La Vanguardia

El final del espectácul­o

encarnado por Roger Moore Mañana se cumplen 40 años del atentado con cócteles molotov contra la sala de fiestas Scala, en el que murieron cuatro trabajador­es

- SANTIAGO TARÍN Barcelona

Aquella era otra ciudad, otro país. Hoy tienen el mismo nombre, pero entonces eran muy diferentes. La gente vestía con otro estilo, se peinaba de otra forma y se divertía de manera distinta. Es Barcelona, en el año 1978. Uno de los locales de ocio más conocidos se llamaba Scala. Mañana se cumplen 40 años del atentado en que quedó destruido, cuando un grupo de jóvenes lanzó cócteles molotov contra el edificio, tras una manifestac­ión de la CNT. Cuatro trabajador­es murieron en el suceso, en el que estuvo implicado un oscuro confidente de la policía.

Ocurrió el domingo, 15 de enero de 1978. Aquel día la portada de La Vanguardia estaba dedicada a la inauguraci­ón del Salón Náutico y del Deporte; los políticos trataban del nuevo Estatut d’Autonomía de Catalunya y de la Constituci­ón de la España democrátic­a. Las familias sólo podían ver dos canales de televisión, y ambos de TVE, a los que se asomaba La abeja Maya o Curro Jiménez; el Tibidabo había amanecido nevado, Cruyff jugaba en el Barça y Solsona en el Espanyol, Paco Morán estaba en el Teatro Victoria del Paral·lel y en el cine se podía ver Orca, la ballena asesina y se anunciaba la llegada de la nueva aventura de James Bond, ,La espía que me amó.

Ese día, la CNT convocó una manifestac­ión contra los pactos de la Moncloa, en la que se registraro­n varios incidentes. Al concluir, un grupo de jóvenes cenetistas se dirigió al cruce de paseo de Sant Joan con la calle Consell de Cent, rompió los cristales de la sala de fiestas Scala y arrojaron botellas con líquido inflamable a su interior.

El edificio ardió como una pira. Fueron necesarios todos los efectivos de los bomberos de la ciudad para sofocar el incendio, que tuvieron muchos problemas para acceder al interior. Cuatro trabajador­es murieron al quedar atra- pados dentro: Ramón Egea, Juan López, Diego Montoro y Bernabé Bravo. A las 48 horas, la policía anunció que había detenido a los autores, militantes del sindicato anarquista. En diciembre de 1980, la Audiencia de Barcelona condenó a cinco personas por el hecho: cinco meses para una chica por encubridor­a, seis meses para un menor de edad y 17 años de cárcel a tres jóvenes cenetistas por lanzar los cócteles molotov. Los tres cumplieron condena y sostienen aún hoy que ellos no fueron los únicos responsabl­es de lo que ocurrió.

La verdad es que desde el primer momento asomó la figura de un personaje turbulento como in-

LA TRAMA NEGRA Tras el atentado apareció la figura de un confidente de la policía: el Grillo

INESTABILI­DAD SOCIAL El suceso se produjo tras una manifestac­ión de la CNT contra los pactos de la Moncloa

ductor del atentado: Joaquín Gambín, alias el Grillo. Este turbio personaje había nacido en Rincón de la Seca (Murcia) en 1929. Era hijo de un guardia civil expulsado del cuerpo tras la guerra. En 1956 ya protagoniz­ó una fuga en una conducción de presos en Alcázar de San Juan y llegó a acumular 16 condenas por robo, falsedad, hurtos, uso de nombre falso, fugas y tenencia de armas.

Su nombre salió a la palestra desde las primeras detencione­s, incluso en las declaracio­nes de los acusados, y se abrió una investigac­ión para dilucidar su relación con el ministerio del Interior, del que estaba al frente Rodolfo Martín Villa. En agosto de 1983 remitió una carta manuscrita al presidente de la Audiencia de Barcelona, en la que explicaba que había sido contratado por la Brigada Político Social para infiltrars­e en la CNT. Fue detenido y llevado a juicio en Barcelona, que se celebró en diciembre de ese mismo año, y confesó que era un confidente. También salió a la luz que fue reclutado para crear un extraño grupo llamado Ejército Revolucion­ario de Ayuda al Trabajador (ERAT), implicado en varios atracos para ser luego “brillantem­ente” desarticul­ado. El 15 de enero de 1978 acudió a la manifestac­ión y durante las pesquisas se llegó a señalar que él fabricó los cócteles molotov y convenció a los jóvenes para que los lanzaran contra el Scala. Pero desapareci­ó antes de que fueran usados contra la sala, justo para dar el chivatazo a la policía y cobrar 100.000 pesetas por ello. La Audiencia de Barcelona le condenó a siete años de prisión por su implicació­n en el atentado. Ya ha fallecido.

Hoy todo ha cambiado mucho. El edificio del Scala es de viviendas, frente a la redacción de El Periódico. Entonces todo era distinto y los nombres que ocupaban las páginas de los diarios han pasado a la historia. El president de la Generalita­t era Josep Tarradella­s. El gobernador civil, José María Belloch, padre del que fuera ministro con Felipe González, Juan Alberto Belloch, y recibió a las familias de los detenidos poco después de ser arrestados. Iban en compañía del abogado Mateo Seguí. Cuando acabó la conversaci­ón, agarró del brazo al letrado y le preguntó: “¿Usted cree que de verdad los culpables son estos jóvenes?” Ante la cara de palo del letrado, reaccionó: “No me conteste”. Y en la CNT, el secretario general era Enric Marco, aquel tipo que durante años se hizo pasar por preso de los campos de concentrac­ión nazis.

El juicio del atentado al Scala se desarrolló con grandes medidas de seguridad, por las tardes, en un palacio de Justicia mal iluminado y lúgubre, y en el que vivía un funcionari­o que asistía a los juicios vespertino­s en zapatillas, como quien está en el comedor de casa viendo la tele. Era otro país. Ahora hace 40 años de muchas cosas: del referéndum de la Constituci­ón democrátic­a, de las votaciones sobre el Estatut d’Autonomia, de los pactos de la Moncloa...Un país que miraba a la democracia que se asomaba entre amenazas sociales y terrorista­s. En realidad, Barcelona era una parábola de las fotos del día: una ciudad en blanco y negro, pero que quería un futuro en color.

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PÉREZ DE ROZAS El incendio del Scala conmocionó la ciudad, por la muerte de los trabajador­es y por lo espectacul­ar del siniestro

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