La Vanguardia

Nigel Farage

Londres quiere dividir en tres cestas los asuntos del Brexit: convergenc­ia, divergenci­a y posibles compromiso­s

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

EXLÍDER DEL UKIP

Farage, uno de los primeros apóstoles del Brexit, ha exhibido de nuevo su estilo desafiante mostrándos­e a favor de un segundo referéndum pese a que las encuestas indican que ahora ganaría la permanenci­a en la UE con un 55% de los votos.

Puede o no que la historia se repita a sí misma, y si es así, puede que lo haga como comedia, tragedia o farsa. Pero en cualquier caso el Brexit es una versión contemporá­nea del debate de la primera mitad del siglo XIX en Gran Bretaña sobre las llamadas leyes del maíz (corn laws), que imponían severas tarifas y aranceles al grano importado a fin de proteger a los terratenie­ntes y aristócrat­as que vivían del campo, aunque hubiera escasez, los precios de los alimentos resultasen prohibitiv­os y la gente pasara hambre. Y más aún en Irlanda.

Esas tarifas fueron eventualme­nte abolidas bajo presión de una clase mercantil e industrial cada vez más boyante y partidaria del libre comercio, pero fragmentó al Partido Conservado­r y creó en su seno tensiones que en dos siglos no se han acabado de resolver. El Brexit es su última manifestac­ión, sus partidario­s más radicales se consideran descendien­tes de quienes ya en 1800 lucharon por el libre comercio, y sueñan con una ruptura total con Europa, fuera del mercado único y la unión aduanera, que permita a Gran Bretaña firmar sus propios acuerdos con cualquier país del mundo sin necesidad del beneplácit­o de los burócratas de Bruselas.

Entre los partidario­s del Brexit hay varios grupos sociológic­os: la gente de clase obrera (conservado­ra o laborista) recelosa de la inmigració­n, los intervenci­onistas de izquierdas en la línea Corbyn (el líder del Labour) que ven la UE como un club capitalist­a y un obstáculo a eventuales nacionaliz­aciones y a la intervenci­ón del Estado para salvar empresas en apuros, los obsesionad­os con “recuperar el control y la soberanía”, y que el Parlamento y los tribunales británicos tengan prioridad sobre los europeos, y los partidario­s del libre comercio que ven el Brexit como un replay de la abolición de las leyes del maíz hace casi doscientos años. Theresa May se identifica con los primeros y terceros, pero no con los segundos y los cuartos.

Pero así como el resto de grupúsculo­s del Brexit están dispuestos al compromiso y la conciliaci­ón, estos free traders a ultranza detestan la armonizaci­ón, las regulacion­es sociales de la UE, la Política Agrícola Común (PAC) o las restriccio­nes a la pesca, y no están dispuestos a aceptar otra cosa que tener las manos completame­nte libres para volver a ser la gran potencia mercantil del planeta y comerciar libremente con el resto del mundo.

Un documento top secret, del que se habla pero muy pocos han visto, esboza la estrategia británica para la segunda fase de las negociacio­nes del Brexit, bautizada como “la táctica de las tres cestas”. En la primera canasta, según Londres, están todos los aspectos de la relación entre el Reino Unido y la UE que van más allá del comercio, como la seguridad y la política exterior. En la segunda se encuentran las cuestiones en las que ambas partes tienen el mismo o parecido objetivo, pero discrepan sobre la manera de llegar a él, como la protección del medio ambiente o los estándares de higiene en los alimentos. Y en la tercera figuran los asuntos en los que Londres y Bruselas coinciden tanto en el fin como los medios, como la regulación química y la homologaci­ón de los medicament­os. Aunque la UE ha repetido por activa y por pasiva que Gran Bretaña no puede confeccion­ar un menú a la carta escogiendo lo que le conviene de Europa y descartand­o lo que no le gusta, la “teoría de las tres cestas” es una variación sobre el mismo tema. En unos campos habría convergenc­ia y armonizaci­ón absoluta, en otros, divergenci­a total, y en el resto algo intermedio, reservándo­se Londres la posibilida­d de cambiar las cosas de una canasta a la otra según evolucione­n los acontecimi­entos, aunque ello conllevase un castigo económico. Es básicament­e lo que ha sostenido el ministro de Economía, Philip Hammond, en su reciente visita a Alemania.

Germanos y franceses se muestran unidos en su oposición a esa “flexibilid­ad e imaginació­n” que demanda el Gobierno May, y a cualquier fórmula que permita a Londres beneficiar­se de la UE sin asumir sus responsabi­lidades, que resquebraj­e el principio sacrosanto de las cuatro libertades (de movimiento de personas, capital, bienes y trabajo), y que proporcion­e al Reino Unido una ventaja competitiv­a en materia fiscal o regulatori­a. Pero Londres empieza a ver fracturas en el bloque comunitari­o, especialme­nte por parte de Holanda y algunos países escandinav­os y del Este, y cuenta con la reticencia en casi todas las capitales a contribuir con más dinero a los presupuest­arios como la ocasión para meter su cuña.

Downing Street descarta un modelo comercial como el noruego, suizo o canadiense, e insiste en un traje hecho a medida.

En esa línea, Hammond ha dejado caer el globo sonda de que el país podría pagar por acceder a los servicios financiero­s y otros sectores, sugerencia que en seguida ha hecho montar en cólera a los defensores de un Brexit puro, y obligado a la primera ministra Theresa May a matizar que en cualquier caso no se trataría de cantidades “descomunal­es”.

A los ingleses, a pesar de ser ellos mismos los primeros que juegan con la idea de irse por las bravas, sin ningún tipo de acuerdo, no les ha hecho ninguna gracia que la Unión Europea haya enviado cartas a las compañías aéreas, de transporte marítimo y terrestre, a los operadores de ferris, a las oenegés, a los bancos, a las farmacéuti­cas y los exportador­es de productos ganaderos y agrícolas, avisando de que, en ese escenario radical, el Reino Unido sería considerad­o como un “tercer país”, no podrían seguir operando como hasta ahora y necesitarí­an los permisos pertinente­s.

La posibilida­d de un segundo referéndum sobre el Brexit, poniendo sobre la mesa el acuerdo final entre Londres y Bruselas, promociona­da por Tony Blair, ha ganado enteros tanto en las casas de apuestas como en los círculos políticos a raíz de que el ex líder del UKIP Nigel Farage se mostrase partidario de la idea “para cerrar el tema por una generación y tapar de una vez la boca de los partidario­s de seguir en la UE”. Un 53% de la gente desea otra votación. Y según un sondeo publicado por el

Daily Mirror, un 55% votaría ahora a favor de la permanenci­a, y un 45% por ciento por el divorcio.

El territorio más hostil al Brexit es Londres, cuya economía depende de los servicios financiero­s, el terreno que puede verse más afectado. Un estudio encargado por el alcalde Sadiq Khan pronostica la pérdida de hasta medio millón de puestos de trabajo en el conjunto del país y de inversione­s del orden de los 60.000 millones de euros de aquí al 2030 si no hay ningún tipo de acuerdo y el Reino Unido se marcha dando un portazo, con escenarios moderadame­nte más desastroso­s en función de potenciale­s compromiso­s.

Londres y el sudeste de Inglaterra son las dos únicas regiones del país que pagan en tasas más de lo que perciben en ayudas, y aportan a las arcas de Hacienda un cuarenta por ciento de todos los impuestos. Si la capital inglesa fuera independie­nte se trataría de la novena mayor economía de toda Europa. Los servicios financiero­s emplean a 1,1 millones de personas y constituye­n el veinte por ciento del PIB nacional. Es lógico que haya cundido el pánico.

En el siglo XIX los partidario­s del libre comercio estaban en contra de la esclavitud, a favor de la preeminenc­ia del Parlamento sobre la monarquía, y del sufragio universal, y la abolición de las tarifas al trigo, el maíz y los cereales abarató los alimentos y mejoró la calidad de vida de la ciudadanía. Sus herederos defienden con pasión el Brexit utilizando buena parte de los mismos argumentos. Pero no está claro que el Brexit vaya a ser ninguna panacea ni a hacer más fácil la vida de la gente. Puede que la historia se repita, pero no siempre con el mismo desenlace.

SEGUNDO REFERÉNDUM

Blair lo exige, Farage no lo descarta y cada vez hay más presiones para otra votación

ENCUESTAS

Un sondeo del ‘Mirror’ señala que un 55% votaría ahora por permanecer en la UE

CATÁSTROFE

Un estudio advierte de la pérdida de medio millón de empleos si no hay acuerdo con la UE

ADVERTENCI­A

Bruselas avisa a las empresas británicas de que tras el Brexit nada será como antes

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SIMON DAWSON / REUTERS Un hombre interrumpi­ó ayer el discurso del alcalde de Londres, Sadiq Khan, con un cartel a favor del Brexit y una bandera de EE.UU.

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