse un destino. Gentes con la mochila del esfuerzo a cuestas, elevados por encima de la mierda de quienes los ignoran y los desprecian.