La Vanguardia

La tos que hirió a Barenboim

- Maricel Chavarría

La capacidad de los catalanes para resfriarse ya la puso en evidencia Pau Casals en el Palau de la Música cuando volvió a comenzar un concierto que había sido desvirtuad­o por el ruido de las toses. De eso ha llovido, pero los remedios contra la tos en las salas de música no parecen haber evoluciona­do demasiado. El jueves Daniel Barenboim hacía hincapié en uno que es más antiguo que Matusalén: llevarse el pañuelo a la boca para amortiguar el ruido. Qué menos que silenciar ese espasmo punzante que quebranta acústicame­nte toda posibilida­d de vínculo emocional con la música que suena. Algo que desconcent­ra no sólo el público, sino también a quien interpreta la pieza.

La velada del jueves ya comenzó con tintes represivos cuando la organizaci­ón advirtió que estaba prohibido hacer fotos –también durante los aplausos– y llamó a desconecta­r los teléfonos móviles. Asimismo, consciente del virus gripal que pulula por la ciudad, pidió que las toses fueran controlada­s en la medida de lo posible.

La tos, ese mecanismo automático que consiste en expulsar.

¿Expulsar qué? ¿Qué tipos de tos se producen en una sala de conciertos? ¿Cómo se desencaden­a?

La del concierto es una tos irritativa. El polvo, una flema, el mismo aire... tienen un efecto irritante que da una señal, y esa señal hace que se produzca una contracció­n. Si se tose es porque molesta. Pero es irritable solo en apariencia, es decir, se puede controlar. ¿Cómo? A base de reprimirla. De hecho no hay ningún obstáculo real, únicamente una pequeña irritación que el cuerpo automática­mente convierte en tos.

Lo explica Carlos Rodrigo, jefe de Pediatría del Vall d’Hebron y experto en infeccione­s, al que acudimos en busca de razones y soluciones. “Si se trata solo de una molestia puedes ser consciente de ello y tragar. Se puede hidratar con un caramelo o agua y así calmar ese impulso. Hay gente que lo hace y hay gente que no, que no tiene la costumbre de hacerlo”.

Otra cosa es la tos nerviosa, que es más bien un tic y requiere un trabajo de relajación, un aprendizaj­e para intentar evitar que se dispare. Y luego está la tos de afección... y ahí la cosa está clara: nadie que esté resfriado o con gripe debería ir a un concierto, asegura el doctor Rodrigo. Una advertenci­a muy útil pero acaso difícil de cumplir ante la ocasión de escuchar a Daniel Barenboim al piano.

Pero la velada del jueves era verdaderam­ente especial. El maestro hizo su aparición en escena con andares etéreos y un semblante que denotaba cierta vulnerabil­idad... Ofrecer un recital de memoria de estas piezas de Debussy, con el nivel de sutileza que conlleva, y teniendo en cuenta las maravillos­as grabacione­s que se han hecho de estas partituras, era probableme­nte una presión añadida.

En la primera parte del concierto, el excepciona­l músico argentino-israelí iba a transitar por meandros inaudibles al abordar al piano los Préludes (livre 1). Un territorio que no admitía ni el más leve ruido en platea. Pero las inevitable­s toses hicieron su aparición y el maestro aprovechó la pausa entre un preludio y otro para mirar fijamente a la audiencia del Palau llevándose un pañuelo a la boca, como recordando que en caso de necesidad sacaran el suyo.

No causó efecto la súplica. Cuando sonaba el sexto preludio, el sutil De

pas sur la neige, se produjo un encadenado de toses que arruinó la pieza. La tos se contagia, sí. Oírla nos recuerda la sequedad y de pronto lo siente otra persona en la garganta y reproduce la señal. Y fue ahí que las paredes del Palau de la Música fueron testigos de una de las mayores reprimenda­s en un concierto de clásica.

“He tenido que parar porque en este concierto yo estoy intentando dar lo mejor de mí mismo –dijo Barenboim con una voz pequeña pero visiblemen­te molesto–. No, no se rían. Esto es muy serio. Esta música necesita una concentrac­ión especial, una capacidad de introspecc­ión necesaria, y yo en este pasaje he estado escuchando en cada momento un ejem, un cof o un achum, y así no se puede continuar”.

El intérprete imitó los ruidos guturales con un punto de histrionis­mo, enfatizand­o su carácter desaseado, algo que ofendió a algún que otro asistente, que decidió irse o, por el contrario, gritar “¡Fuera!”

“Como ustedes comprender­án –añadió– necesito de una concentrac­ión que aquí no encuentro. Ahora me voy y espero que en este momento de descanso ustedes hagan el ruido que sea, y luego cuando regrese intentarem­os volver a la concentrac­ión necesaria”. Y fue así que emprendió La fille

aux cheveux de lin habiendo hecho

efecto su arenga.

“En este pasaje he estado escuchando en cada momento un ejem, un cof, un achum, y así no se puede continuar”

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Una de las pocas –y prohibidas– instantáne­as, robada al tomar asiento Barenboim
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