Líderes demócratas denuncian que Trump legisla contra sus estados
El pago a una actriz porno enturbia más la imagen del presidente
Hay una expresión que ha cobrado fuerza en Estados Unidos al empezar este 2018: la guerra de Trump a California.
“No estamos en contra del gobierno como concepto, sino contra la Administración Trump y Trump en sí mismo, que es muy diferente”, puntualiza Sherry Bebitch Jeffe, analista política y profesora de la University of Southern California (USC).
“Pero ha de quedar claro –remarca en una conversación telefónica– que es la Administración Trump la que ha lanzado la batalla contra California”.
El conocido como el estado del oro se ha convertido en el abanderado de los territorios liberales, en los que el mapa se pinta del color azul de los demócratas, frente al rojo de los republicanos.
Al estilo machadiano, Estados Unidos surge fracturado en dos, a ver a quién le “hiela el corazón”. Los estados litorales, de uno y otro lado –California, Nueva York o Massachusetts–, son los que los conservadores desprecian como “los seres superiores” o “el cosmopolitismo”. Frente al país profundo, el rural, de gran devoción religiosa, o de industria obsoleta o en decadencia, que es el granero del trumpismo.
Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York, es uno de los que encabeza la carga en oposición a la nueva legislación fiscal promovida por los republicanos y rubricada por el presidente. Cuomo la calificó como “represalia política mediante el código impositivo”.
Las tasas estatales dispondrán de una capacidad inferior de deducción con el nuevo código federal, lo que perjudica a sus ciudadanos. Aquí es, curiosamente, donde se forjó la victoria de Hillary Clinton en el voto popular en las elecciones del 2016.
Trump nació, creció y manejó la fortuna que heredó de su padre entre los distritos neoyorquinos de Queens y Manhattan. A los analistas les resulta casi inconcebible que el presidente George W. Bush hubiese abanderado una ley que dañase a Texas, o que Barack Obama tomara la iniciativa en un asunto que atacase a Hawái (su estado de nacimiento) o a Chicago, su casa adoptiva. En una ocasión, Michael D’Antonio, uno de los biógrafos de Trump, aseguró en The New York Times que el presidente “tiene resentimientos hacia la élite de Nueva York porque nunca le aceptó realmente y a él le gusta retorcer a aquellos que lo ven como un bárbaro”.
Sin embargo, en el imaginario popular California emerge como la punta de lanza de la oposición, como el estado que reúne todas las piezas que sacan de quicio al inquilino de la Casa Blanca y a sus bases más entregadas.
El “lejano oeste”, o “el último universo”, como la profesora Jefdos fe describe a su estado “en la era Trump”, exhibe con orgullo el ser pionero en leyes progresistas de protección del medio ambiente o de los derechos laborales.
Incluso, en tono de mofa, han llegado a instalar carteles en los que recibían a los conductores que entraban procedentes de Arizona o Nevada con un “bienveni- a un estado santuario”, hogar de “delincuentes e ilegales”. Detrás de la broma se percibe una realidad evidente. California, con un 40% de latinos y al menos 2,3 millones de trabajadores indocumentados, mostró desde el minuto uno su disposición a defender a los inmigrantes y a desacatar las órdenes de Washington de facilitar su deportación. Pese a las amenazas de padecer recortes en la financiación desde el Gobierno central.
Sólo la pasada semana, en el primer día en que los californianos
LAS ÉLITES COSTERAS El mapa político enfrenta a las ciudades de uno y otro lado y el país interior
EL ESTADO DEL ORO California emerge como el estado que acumula todo aquello que disgusta a Trump
experimentaban la legalización de la marihuana –lo votaron en las urnas–, la Administración Trump anuló el “mirar para otro lado” que ordenó Obama a los agentes –la marihuana sigue siendo ilegal a nivel del país– y ordenó a las fuerzas de seguridad que actuaran. En otra de las casualidades, que muchos no observan tan casuales, el Gobierno federal autorizó a las petroleras a que realizaran perforaciones frente a las costas del país, algo en lo que California discrepa. “Esto es un asalto a nuestra prístina línea costera”, según Kevin de León, líder en el Senado del estado. El agravio comparativo se hace más que evidente. El secretario de Interior, Ryan Zinke, hizo un excepción en el permiso para abrir pozos. Florida, estado pro-Trump, está exento.
El gobernador de Florida, Rick Scott, que siempre estuvo a favor de las petrolíferas, ahora ha dado un paso atrás: quiere ser senador y sabe que esa autorización es impopular. Zynke argumentó que “apoyo la posición del gobernador de que su costa se basa en el turismo como principal fuente económica”. El fiscal general de California, Xavier Becerra, replicó en un tuit: “Nuestra costa también es única y cuenta con un fuerte peso turístico. Bajo vuestro estándar, también debemos ser excluidos”.
“Todo esto demuestra la guerra de Trump a California”, remarcó De León.
Es el primer presidente desde Dwight Eisenhower que no visita el estado durante el primer año de mandato.
A diferencia de Texas o el mismo Florida, donde acudió tras los desastres naturales del verano, California no ha recibido su visita, a pesar de los incendios y las inundaciones.
“La mayoría de sus acciones tienen un impacto directo en California, está desmantelando políticas anteriores a su llegada o políticas establecidas por Obama y, sobre todo, ofrece la percepción de que se está vengando porque dimos el voto a Clinton y piensa que cuestionamos su legitimidad como presidente”, subrayó Jeffe.
“Somos una nación estado, la imagen en el espejo de lo que será América en un futuro no muy distante, en términos de diversidad y de economía”, añade.
Recalca la identidad californiana. “Somos la frontera, más allá de nosotros sólo está el océano”.
LA PROFESORA JEFFE “Somos una nación estado, la imagen de lo que será América en un futuro no distante”