El Cercle hace autocrítica y teme por Barcelona
El Cercle d’Economia, el foro más transversal de la burguesía barcelonesa, y por extensión de gran parte de la catalana, abrió la puerta en la reunión de su junta del pasado martes a un proceso de “autocrítica” y nuevas propuestas en relación con el proceso político en Catalunya, tal como lo han definido algunos de sus miembros. A instancias de su presidente, Juan José Brugera (Colonial), la reunión se centró en valorar la situación, revisando lo hecho hasta ahora con la conclusión de que el Cercle debe ser más activo en el debate, con propuestas más concretas (“no basta con emitir notas de opinión”) y la idea de que la cuestión catalana debe ser el eje de la reunión anual de la entidad, que se celebrará en mayo en Sitges.
En el Cercle se congrega un abanico muy amplio de sensibilidades políticas, desde las soberanistas a algunas próximas a los populares, lo que explica siempre los matices que impregnan siempre sus opiniones. En su junta participan, entre otros, el presidente de Caixabank, Jordi Gual; el consejero delegado del Sabadell, Jaume Guardiola; el presidente de Puig, Marc Puig; el catedrático Anton Costas; el financiero Javier Faus; los hoteleros Amancio López y Oleguer Soldevila; o el abogado Miguel Trias.
Con la presidencia de Brugera algunos aprecian una orientación más dura de la entidad hacia el procés y la política de Carles Puigdemont. Sobre el debate del Cercle sobrevuela cierto reproche a “la ausencia de voces más claras del mundo económico sobre los efectos en la actividad y el futuro de lo que podía acabar pasando si los políticos no evitaban el choque y la unilateralidad”, según un miembro de la junta. Y, de rebote, una crítica latente al traslado masivo de sedes de empresas fuera de Catalunya de algunos de sus pares, ya que “más allá de casos específicos, por ejemplo los vinculados a la banca, no está nada claro que esos desplazamientos fueran fruto de una necesidad económica”, según otro de los integrantes de la junta.
El foco de mayor preocupación, según varios asistentes, es Barcelona. Pese a que las intervenciones fueron muy contenidas -según uno de ellos-, la situación quedó definida en términos de gravedad. La descripción transmitida por varios de los directivos del Cercle subraya la profundidad de su inquietud: Hay que frenar el deterioro de la imagen de Barcelona; se producirá una pérdida irrecuperable si esto continúa; 20 años de ascenso excepcional en peligro; la ciudad es el primer activo de Catalunya y si el problema se cronifica puede descender a la categoría de una capital de provincia económicamente debilitada y decadente.
Un debate interno, en el propio seno de la elite económica catalana sobre el desplazamiento de sedes empresariales y sus consecuencias sobre la economía, no sólo en términos cuantitativos, también de calidad, sobre la imagen que envía al mundo una clase empresarial que proclama a los cuatro vientos la huida del hábitat en el que han nacido y prosperado.
No hay impacto mesurable, por lo menos de momento, de ese tsunami. En la reunión de la junta no se pusieron de manifiesto nuevos indicadores. El anuncio de un cambio de sede no tiene impacto inmediato sobre la actividad económica, el PIB. Aunque existe el temor a que, sigilosamente, vengan ahora cambios de equipos, traslados de departamentos corporativos o se busquen escenarios alternativos para invertir en otro lugar, incluso fuera de España... “Hablamos de la crema del PIB”, señala uno de ellos.
En el ya lejano 2001, el president de la Generalitat, Jordi Pujol, convocó una reunión en el Palau de la Generalitat con la junta del Cercle, que entonces presidía Salvador Gabarró. Pujol encajó con cierto enojo una nota de opinión del foro que cuestionaba el modelo centralista del Gobierno Aznar y se sumaba a la idea dominante de que Catalunya perdía peso económico. Arrancó la reunión el conseller de Economia de la época, Francesc Homs, que glosó subidas de PIB y anuncios de inversiones. Hasta que Pujol le interrumpió: “Déjelo, estos señores no vienen a hablar de PIB, vienen a hablar de poder económico”.
Y en buena medida, este sigue siendo el meollo del debate acerca del impacto en Barcelona y su entorno metropolitano de la larga crisis política.
El Cercle parece haber llegado a la conclusión de que le toca ser más activo de ahora en adelante. Aunque todavía no hay nada concreto sobre la mesa, aseguran desde la entidad, está claro que irán más allá de los diagnósticos generales que marcaban sus clásicas notas de opinión.
“Intentaremos tener más incidencia, haciendo propuestas transaccionales, para que el poder político alcance acuerdos. También diremos con claridad que las empresas, no sólo para quedarse y no hablemos ya para que vuelvan, necesitan una previsibilidad que va más allá de los resultados de unas elecciones. La política debe estabilizar la economía, no a la inversa”.
Otro ámbito de acción futura, también crítico según la opinión dominante en la entidad, es el que se refiere a la propia sociedad catalana. “Además del encaje de Catalunya en España, también hay que hablar del encaje interno entre catalanes. Es muy difícil hacer propuesta de encaje a Madrid, si los catalanes no encuentran un marco que alcance el consenso de una gran mayoría de catalanes más allá de dos bloques prácticamente iguales”. Según los miembros consultados, esto incluye compromisos políticos sobre el respeto a la legalidad y de cohesión social.
La entidad se propone ser más activa en el debate sobre la cuestión catalana y su impacto en Barcelona