Las caras de la violencia
Recuerdo a un alumno que había pegado a un indigente con un grupo de amigos y que no acababa de entender qué le había pasado. Lo tratamos en el aula mediante un ejercicio (inspirado en el conocido de Jane Elliott: ojos azules/ojos marrones) consistente en cambiar de papeles de acuerdo con determinadas categorías (raza/etnia, género, orientación sexual...), para comprender los fundamentos de la discriminación. Hoy es un ejercicio que, con variantes, se aplica en centros educativos de todo el mundo para tratarla, y para trabajar la empatía. Nuestro cerebro está preparado para competir, y para el altruismo. Sin cooperación no estaríamos donde estamos, y eso lo saben bien los maestros que trabajan en el aula según esta capacidad (que a la corta o a la larga da mejores resultados, tanto para el grupo como individualmente).
Esta capacidad que nos ha permitido formar grupos de pertenencia de todo tipo, que están en la base de la civilización, tiene una parte oscura, en palabras de David Eagleman (El cerebro, Anagrama 2017), porque por cada grupo hay otro de no pertenencia. Lo que nos puede llevar a excluir, aislar y hacer daño a los otros, especialmente cuando se utiliza la propaganda insidiosa. Serían ejemplos: los genocidios, en el peor de los casos, los prejuicios, y la manipulación tan habitual en el bullying escolar. Y en la base de este comportamiento se halla la cosificación de la víctima como paso previo a su deshumanización.
Cuando he comentado con profesores cómo han tratado la crisis actual, la mayoría me ha explicado que no han vuelto a hablar de ello desde el 1-O, y se comprende. Y algunas denuncias (inducidas por determinados partidos y asociaciones mal llamadas cívicas), además de crear desconfianza entre padres, maestros y alumnos, pretenden recortar la libertad del profesorado amedrentándolo. Si les hiciéramos caso, nos encontraríamos con que uno de los valores más preciados de la escuela, el aprendizaje de la no violencia, seria silenciado en parte. Estoy convencida que nuestro profesorado sabrá encontrar vías imaginativas, como ha hecho históricamente, para tratar con prudencia esta cuestión.
El respeto es la esencia de la vida moral, y se basa en el reconocimiento de la dignidad de las personas, y la escuela no puede quedar al margen. La educación de nuestros niños y jóvenes afecta también a la ética.