El tatuaje de la tribu
Empezó siendo una consigna para reforzar la trascendencia del discurso de un presidente (de cuando los presidentes fumaban puros interminables) y hoy es el lema de una tribu corporativamente respetada en todo el mundo. El “més que un club” no es ajeno a la permeabilidad histórica del club. La prueba es que evoluciona como un mutante, alternando momentos de elegancia descriptiva y otros monstruosamente enfáticos. Se mire como se mire, es un acierto que, basado en hechos reales, permite que los culés de cualquier condición lo interpreten a su manera, sin manual de instrucciones que especifique hasta qué punto el més debe ser social, histórico, político, tradicional o simbólico.
Es una suma de todo y por eso funciona. Tanto, que si la memoria no me falla, no recuerdo ninguna polémica que intente cuestionar su utilidad y vigor simbólico más allá de las efervescentes reyertas dialécticas de los debates preelectorales. Y eso, en un club en el que se discuten hasta la textura de los frankfurts del Camp Nou o la vida nocturna de un suplente en lateral derecho es un milagro antropológico. El “més que un club” cohesiona la identidad pero, en vez de depender de un demiurgo sobrenatural, acepta el aluvión como método de acumulación de una ambigüedad en permanente revisión. En el contexto actual, el lema logra hacer compatibles la tensión entre los que subrayan el valor de significación patriótica encarnada por el proceso y los que, a rebufo de la globalización y de unos círculos concéntricos de adhesión cada vez más distanciados del Camp Nou, acaban creyendo que el lema equivale a una inspirada frase mercadotécnica. A su manera, tienen razón. Pero les convendría saber que la diferencia entre el lema del Barça y el de Nike es que el de Nike forma parte de los ingresos tangibles mientras que el “més que un club” pertenece a una dimensión espiritual y sentimental que nos explica como colectivo.