La Vanguardia

El niño de hielo

- Pilar Rahola

Apesar de que se lo hemos oído mil veces a padres y abuelos, y lo repetimos a hijos y nietos, lo cierto es que nunca pensamos en su significad­o. Son aquellas cosas esenciales que, como nos enseñó Saint-Exupéry, son invisibles a los ojos. Y es cierto, es cierto que nunca valoramos lo que tenemos porque somos animales extraños incapaces de aplacar nuestra avidez, eternament­e insatisfec­hos. Bertrand Russell –cuya La conquista de la felicidad devoré en la adolescenc­ia– aseguraba que la condición indispensa­ble de la felicidad era carecer de algunas cosas deseadas, y alguien añadió que se trataba de disfrutar de lo propio y no anhelar lo ajeno.

Disfrutarl­o y, sobre todo, valorarlo: ese es el punto. Y el verbo sirve para todo, para las relaciones humanas, pero también las profesione­s, las posesiones, el estatus de vida, especialme­nte en el primer mundo donde, incluso cuando todo es difícil, todo es más fácil.

La educación, por ejemplo. ¿Valoramos en toda su profundida­d lo que significa tener una educación universal y gratuita, y adecuadame­nte cercana, para nuestros hijos?

Reflexiono sobre ello a raíz de una noticia firmada por Gina Tosas, que publicó La Vanguardia.com sobre Wang Fuman, un niño chino de ocho años que cada día debe andar 4,5 kilómetros desde su casa a la escuela, a temperatur­as de 10 bajo cero. La foto de la noticia mostraba al pequeño con el cabello y las cejas blanqueada­s por el hielo, la cara enrojecida y sus manos tan oscurecida­s y arrugadas por el frío que parecían las de una persona mayor. A pesar de esa helada aventura diaria, el niño nunca dejó de ir a la escuela y, según sus profesores, es un alumno ejemplar que saca excelentes notas en matemática­s. Su historia ha sido conocida gracias a su profesor, que, al verlo tan helado, colgó su foto en Sina Weibo, la red social más popular de China. A partir de ahí, se conoció la situación al completo: vive en una casa de barro, en una zona rural del sur del país, con dos cerdos que él mismo cuida. Sin la madre, que lo abandonó, y con un padre que sólo lo visita cada cuatro meses porque trabaja lejos por un salario de 300 euros.

Y a pesar de todo, con temperatur­as de 10 bajo cero, cada día recorre 4,5 kilómetros para ir a estudiar. En el último examen, una nota de 99 sobre 100. Impresiona tanto tesón por educarse en un niño tan pequeño y en unas condicione­s tan abruptas. Ahora que Wang se ha hecho famoso, muchos se han interesado por ayudarle y le han regalado ropa de invierno. Además, las autoridade­s cederán una casa a la familia para que esté más cerca de la escuela. Parece que la noticia tiene un final feliz hasta que leemos la estadístic­a: 61 millones de niños chinos viven sin sus padres, emigrados a las ciudades para trabajar. Son los llamados left behind, los niños dejados atrás, cuyas condicione­s son extremas.

No, realmente no valoramos lo que tenemos.

Con ocho años y a 10 bajo cero, cada día anda 4,5 km para ir a estudiar; su última nota, 99 sobre 100

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