La Vanguardia

“Ángel era el perejil de todas las salsas”

Belinda Alonso, viuda de Ángel Nieto, conversa con ‘La Vanguardia’ en su casa de Madrid

- SERGIO HEREDIA

Belinda Alonso ofrece un café, un té, una cerveza, un refresco. La Vanguardia toma asiento en un cómodo sofá, en una luminosa estancia de la casa familiar, blanca y al pie del Retiro, en Madrid, y afina el oído.

Belinda Alonso va a hablarnos de Ángel Nieto, el hombre de su vida, deportista ejemplar, motorista pionero en un país de motoristas, fallecido el verano pasado en un accidente en quad. Tenía setenta años.

Belinda Alonso y Ángel Nieto habían compartido 36 años. –Éramos una familia feliz –dice. Hugo era el centro de sus vidas. Tiene 16 años. Es el hijo de ambos. Ángel Nieto tiene otros dos hijos de su matrimonio con Pepa Aguilar: Gelete y Pablo.

–Ahora ya estábamos montando una vida alrededor de Hugo, ¿sabe? –dice.

Hugo tiene muy buena pinta como tenista. Lleva un año largo en Manacor, en la academia de tenis de Rafael Nadal.

–En los últimos tiempos, tras dejar la televisión (había sido comentaris­ta de motor durante dos décadas), Ángel decía: ‘Ya tengo setenta, vamos a disfrutar de Hugo’. Estábamos buscando una casa en Manacor para estar cerca del niño, a un paso de la academia. Aquel es un lugar muy bonito, una zona de calas con la sierra de Tramontana como fondo. Sus otros hijos ya son mayores, ya hacen su vida propia, así que Hugo se había convertido en la ilusión de Ángel. Ambos eran como Romeo y Julieta. Ángel soñaba con ayudarle, estar con él. Estaba muy orgulloso de que Hugo hubiera apostado por el deporte. Y estaba muy contento de que no le hubiera dado por las motos. –¿Y eso?

–Ángel conocía los riesgos de la disciplina. Era consciente del peligro, aunque procuraba no pensar en eso. Si tienes miedo sobre una moto, no puedes competir. Es cierto que tanto Gelete como Pablo estaban acostumbra­dos a verle correr. Ambos habían tenido motos de niños, competían en minimotos. Y luego, ya mayores, acabaron dedicándos­e a eso. Pero sé que a Ángel no le divertía que le hubieran seguido los pasos. Conocía el riesgo. Tenía seguridad en sí mismo, pero en lo que respecta a los hijos, esa es otra historia. Aunque había corrido de joven, lo considerab­a una locura. Ya nunca iba en moto a ninguna parte. –¿Tanto riesgo había? –Cuando Ángel competía, en los años sesenta, setenta y ochenta (ganó 12+1 Mundiales en aquellas décadas), morían muchos pilotos. Ángel se recordaba a sí mismo en el motorhome, antes de salir al circuito, conversand­o con un compañero. Acababa la carrera y el otro no volvía... Aquellos circuitos daban miedo. En Yugoslavia, los pilotos pasaban bordeando un acantilado. Alemania Oriental, Montjuïc... ¿Cómo podían correr allí? Bélgica, Austria... Las motos se rompían, los mecanismos de seguridad no tenían nada que ver con los actuales, la ropa... Imagínese el miedo que pasas si ves ahí a tus hijos. De hecho, intentó quitárselo de la cabeza, tanto a Gelete como a Pablo.

–Con Hugo no hizo falta, según veo... –le comento.

–Discúlpeme un momento, tengo que llamar a Hugo.

(...)

Belinda Alonso hace un aparte en la charla y telefonea a su hijo. En unas horas, el muchacho va a saltar a la pista. Tiene un partido en Manacor.

Lleva unos días preocupado porque siente molestias en la inserción del cuádriceps.

–¿Podrás jugar? –pregunta la madre–. ¿Sí...? Pues venga, mucha suerte. Luego me cuentas. Cuelga.

Belinda Alonso se proyecta hacia delante.

Desde hace un año y medio, Hugo invierte siete horas diarias en el tenis. Pasa cinco horas en la pista y otras dos en el gimnasio. Lleva cuatro años compitiend­o.

–Va algo retrasado con respecto a los que habían empezado a competir a los siete, pero me cuentan que su progresión está siendo muy buena. Que tiene muchísimas ganas y ha heredado el pundonor del padre. El mío no, desde luego –ríe Belinda Alonso.

Hugo había empezado a jugar al fútbol en la escuela de la Fundación del Real Madrid, en La Chopera del Retiro, muy cerca de la casa familiar. Compaginab­a el fútbol y el tenis. Luego pasó a jugar a fútbol en las instalacio­nes blancas en Valdebebas, y la cosa se complicó.

Los desplazami­entos eran largos y el entrenador de tenis, Álex García, apretaba.

–Nos dijo que Hugo tenía posibilida­des como tenista, pero que debía saltar a otra entidad, que él ya había tocado techo como instructor. Nos propuso que lo lleváramos al club Alborán de tenis, en Moratalaz. Hugo evolucionó mucho, tanto que le costaba conciliar el tenis y los estudios en el colegio El Pilar. Lo mandamos a Manacor.

Ángel Nieto vivía la pasión deportiva de sus hijos con intensidad. Belinda Alonso lo describe como un padre próximo. Atento a sus hijos, a cualquiera que se le acercara.

–Tenía conocidos en todos los ámbitos. Se mezclaba con todo el mundo. Lo que estaba encasillad­o le disgustaba. Podía tratar con el presidente del Gobierno. Con Villar Mir. Con Camarón, los Ketama, Pedro Carrasco y Serrat. Los trataba igual que a Dani, el electricis­ta que le acompañaba a Eivissa. Ángel estaba cambiándol­e la iluminació­n a nuestra casa en Eivissa.

“Tras dejar la tele, Ángel decía: ‘Ya tengo 70; vamos a disfrutar de Hugo’. El niño era el centro de su vida”

“Ángel conocía los riesgos de las motos; en su época morían muchos pilotos: no lo quería para sus hijos”

Aquel era un trabajo de peso. La casa ronda los mil metros cuadrados. Ángel Nieto y Belinda Alonso la habían comprado 25 años atrás. Habían invertido mucho tiempo en transforma­r aquella ruina en un magnífico espacio. Organizaba­n fiestas con 300 invitados. Era un lugar con historia. Ángel Nieto era un gran anfitrión.

–Era el perejil de todas las salsas. La transforma­ción de la casa había sido un ejercicio artesanal. Ángel Nieto estaba al mando. El lugar está a cinco kilómetros del puerto de Eivissa.

Hay que dedicarle un espacio al accidente. Unas pocas líneas. Án- gel Nieto había salido en el quad. Necesitaba comprar un foco. Las principale­s carreteras de Eivissa son un hervidero. Se detuvo en la carretera, señalizand­o el giro con el intermiten­te: tenía que entrar en el aparcamien­to de la tienda. Por detrás, una conductora no le vio. Arrolló el quad.

Ángel Nieto no murió al instante, sino una semana más tarde. Sufrió un edema cerebral masivo.

–Entremedio, parecía que podía resolverse –dice Belinda Alonso–. No sé. No quiero reabrir esa página. Le esperaba el destino. No conozco el lugar del accidente y no pienso pasar por ahí. Para mí, Án-

gel es mi vida entera. Gracias a Dios que tengo a Hugo.

Belinda Alonso prefiere dejar el caso en manos de su abogado, Javier Leiva.

Ángel Nieto y Belinda Alonso se conocieron hace 36 años. Él tenía 34. Ella, 19. Para entonces, Ángel Nieto ya ganaba títulos. Salía de Zamora. Había vivido una infancia dura.

–Pero siempre me dijo que había sido un niño superfeliz.

El padre conducía camiones. La madre es una fuerza de la naturaleza. Teresa Roldán ya ha cumplido los cien años.

–Teresa es una generadora de energía, una mujer que movió a toda la familia hacia Madrid. Una mujer de negocios, también. Vendía huevos y buscaba locales para montar sus propias tiendas. Inconformi­sta y muy moderna. Entre los dos sacaron adelante a los tres hijos.

Ángel Nieto era el pequeño. Un niño inquieto y autoexigen­te.

–Decía que se graduó en la universida­d de la vida: apenas fue al colegio. A los once años ya hacía miles de cosas.

Probaba motos. Se iba al Retiro, a disputar las carreras que se organizaba­n en el circuito. Tenía catorce años cuando conoció a Paco Bultó.

–Tras una carrera, Ángel Nieto se acercó a Bultó. Le pidió su dirección. Empezó a escribirle cartas, siempre sin respuesta. Un año más tarde, Ángel se fue a Barcelona, a vivir a casa de su tía, y se presentó en la fábrica Bultaco. Se plantó ante la puerta de Bultó: ‘Don Francisco, soy aquel chaval del Retiro, quiero que me dé una moto’, le dijo. Puedo imaginarme la escena. Cuando quería algo, Ángel podía ser muy tenaz. De entrada, no tuvo la moto. Pero se ganó un trabajo en un departamen­to de la fábrica. Barría y cuidaba del lugar. Luego llegaron las oportunida­des. Vivió en el sótano de una frutería y en varias pensiones. Lloraba por las noches. Pero por la mañana se despertaba y se iba feliz a la fábrica. Entre motos, vivió su vida.

Belinda Alonso venía de León. Era una modelo con recorrido. Estuvo en Milán y en París. Al conocer a Ángel Nieto, en Madrid, dejó las pasarelas y se asomó a los circuitos de motos.

–Tuve una carrera muy corta. Le acompañaba a las carreras, vivió sus últimos títulos. –¿No sufría usted? –Emitía tanta seguridad que no me hacía sufrir. Estaba acostumbra­da a verle ganar. Siempre volvía al motorhome con su corona.

En el motorhome recorriero­n el mundo.

–Últimament­e, Ángel había aparcado su trabajo como comentaris­ta y vivía para nosotros. Íbamos de aquí para allá en el motorhome. Viajábamos a Valencia, a seguir los torneos de Hugo. O a Torrevieja: Ángel se había comprado un barco a motor. No llegó a estrenarlo. También íbamos a Almería, al cabo de Gata. El motorhome se había convertido en nuestra casa preferida. A Ángel le gustaba ser errante, nómada. No aguantaba sentado más de media hora.

El expiloto, ‘12+1’ veces campeón del mundo, murió en un accidente de quad en Eivissa en verano

“Trataba igual al presidente del Gobierno, a los Ketama o a Dani, nuestro electricis­ta”

“Tuve una carrera de modelo muy corta; conocí a Ángel a los 19 años: ya no me separé de él”

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Ángel Nieto y Belinda Alonso, en Eivissa, en el 2005
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PETROSINO

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