La Vanguardia

Richard Ford

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

ESCRITOR

El estadounid­ense Richard Ford (73) publica dos relatos de memorias sobre la vida de su padre, al que perdió siendo él adolescent­e, y la de su madre, fallecida en 1981.

De ellos habla en una distendida charla en su casa de la costa de Maine.

Nieve y más nieve. El coche resbala por los caminos helados del interior de este municipio del estado de Maine, en la costa atlántica, rumbo a Canadá.

El navegador actúa con sabiduría. “Ha llegado a su destino”, dice la voz. Sí, aquí está el cartel de madera, frente a la casa: “Ford”.

El anfitrión saluda con una calidez que reconforta al visitante en medio de una temperatur­a glaciar. ¡Usted nació y se crió en Jackson, en Misisipi, en el sur!

“Me encanta la nieve, el frío”, replica al dar la bienvenida a su hogar, antiguo refugio para pescadores de langostas, un enclave de postal al borde del océano.

Richard Ford (1944) y su esposa Kristina hallaron este lugar en 1999. Un paraíso.

Hay muchas fotografía­s. “Aquí con Jorge –se refiere al editor Jorge Herralde–, aquí con mi amigo Sam Shepard, aquí con Tobias Wolff y Raymond Carver”...

Acaba de regresar de Billings (Montana). En la charla aparece el bisonte casi desapareci­do de aquellas praderas. “Así somos los americanos, aquello que nos gusta lo exterminam­os”, ironiza.

Ford y su leyenda literaria estará vinculada para siempre a su personaje Frank Bascombe, el prototipo de la clase media americana. Pero ahora, este próximo 17, Anagrama publica Entre ellos (recuerdos de mis padres) que son dos relatos de memorias separados, uno para cada progenitor, Parker, un viajante que estaba fuera de lunes a viernes, fallecido en 1960, y Edna, en 1981.

Si el de la madre lo escribió al poco de su defunción, el del padre tuvo que esperar cerca de cinco décadas para su redactado.

Además de la vivienda principal, su propiedad cuenta con una pequeña playa –hoy inapreciab­le por la capa de hielo–, un muelle, cuatro acres de tierra rocosa y arbolada, un pabellón para invitados y la caseta para guardar los barcos, reconverti­da en el estudio en el que emerge su ingenio.

Este es el escenario de la conservaci­ón, con un ventanal de fondo a la naturaleza, Ford atizando la estufa y Lewy, su perro, apostillan­do con el hocico.

No quería hablar de Frank Bascombe.

Ok, yo tampoco.

Hablemos de usted, que está entre ellos.

He escrito como un observador. He intentado mantenerme fuera al máximo. Este libro no es sobre mí. He buscado ser factual, sin proyectar sentimient­os sobre sus vidas. No son mis memorias.

Es el testigo.

Estoy en medio y eso me da ventaja a la hora de verlos por separado. Por eso dos ensayos, no los veía como una unidad.

¿Por qué no mezclados?

No los vi como grupo. Tal vez porque mi madre estaba siempre en casa conmigo y mi padre, de viaje o muerto. Nunca tuve la oportunida­d de verlos como una fuerza unitaria, como los niños ven a menudo a sus familias.

Tenía 16 años cuando perdió a su padre. ¿Le preguntó cosas de él a su madre? No recuerdo hablar de él con mi madre. Ella nunca me dijo que lo echara de menos ni me dio detalles específico­s de su vida antes de que yo naciera. No era su manera. Una de las razones de que nunca dijera nada es porque odiaba que él se

hubiera muerto, era inconsolab­le, hasta el punto de no creer que él no estuviera.

Tres décadas de matrimonio.

No me puedo imaginar como se sentiría Kristina si yo muero mañana, después de 54 años de casados (Lewy se agita). Hay un nivel

de irrealidad al morir, no me refiero a cuánto me pueda amar, sino a la medida de cuantas cosas hemos hecho en común.

Una vez enviudó, su madre tuvo un amante...

Uno.

... y usted expresa una sensación de culpa porque la espantó.

Culpa no, remordimie­nto. La culpa es un pesar que no puedes quitarte. Yo me lo quité.

¿Cómo?

Le dije “lo siento”. Y le dije que me gustaba ese hombre, que no debía dejar de verlo. Que había exagerado su reacción. Yo simplement­e tenía miedo porque no sabía donde estaba ella. Pero ella pensó: “tengo un hijo adolescent­e que educar y no puedo ir por ahí con un hombre casado”. Yo le dije que sí podía, que podía ir con cuantos hombres quisiera si era feliz y le liberaba del dolor.

¿Necesitaba escribir esto?

Una razón es que soy escritor y esta es mi manera de relacionar­me con el mundo.

¿Nada más?

Más allá de esto, ¿por qué escribir de ellos? Porque mis padres eran un tipo de gente que, de otra manera, nadie habría sabido de ellos y me parecía que eran gente con cualidades. Creo que hago una buena acción al dar a conocer lo buena gente que eran. Eran de esas personas de las que nunca sabemos. Tal vez deberíamos tener más conocimien­to de este tipo de gente. Como los quería mucho, pensé qué podía hacer con este amor para que fuera más duradero y útil para otros.

¿Un libro de amor?

Sí. No podría escribir de estas personas si no las amara.

Estuvieron años sin tener un hijo, a usted. Su madre acompañaba a su padre en sus viajes. Creo que eso era algo corriente en ese tiempo. No era inusual, formaba parte del tejido de la vida americana. Viajaron juntos mientras no me tuvieron a mí. Como Kristina y yo, hacían lo que querían hacer.

Entonces llegó Richard.

Fue una evolución natural, el desarrollo de sus aspiracion­es.

Y al coche, con ellos.

Hasta que fui a la escuela. No diría que era emocionant­e. Era pequeño, no tenía nada más que hacer. La idea de tener padre no es algo que diría emocionant­e.De haber

sido más mayor, habría querido hacer algo que ellos no habrían querido. Era hijo único y ellos estarían aterrados de que me sucediera algo terrible. Y yo era malo. Estarían alrededor diciéndome qué hacer. Y no lo llevó bien con la autoridad.

¿No?

No me gusta que alguien me diga qué es lo que tengo que hacer. Una de las razones por la que me alisté a los marines a los 20 años es porque necesitaba cierta disciplina, que alguien me dijera qué debía hacer para tener éxito como ser humano. Mi madre no era muy disciplina­da. Fue una especie de adivinanza saber cómo podía aprender disciplina por mí mismo. Lo tenía que aprender. Una vez que comprendí que lo podía hacer por mí mismo, nadie nunca más me dijo qué es lo que yo tenía que hacer.

En el colegio se caracteriz­aba por las frecuentes peleas.

Pelea, pelea, aún soy peleón.

¿Rebelde?

Yo quiero conformarm­e,ajustar-

UN LIBRO DE AMOR

“Hago una buena acción al dar a conocer a gente corriente como son mis padres”

EL DOLOR DE LA MADRE

“Odiaba que mi padre muriera, inconsolab­le hasta el no creer que él no estuviera”

PESE A LAS FRUSTRACIO­NES

“Nunca tuve un día en el que sintiera o me dijera ‘soy infeliz’. La razón: mis padres me querían”

me. Los escritores está precedidos por el mundo de los románticos, de los excéntrico­s o mentirosos. Pero los escritores, más que nadie, deseamos encajar, ser aceptados. No queremos distinguir­nos, sino encajar como el barbero o el pescador de langostas.

¿Ha encajado? Es por lo que vivo en este pueblo de pescadores. Voy al café y la gente no me habla de libros. Estoy interesado en la vida corriente, el tipo de vida en la que crecí. Llevo veinte años y en la librería de esta ciudad nunca me han pedido que vaya a dar una charla.

¿Y el ego del escritor? Tengo mi ego muy bien bajo control, siempre lo he tenido porque sé lo que hago. Primero, porque vo con alguien que me quiere. He estado enamorado toda mi vida. Mi madre me quería, mi padre me quería. Y de joven tuve problemas con la policía, era una fuente de vergüenza para mis padres. Esto hizo que mi ego se empequeñec­iera. Tengo ambiciones, pero bien contenidas.

Una escena sobrecoged­ora, su padre murió en sus brazos. Fue un acontecimi­ento dramático en mi vida.

Pero no lloró.

No. Durante años no supe por qué no lloré.

¿Ya lo sabe? Creo que mi madre necesitaba que yo no llorara. Ella estaba histérica. Y creo que... ahora lloro con más facilidad. Entonces tenía 16 años, salía de ser un niño e intentaba dejar ese negocio de llorar que es propio del niño.

Asegura que fue un niño feliz en una familia feliz. Nunca tuve un día en que sintiera o me dijera “soy infeliz”

¿Nunca?

Tenía muchas frustracio­nes, me disgustaba no ser buen estudiante, no ser popular con las chicas, no ser un buen atleta, pero esto nunca me hizo pensar que no era feliz. La razón es porque mis padres me querían.

¿Ustedes no tienen hijos? Ninguno de los dos los queríamos. No me gustan mucho los niños y no quiero que desvíen mi atención de Kristina y de la cosa que, además de estar casado, más quiero

hacer, que es escribir.

Le dirán egoísta. Soy muy egoísta. También es por preservarm­e. Si fracaso como escritor no quiero echar la culpa a nadie. No quiero decir que no he escrito un libro porque tengo un hijo, o que he tenido que coger otro trabajo para ganar dinero. No quería que esto transforma­ra mi vida. Y Kristina lo sintió igual.

Así que carece de excusa, ¿está escribiend­o otro libro?

Has de preguntart­e, ¿Habrá alguien interesado? ¿Puedo decir algo al mundo?

¿Y la respuesta?

En mi libreta tengo tres años de anotacione­s para un Bascombe.

El quinto.

Si lo escribo. Al mismo tiempo, no quiero empezar un libro sin tener certeza de que voy a vivir lo suficiente para acabarlo.

¿Preocupado?

No preocupado, sólo soy consciente. Parte de la disciplina que aprendí de joven es que has de acabar lo que empiezas.

Antes le pregunté por el ego del escritor, pero hay otro ego, el del presidente Trump. Es un enfermo, un trastornad­o, un idiota, un travesti.

Pero es el presidente.

Muchos votaron por él. Representa el punto de vista de los que están enfadados, no se basan en la inteligenc­ia, que no les gusta que el gobierno les diga que han de hacer, que odian al país y que son racistas. En otras palabras, tenemos lo que nos merecemos.

EL EGO DEL ESCRITOR

“Lo tengo muy bien bajo control; tengo ambiciones, pero bien contenidas”

EL EGO DEL PRESIDENTE TRUMP

“Es un enfermo, un trastornad­o; muchos le votaron, tenemos lo que nos merecemos”

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