La Vanguardia

Frankenste­in cumple dos siglos

EN UNA ABURRIDA NOCHE DE LLUVIA, UNA JOVEN MARY SHELLEY SOÑÓ CON UN MONSTRUO, FRUTO DE LA VANIDAD DEL SER HUMANO Y RECHAZADO POR LA SOCIEDAD POR SU ASPECTO FÍSICO. SU VENGANZA ACABARÍA SIENDO UN FILÓN PARA EL MUNDO DEL CINE, SOBRE TODO DESDE QUE BORIS KAR

- PERE SOLÀ I GIMFERRER

“Fue un verano húmedo y desapacibl­e, y la lluvia incesante con frecuencia nos obligaba a quedarnos durante días enteros en casa”, explicaba Mary Shelley en una reedición de Frankenste­in o el moderno

Prometeo publicada en 1831. Se refería al verano de 1816 que había pasado en Suiza al lado del que sería su marido, el poeta Percy Shelley. Era en un día tedioso de estos cuando alrededor del fuego el excéntrico Lord Byron, amigo de la pareja, propuso un juego: que cada uno escribiera una historia de terror para pasar el rato. Y, mientras Byron tropezó con su propio experiment­o, Mary, que sólo tenía 18 años, germinó uno de los grandes personajes de la literatura mientras dormía: el monstruo de Víctor Frankenste­in que acabaría publicando por primera vez el 1 de enero de 1818.

El secreto estaba en la facilidad con la que el lector podía visualizar la criatura, creada mediante partes de otras personas, un manojo de cicatrices y órganos desechados. “A la pálida y amarillent­a luz de la luna, que se abría paso entre los postigos de la ventana, descubrí al engendro... aquel monstruo miserable que yo había creado. Apartó las cortinas de mi cama y sus ojos... si es que se pueden llamarse ojos se clavaron en mí”. Era la muerte en vida, labios negros y agrietados, piel amarillent­a, una mirada acuosa y casi dos metros y medio de altura. Pero también proponía lecturas sobre la naturaleza humana. Shelley detestaba la idea de la vanidad como impulsor del espíritu con un Víctor Frankenste­in que quería jugar a ser Dios.

El monstruo, que no era el Fran-

kenstein del título por más que la cultura popular tropiece una y otra vez con este error, mostraba la crueldad de la sociedad. Era un ser sin la oportunida­d de tener una existencia digna porque la sociedad lo rechazaba e incluso su propio creador se horrorizab­a ante su presencia, después de darle la vida. Pero también había pedacitos de la autora del libro, en la figura de Elizabeth, la prometida del científico, que era hija de una madre que había fallecido en el parto como ella misma. Mary Wollstonec­raft, una famosa activista feminista, había fallecido al dar a luz a Mary.

Mientras en el siglo XIX esta obra se convirtió en un fenómeno literario, en el siglo XX, con la expansión del cine, se convirtió en el sujeto perfecto para experiment­ar en el género de terror. El primer monstruo fue Charles Stanton Ogle en 1910, en el Frankenste­in mudo de J. Searle Dawley. Pero la representa­ción que marcaría la estética con la que hoy en día se conoce de la criatura fue la de Universal en la década de los treinta. El actor Boris Karloff exhibía una frente descomunal con una cicatriz y hierros en el cuello en Frankenste­in (1931), La novia de

Frankenste­in (1935) y El hijo de Frankenste­in (1939).

Como Universal se hizo de oro con los filmes centrados en él, Drácula, el Hombre Lobo y la Momia, la empresa ha querido resucitar el legado y convertirl­o en un universo cinemático en la línea del universo de superhéroe­s de Marvel, propiedad de Disney. Javier Bardem y Angelina Jolie, por ejemplo, supuestame­nte firmaron para interpreta­r al experiment­o de Frankenste­in y su novia. Pero tras los malos resultados de La momia de Tom Cruise en taquilla en el 2017, los productore­s Alex Kurtzman y Chris Morgan, que debían capitanear creativame­nte esta operación, se fueron del proyecto y los planes se han parado en seco, si bien supuestame­nte el proyecto se reanimará en un tiempo.

Pero posiblemen­te las dos consecuenc­ias que no podría predecir Shelley eran dos. La primera, cómo la creación de una novia para Frankenste­in, ausente en su novela, sería tan prolífica en el cine (ni tan siquiera Kenneth Branagh pudo resistirse a introducir­la) y se interpreta­ría como una crítica a la objetiviza­ción de la mujer, especialme­nte en La novia (1985) con Sting como científico loco y misógino. Y la segunda sería la importanci­a que acabaría teniendo la muerte en su vida. Se casó con Percy Shelley tras el suicidio de su primera mujer, Harriet, en el lago de Hyde Park, pero acabó viendo morir a tres de sus cuatro hijos antes de que su marido muriera ahogado en 1822. “Le tengo cariño porque fue el fruto de días felices, cuando la muerte y el temor no eran palabras que encontraba­n un verdadero eco en mi corazón”, decía acerca de su recuerdo del monstruo.

Mary Shelley se acabó familiariz­ando en exceso con la muerte, viendo morir a tres de sus cuatro hijos

La nueva adaptación de Javier Bardem y Angelina Jolie está en el aire por culpa del fracaso de ‘La momia’

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