La Vanguardia

Una de espías

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JOHN le Carré desprecia a Nigel Farage, segurament­e porque en sus novelas un tipo como él acabaría su carrera en las primeras páginas. Es un malo con pocos escrúpulos y muchos intereses. Un tipo enriquecid­o en el mundo financiero de Londres, que se apuntó al populismo para mayor gloria. De este modo lideró el UKIP, consiguió ser eurodiputa­do y decantó la balanza a favor de la salida del Reino Unido de la UE. Poco después dejó el partido que fundó, continuó cobrando de Bruselas sin asistir a las sesiones y ahora se autoprocla­ma embajador del Brexit. Farage quiere un pacto que permita a Londres rechazar trabajador­es europeos, pero mantener las ventajas comerciale­s. Y además quiere irse ya, sin periodos transitori­os. Esta semana se ha entrevista­do con Michel Barnier, el negociador de la UE, quien, en un alarde de paciencia, evitó sacarle a patadas de su despacho.

Mientras Farage se ponía estupendo en Bruselas, Theresa May intentaba en Londres un truco de magia: remodelar su gabinete sin crear una crisis. Más que darle energía a su gobierno, lo ha dejado sin gasolina. Contestada en su partido, empieza a ser consciente del coste del Brexit, así que intenta no precipitar­se en la salida, pagar la factura y firmar un tratado comercial que no parezca una tragedia. May podría tener un papel administra­tivo en una novela de espías, si bien le falta astucia y le sobra maquillaje para la acción.

Estos días se ha publicado El legado d e los espías, la última novela de Le Carré, de 87 años, donde recupera el personaje de George Smiley, a quien la guerra fría le queda lejos en el tiempo y en la memoria. El autor lanza en sus páginas un alegato contra el Brexit, cuando en boca de Smiley dice: “Yo soy europeo. Si alguna vez he tenido una misión, si he sido consciente de alguna responsabi­lidad, ha sido con Europa. Si he tenido un ideal, ha sido sacar a

Europa de su oscuridad”. El agente era de los nuestros.

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