Céline y sus célebres panfletos
Tendría yo quince, dieciséis años, cuando una tarde mi padre me pilló leyendo un libro de Sartre (¿Le mur, La nausée?). “¿Te gusta?”, me preguntó mi padre. “Sí, bastante”, le respondí. “Bien está que leas a Sartre, pero antes deberías leer a Céline. Sartre le debe mucho”, me dijo mi padre. En casa no había ningún libro de Céline, pero en el Ateneu di con un ejemplar del Voyage au bout de la nuit. Me lo zampé y desde aquel día me convertí en un fan, un fanático de Céline. Del escritor, que no del personaje, un tipo difícil, muy difícil, cuyo “antisemitismo patológico y sus repercusiones lo llevaron a un pesimismo apocalíptico”, según puede leerse en el pequeño Robert.
En mi biblioteca tengo todos los libros de Céline, en distintas ediciones, y un montón de libros sobre él, sobre el escritor y sobre el personaje; un Céline que, curiosamente, nace y muere en los mismos años que mi padre (1894-1961). Y cuando digo todos los libros, me refiero a sus célebres panfletos antisemitas –Bagatelles pour un massacre, L’école des cadavres y Les beaux draps–, que Gallimard, tras llegar a un acuerdo con Lucette Destouches, la viuda del escritor, se propone reeditar con gran escándalo de una parte de la intelectualidad germanopratina (Saint-Germain-des-Prés) directa o indirectamente relacionada con la comunidad judía francesa.
No es la primera vez que Céline, el Céline de los célebres panfletos, desencadena un escándalo. Me refiero al cincuentenario de su muerte (2011). Ocurrió entonces que el bueno de Serge Klarsfeld, el cazador de nazis, el defensor infatigable de la memoria de la Shoah, toda una institución de la intelectualidad judía francesa, se enteró de que el nombre de Céline figuraba en el “Libro de conmemoraciones nacionales” de la república, al lado del de Clovis o Victor Hugo. ¡Horror! Y, ni corto ni perezoso, el bueno de Klarsfeld telefonea al presidente Sarkozy en un intento de frenar aquel homenaje, aquella atrocidad. Y lo consigue, obligando al ministro de Cultura, Frédéric Mitterrand a hacer marcha atrás (porque el homenaje ya había sido programado y se habían editado unos miles de ejemplares al respecto). Así que el cincuentenario de la muerte de Céline pasó sin pena ni gloria, vamos, con más pena que gloria, al igual que el día de su fallecimiento en que el Paris-Match dedicó un par de páginas a otro muerto ilustre, Ernest Hemingway, y unas pocas líneas a autor del Voyage.
Céline publica sus Bagatelles en 1937, con gran sorpresa de la intelectualidad germanopratina. Céline es todavía el gran escritor pacifista, el celebrado autor del Vo- yage, y resulta difícil asociarlo con esa gentuza de las revistas antisemitas. Al año siguiente insiste con L’école des cadavres, descaradamente pro-hitleriano. Y se organiza un escándalo, hasta tal punto que Robert Denoël, el editor, se ve obligado a retirar ambos panfletos de las librerías. Luego, durante la ocupación alemana, regresarán a ellas, junto con Les beaux draps (1941) y se venderán como rosquillas: 100.000 ejemplares de las Bagatelles y 50.000 de los dos restantes. Tras el desembarco de Normandía, Céline huye a Sigmaringen junto con Pétain y el gobierno de Vichy, y luego a Dinamarca. En 1950 es condenado en rebeldía a “la indignidad nacional”. Al año siguiente es amnistiado y, en 1952, regresa a Francia. Gallimard reedita su obra, menos los célebres panfletos, panfletos de los que Céline no quiere oír hablar y que se negará a autorizar su publicación mientras viva.
Tras la muerte de Céline, Lucette Destouches insiste en la actitud de su esposo: se niega a autorizar la reedición de los panfletos –“bastantes disgustos nos han ocasionado ya”, dice– y emprende acciones legales contra las diversas ediciones pirata de los mismos (las mías lo son, las compré en un bouquinista, en París, en 1962). Hasta que, a los 57 años de la muerte de su esposo, Lucette –¡105 años recién cumpli- dos!– decide cambiar de opinión. ¿Por qué? Pues, porque parece que los tiempos están cambiando. En 2015, los panfletos se publicaron en Canadá y no ocurrió nada. Y, en Francia, se han vuelto a publicar otros textos parecidos, como los Décombres de Rebatet –condenado a muerte tras la Liberación, encarcelado, y luego indultado–, y tampoco ha ocurrido nada. Total, que Lucette firma un contrato con Antoine Gallimard, el cual anuncia la publicación de los panfletos para el próximo mes de mayo. Y, entonces, reaparece como por arte de magia el bueno de Serge Klarsfeld y amenaza con mandar la operación al carajo (de momento, parece que Gallimard retrasa la publicación hasta una fecha indefinida).
La intelectualidad germanopratina está dividida: unos están a favor de la reedición
La intelectualidad germanopratina está dividida: unos están a favor de la reedición de los panfletos y otros en contra
de los panfletos y otros en contra. El filósofo Luc Ferry opina que hay que publicarlos, que son unos documentos que forman parte de nuestra historia. Lo importante, dice, es el aparato crítico que debe acompañarlos. “Las prohibiciones no hacen más que reforzar la paranoia antisemita”. Y Klarsfeld es de la opinión de que no se puede prohibir la actuación de un humorista o de un rapero antisemita y autorizar la reedición de los panfletos. El bueno de Serge cree que autorizar la publicación, y encima por Gallimard “que es la referencia incontestable de la literatura”, es darles una respetabilidad que no se merecen. Mientras tanto, los célebres panfletos están disponibles en internet. Y si bien la anciana Lucette y su abogado se ven indefensos frente al gigante Amazon, Serge Klarsfeld y los suyos se muestran dispuestos a presentarle batalla. (Continuará).